La ciencia colombiana está amenazada como nunca. A finales de 2017 el Gobierno presentó un borrador del presupuesto nacional de 2018, que incluía un recorte de 42% del rubro asignado a Colciencias, el cual, luego de un cubrimiento mediático y un pronunciamiento por parte de la comunidad académica colombiana, “afortunadamente” no fue sino del 11%. A inicios de este año se destituyó a su Director, convirtiéndolo en el octavo en su cargo en los últimos ocho años. Incluso ahora en pleno periodo de propaganda electoral han comenzado a difundirse rumores de la desaparición de esta institución. Pero mientras el país –que invierte 1,54 dólares por habitante al año en ciencia– pone su casa en orden, debo decirles que nosotros, que nos hacemos llamar científicos o que estamos aprendiendo a serlo, tenemos gran parte de la culpa en esta crisis.
Para mí nunca fue un secreto que eran pocas las personas que deseaban ser científicos. Al tomar mi anuario y contar cuántos de mis compañeros escogieron una carrera en ciencias, difícilmente tendría que usar los dedos de una mano. La mayoría de ellos optaron por carreras en Administración, Derecho o Medicina (y no precisamente por la investigación que se desarrolla en esta última). Incluso, aquellos que se decidieron por alguna Ingeniería lo hicieron en aquellas relacionadas con finanzas o la industria. Ahora, que estoy próximo a terminar mis estudios, no sólo sé que mis compañeros de carrera pasaron por situaciones similares sino que esto es un reflejo de la realidad de nuestro país. Sólo basta con revisar el listado de las carreras más estudiadas por los beneficiados por el programa Ser Pilo Paga para darse cuenta de lo que les digo.
Esto no ocurre solamente entre los más jóvenes. Incluso mi mamá –que está enterada de lo que hago en mi carrera y los sueños que tengo de ser investigador– dice que se siente “excluida de ese mundo” y que, al ver las noticias de la crisis científica en Colombia, cree que no es algo que la afecta directamente sino que le concierne a unos pocos. Estoy seguro de que mi mamá no es la única que piensa así y, si no me cree, tómese la molestia de preguntarle a la persona a su lado. Sé, casi que con toda seguridad, que le dará una respuesta similar.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué los colombianos sienten que la ciencia es algo que unos pocos hacen y que no pueden acceder a ella? Hay múltiples razones, pero hoy quiero que los científicos pensemos –y que aquellos que comparten el pensamiento de mi mamá les exijan a ellos que se lo pregunten– en lo siguiente: ¿Qué hemos hecho para enamorar a Colombia de la ciencia? Yo diría que muy poco.
Puedo decir sin miedo que quienes hacemos ciencia sentimos que nuestro corazón late fuertemente cuando hacemos nuestros estudios, que nuestra mente vuela al discutir sobre los descubrimientos que hacemos y que nuestro espíritu investigador está ávido de emprender nuevos proyectos aún cuando los viejos no han acabado. Lastimosamente, todas las experiencias se traducen en un manuscrito donde las emociones son reemplazadas por jerga científica que solo captan los entrenados para leerla. Esto descarta a un público indiscutiblemente más grande que el científico. Ahora, no estoy diciendo que debamos dejar de escribir artículos científicos –aún siendo el principal criterio para calificar a los científicos en Colombia– pero no podemos permitirnos que eso sea lo único que hagamos, ya que es lo que tiene a los colombianos desligados y desencantados de la ciencia: no entenderla.
Grandes personalidades como Stephen Jay Gould, Carl Sagan y Richard Dawkins han hecho grandes esfuerzos por llevar el conocimiento científico a todos los públicos sin permitir que, al hacerlo, se vuelva menos riguroso o valioso. Incluso Kristin Sainani, doctora en epidemiología de la Universidad de Stanford, dicta un curso en línea llamado Writing in the Sciences, el cual inicia diciendo que para escribir lo que más se necesita es tener una historia y que los científicos tenemos muchas por contar. Siendo así, solo nos falta empezar a contarlas. Sé que esto ha sido discutido antes, incluso por personas con mayor trayectoria académica. Pero, ¿no creen que una Colombia más cercana a su ciencia saldría a las calles a protestar junto a los científicos del mismo modo en el que marchan por la salud o la educación?
Solo resta una cosa más por decir: científicos colombianos, ¡enamoremos a Colombia de la ciencia! Unámonos para hacer lo que hicieron todos estos científicos que les presento y logremos que personas como mi mamá sientan también lo que nosotros sentimos al investigar. Se acercan tiempos difíciles para la ciencia de nuestro país, pero ahora es justo el momento de hacer que el público no-científico –nuestras familias, amigos, vecinos, conocidos y todos los colombianos– se sientan incluidos en la ciencia y les duela también lo que le pasa en Colombia.
* Estudiante de Ecología y Biología de la Pontificia Universidad Javeriana. Coordinador del Semillero de Investigación en Ecofisiología de Semillas y Plántulas, del Departamento de Biología (Facultad de Ciencias).
2 comentarios
Verdaderamente me meti en este articulo.
Me parecio interesante y cargado de puntos de interes
unicos. Me gusta leer artículos que me hagan pensar.
Gracias por escribir este gran contenido.
Que bueno que jóvenes como Carlos se interesen por la ciencia, y por la falta de interés que prestan el gobierno, los ciudadanos y las instituciones por esta rama del saber. mientras haya gente como usted amigo Carlos la esperanza aun seguirá viva. Adelante amigo mio.