Con estupor, un hincha del equipo visitante del fútbol profesional colombiano en el estadio El Campín observa cómo, 15 minutos antes de acabarse el encuentro, la policía le pide el favor de que abandone la tribuna. “¡Todavía no se ha acabado, faltan 15…!” reprocha el aficionado, pero la intención de la autoridad no cede.
“¡Por favor, haga caso que es por su seguridad, es peligroso para usted porque aquí las barras son muy bravas, es mejor que se retire!”, reitera el uniformado, mientras los hinchas locales, en total desafío contra el frío bogotano, cantan al unísono con la camiseta de su equipo en la mano. Ellos, los locales, extienden orgullosos su bandera de grandes proporciones, sus símbolos guerreros, mientras cantan ofensas al hincha contrario.
Detrás de esos símbolos, los uniformes y los cánticos a favor de un equipo y en contra de los rivales, se esconden aspectos como la territorialidad, la violencia y la identidad de miembros de la sociedad que deciden vivir y hasta morir en torno a una barra de fútbol.
Una investigación de tesis doctoral en antropología —efectuada en la Universidad Sorbonne Nouvelle Paris 3 por Jairo Clavijo Poveda, docente del Departamento de Antropología de la Javeriana— estudia estas manifestaciones colectivas. En ella el profesor buscó establecer la naturaleza de las prácticas sociales de los barristas.
En esta investigación etnográfica fue necesario convivir con dos de las barras de Bogotá y realizar una observación participante —como metodología— en la que se aplicaron entrevistas semiestructuradas, entre otros métodos de recolección de información.
“El elemento clave de análisis de las barras es el lenguaje, pues la acción más notoria de los barristas es reunirse para expresarse colectivamente a través de sistemas de representación tales como el habla, pero también formas no verbales como las imágenes, los signos, los símbolos utilizados”, comenta el investigador.
“Todos los domingos en la tarde.
Me voy a la cancha a ver al más grande.
En mi cabeza no me importa. Lo que diga todo el periodismo y la Policía”.
Antecedentes
Las primeras barras estructuradas en el país surgieron en 1987 y 1986 con los Saltarines del equipo Santa Fe y Escándalo verde del Nacional, respectivamente. Hacia 1991 se fundó la barra Blue Rain de Millonarios y posteriormente nació Comandos Azules. Todas adoptaron nuevas formas de comportamiento en los estadios para alentar a su equipo.
“Estos nuevos grupos adoptan los cantos barristas argentinos y movimientos en las tribunas, lo que empieza a llamar la atención de muchos jóvenes hinchas”, resalta la investigación.
En un inicio las acciones de los barristas se centraban en el estadio, pero no tenían como medio de expresión la violencia física. Sin embargo, sus integrantes fueron adoptando un lenguaje más agresivo contra los adversarios, lo que condujo a los primeros enfrentamientos con la policía dentro y fuera del estadio.
Sentido de pertenencia: entre territorialidad y violencia
Aunque en el imaginario del ciudadano común las barras están compuestas por jóvenes y adultos de clases medias y bajas, se comprobó en esta investigación que su proveniencia social es heterogénea. “A pesar de las posibles diferencias sociales todos se comportan de manera similar de acuerdo con unas reglas y jerarquías internas, bajo un compromiso implícito de inclusión”, afirma Clavijo.
Las barras construyeron una noción de territorialidad sobre los espacios en los que tienen existencia social. “Si un territorio es considerado de propiedad de la barra, se rige por una regla de exclusividad: no se admite ningún aficionado o barrista del otro equipo. Estas zonas les confieren un sentido de pertenencia y de legitimidad territorial, pues han sido conquistadas y defendidas por ellos. Frente al riesgo de invasión, los territorios son marcados por grafitis y por la presencia de barristas con camisetas y símbolos del equipo”, señala la investigación.
Mientras la Alcaldía de Bogotá ha contribuido a legitimar esos territorios al dar el estatus de dirigente a algunos integrantes de las barras y con dineros públicos se pintó el estadio con los colores de esas organizaciones, la policía concentra a los barristas en un sitio determinado.
Una de las conclusiones es que, por lo general, la violencia —una de las manifestaciones más distintivas de las barras—, es de carácter simbólico hacia los demás barristas, aficionados, equipos, árbitros y la policía. Estas acciones son símbolos inteligibles en el lenguaje barrista o en general del fútbol.
Aunque existe una idea general en las personas ajenas a las barras de fútbol sobre que se ejerce una violencia que trasciende el mundo del deporte, la investigación arroja resultados que controvierten este pensamiento colectivo.
“Toda violencia física y no física ejercida por los barristas es simbólica, pues se encuentra codificada y funciona como un lenguaje pleno de significaciones. Esta violencia se inscribe en el contexto de los partidos, que representan un tipo de ritual urbano para los barristas. Se puede afirmar que la violencia barrista no es exacerbada, se trata sobre todo de una violencia controlada”, explica la investigación.
Un ejemplo de ello es la lucha cuerpo a cuerpo, el uso de piedras, garrotes y armas blancas y no de armas de fuego en las que no se presenta un contacto corporal entre los agresores. Todas las acciones violentas son siempre pruebas de aguante o resistencia y de pertenencia al grupo. Es decir, la violencia funciona como un lenguaje cuyo fin es defender un territorio o el prestigio, escenificar la identidad y demostrar la pertenencia al grupo.
“Se puede evidenciar que la violencia barrista funciona como un sistema de intercambios entre barristas (agresiones, cantos, venganzas por razones de disputa territorial o deportiva) donde la utilización de códigos comunes de comunicación (actitudes, marcas, amenazas, peleas, etc.) define los espacios de las barras en la sociedad. Este sistema es posible ya que se deriva de la práctica del fútbol, un deporte que refleja la sociedad”, señala Clavijo.
Barristas e identidad
“La identidad de los barristas en general funciona como sentimiento de pertenencia que se renueva durante el espacio ritual del partido. Este sentimiento funciona en dos sentidos: uno hacia la ciudad o región y otro hacia el propio grupo en tanto se es miembro de él. Se fortalece y se renueva gracias a unas prácticas sociales que se inscriben en un espacio ritual, pero también al reconocimiento individual y colectivo de inclusión al grupo y de exclusión a otros grupos. Este reconocimiento también proviene de la sociedad y del Estado, por ello, ciertos códigos de comunicación barrista son reconocidos socialmente”.
Como resultado de la interacción con los integrantes de las barras, la investigación concluye que los jóvenes buscan a través de estos grupos la inclusión que la sociedad en general les niega. En ellas son ‘alguien’, tienen una identidad y un sentimiento de fidelidad extremo, en este caso por un equipo de fútbol.
“Podemos afirmar que las prácticas barristas como su organización, acciones y símbolos, permiten pensar el fútbol como un espacio propicio para la toma de conciencia de los jóvenes barristas acerca de su existencia social como grupo contestatario”, concluye la investigación.
4 comentarios
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cuando fue el dia de publicacion de este articulo ?
están mal datados en cuanto al forja miento d las barras a y sus inicios las fundaciones y pioneros son son reales.