Dice el último “Reporte global de tecnologías de la información” del Foro Económico Mundial que en 2020 habrá cerca de cincuenta billones de computadores conectados en el mundo, lo que transformará para siempre el concepto de la comunicación. Hoy en día las personas que establecen contacto físico con otros son incluso una minoría frente a los usuarios activos de la Red pues, según el estudio, cada vez interactuamos más con el otro a través de una pantalla.
Esta tendencia, que no llegó de un día para otro, va a seguir en expansión mientras la tecnología abra más espacios virtuales, y caracterizará a una generación que nació con ella y a la que podría llamársele nativa digital. Incluso invitará a nuevos inmigrantes a que fundan su mundo con el ciberespacio. Entre toda esta población cambiante y llena de retos se destaca la estudiantil. En cada escuela y universidad del mundo alumnos y profesores se enfrentan a una transición enorme entre formatos impresos y digitales, sin los cuales no podrían completar sus procesos diarios de aprendizaje.
Este reto en particular atrajo a tres investigadores de la Universidad Javeriana: Nicolás Gualteros y Gloria Marciales, de la Facultad de Psicología, y Fabiola Cabra, de la Facultad de Educación.
Su pesquisa, que inició en 2010 bajo el título “Nativos e inmigrantes: la transición del formato impreso al formato electrónico en estudiantes y profesores universitarios”, dio continuidad a un estudio en el que abarcaron los perfiles de lo que llamaron competencia informacional, entendida como el “entramado de relaciones tejidas entre las creencias, motivaciones y habilidades, las cuales actúan como matriz de referencia de las formas de apropiación de la información”.
La caracterización de varios perfiles estudiantiles resulta valiosa porque permite comprender cómo, a pesar de que la mayoría de los estudiantes universitarios usan el computador en tareas académicas y tienen al menos una cuenta en una red social y aparentes dotes para las nuevas tecnologías, no necesariamente cuentan con las competencias que la sociedad del conocimiento demanda hoy.
Las primeras investigaciones adelantadas en esta línea indicaron que cada perfil guarda relación con el contexto cultural, las trayectorias de vida y con factores de orden socioeconómico. Fue por eso que los investigadores emplearon una metodología de carácter exploratorio-descriptivo que dejara en evidencia la trayectoria familiar y escolar de cada alumno, y su relación con las destrezas que manifiestan a la hora de utilizar cualquier fuente en tareas académicas, sea impresa o digital.
El primer paso para lograrlo fue un estudio de corte fenomenográfico, para explorar tendencias generales, y en cuya fase inicial participaron 120 estudiantes a quienes se les aplicó un cuestionario para identificar el perfil predominante. De este grupo fueron seleccionados —en una segunda fase— 24, a quienes se les hizo una entrevista semiestructurada.
Dos perfiles se decantaron con el análisis de los datos: el perfil recolector y el reflexivo.
El primero, el más común en el grupo de estudiantes que participaron, caracteriza a quienes tienen un insuficiente desarrollo de las competencias informacionales y manifiestan dificultades cuando realizan búsquedas de información; y el segundo perfil, poco frecuente entre los evaluados, se identifica por el alto nivel de desarrollo y la complejidad de las competencias informacionales.
Todo empieza en casa
Las posibilidades de desarrollar competencias para usar fuentes de información están en estrecha relación, según Marciales y sus colegas, con experiencias cotidianas en el hogar y la escuela. Las prácticas de lectura en el hogar, así como los métodos de trabajo de los profesores, el tipo de tareas que estos asignan y los criterios que emplean para evaluarlas desempeñan un papel importante a la hora de crear hábitos y competencias informacionales.
En la investigación figuran entrecomillados de las entrevistas, los cuales dejan en evidencia los perfiles y permiten identificar las que podrían llamarse fallas para utilizar correctamente —cualquiera que sea el medio— la información. Por ejemplo, un estudiante manifestó que, siendo huérfano de padre y sintiendo la ausencia de una madre trabajadora, el televisor se convirtió para él “en un amigo”. “En el colegio nunca me leí un libro, lo único que me leí fue Cien años de soledad, y eso fue todo un logro para mí”, explicó.
Sin embargo, hay niños que cuentan desde pequeños con espacios que desarrollan su capital cultural, como salidas a bibliotecas, lecturas de prensa o debates con sus amigos y familiares. “Con mi mami a veces leíamos los cuentitos, ‘Rin, Rin Renacuajo’ […] y con mi papá siempre tengo tertulias […], al ver sus ideas nació en mí esa curiosidad, y ahora me encanta leer”, respondió otro de los alumnos entrevistados.
Más allá del amor por la lectura y de los hábitos culturales, lo importante de una mente curiosa es que desarrolla fácilmente una posición reflexiva, no traga entero y cuestiona los kilogramos de información que rebotan en su cabeza a diario. Y ese elemento es el verdadero reto para los docentes: no solo generar condiciones para que los alumnos accedan a la información sino crear y proponer estrategias que despierten el interés por el conocimiento.
No importa si se estudia con Google o Shakespeare, lo esencial es saber utilizar ese conocimiento o, en términos más científicos, pasar de la “curiosidad a la rigurosidad epistémica”, como lo llamaron los investigadores. El mejor lugar para explotar esas cualidades es la escuela.
Marciales y sus colegas identificaron la importancia de que un acompañante, en este caso el profesor, refuerce esas cualidades a través de una pedagogía que no se base en un conocimiento construido y de una sola vía, porque los estudiantes pueden relacionar tal experiencia con la inmediatez y la superficialidad en el conocimiento.
Cuando ellos reciben una buena calificación por un trabajo copiado de Internet, interpretan que las tareas académicas son poco demandantes y que no necesitan desentrañar un significado implícito en un libro.
Tales condiciones son las que, según la investigación, conducen a que la lectura en cualquier formato pueda llegar a ser valorada por los estudiantes como “si no fuera gran cosa”.
Diferente a esto serían, y es a lo que hay que apuntarle en la docencia, las experiencias que generen “en el estudiante la posibilidad de asumirse como sujeto que se sitúa críticamente frente a un texto para interpelarlo”, como bien lo aconsejan estos tres profesores javerianos.
Marciales afirma que “las tareas académicas no pueden ser propuestas como retos para ver si el estudiante logra superarlos, sino como dispositivos para estimular su deseo de aprender”.
TIC para educar
Las Tecnologías de Información y Comunicación, conocidas como TIC, también juegan un rol importante dentro de este estudio. La importancia de la virtualización de la información está cobrando cada vez más vigencia en las aulas de clase.
En el país, el departamento mejor conectado al hablar de TIC es Antioquia, con un 14,5% de población on-line. Al respecto, el ministro de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia, Diego Molano, afirmó que “nunca en la historia un Gobierno había invertido tanto en entregarles a los niños las oportunidades de educación, comunicación, salud y entrenamiento que significa un computador”, y que la administración está “trabajando para lograr que en el país haya mínimo un equipo por cada 12 estudiantes”.
Es común ver que la llegada de la tecnología esté ligada no solo a cerrar la brecha educativa, sino de salud y entretenimiento para cualquier población. No obstante, ante las inversiones, la psicóloga javeriana insiste en que hay que ahondar en la calidad de los planes de desarrollo, porque mucho no quiere decir mejor. “Algunas de las acciones emprendidas en el país van dirigidas a cerrar la brecha en tecnología, pero no la cognitiva que se está abriendo”.
Y esto último puede ocurrir sobre todo por la avalancha de computadores que pueden llegar a un salón donde el profesor no cuenta con las competencias para manejarlo, y mucho menos para utilizarlo como herramienta de apoyo para su práctica pedagógica.
“No solo se debe capacitar en hardware y software, sino también en las nuevas competencias que deberán desarrollar sus estudiantes”, puntualiza.
La velocidad con la que los formatos migran cada vez más hacia los bytes, dejando atrás el papel, plantea muchos retos, empezando por las competencias de un niño o un joven que apenas está conociendo el mundo y alimentándose de la información que hay en él.
Es importante que padres y profesores reflexionen sobre la manera como acompañan procesos en este sentido, y que entiendan que el desarrollo de competencias para usar información no solamente mejora el rendimiento académico; incide también en la formación de ciudadanos con capacidad para tomar decisiones informadas. “Buscar el conocimiento es buscar lo desconocido”, dice Lonergan en una cita al final de esta investigación.
Salirse del molde empleando la Red es posible si existen criterios pedagógicos para guiar el proceso.
Para leer más…
+ Cabra, F. & Marciales, G. (2009, mayo-agosto). “Mitos, realidades y preguntas de investigación sobre los ‘nativos digitales’: una revisión”. Universitas Psychologica 8 (2): 323-338. Disponible en: https://www.scielo.org.co/pdf/rups/v8n2/v8n2a03.pdf. Recuperado en: 30/09/2012.
+ Cabra, F. & Marciales, G. (2009). “Nativos digitales: ¿ocultamiento de factores generadores de fracaso escolar?”. Revista Iberoamericana de Educación 50: 113-130. Disponible en: https://www.doredin.mec.es/documentos/ 00520093000138.pdf. Recuperado en: 30/09/2012.