Unas algas microscópicas, tan pequeñas como el grosor del pelo de un gato, cuentan historias del pasado. Del pasado lejano: de hace unos 2 millones de años. Se llaman diatomeas, viven en lagos, humedales, ríos y mares, y el actual director del Departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana, Carlos A. Rivera-Rondón, es un experto ‘diatomólogo’. Hasta Tanzania llegó, a una de las regiones emblemáticas de la evolución humana, a develar no la presencia de nuestros antepasados sino el ambiente donde vivían estos primeros seres que ya caminaban en dos patas.
Las diatomeas que encontró, principalmente de los géneros Encyonema, Nitzschia y Gomphonema, demuestran que en ese entonces, en esa región a la que hoy llegan arqueólogos y científicos de todas las especialidades, existían humedales de agua dulce. Y donde hay agua dulce, hay un ambiente propicio para la supervivencia de los homínidos. A su alrededor habría árboles, principalmente palmeras, algunas leguminosas y gramíneas. Estos estudios del paleopaisaje son esenciales para entender el uso que hacían los homínidos de la vegetación y el agua. Dice el estudio, publicado a finales de 2018, que “las actividades tempranas de los homínidos incluyeron la búsqueda de agua potable, refugio de depredadores, alimentos y materias primas para producir herramientas”.
Las diatomeas son unas algas microscópicas muy resistentes, compuestas por dos valvas que forman un pequeño estuche transparente. Puede haber más de 25.000 especies en el agua dulce ―pero también se encuentran en el mar―. Así, las diatomeas que vivieron en el pasado pueden acumularse en el fondo de los lagos, que actúan como sistemas colectores. Hay yacimientos de diatomeas de hace 30 millones de años.
Sus paredes de sílice, muy rígidas, permiten identificarlas fácilmente. Tienen una gran cantidad de aplicaciones: son indicadoras del estado del ambiente y de la contaminación de los ríos; forman la diatomita, que era la base para fabricar la dinamita; son filtros para el vino y la cerveza; se utilizan como insecticidas e, incluso, son útiles en medicina forense.
Destino: el norte de Tanzania
Rivera-Rondón, experto en ecología acuática e interesado en el impacto del clima y la influencia humana sobre los ecosistemas acuáticos, fue invitado a participar en un proyecto liderado por la arqueóloga española Rosa María Albert en el norte de Tanzania. Se sabía que, posiblemente, hasta hace un millón de años, “al lado del yacimiento había un lago gigantesco salino, pero, ¿en dónde estaba el agua dulce? ¿Cómo era ese ambiente? Ahí es donde yo entro”, cuenta el investigador.
Los restos arqueológicos muestran la presencia simultánea de diatomeas de agua dulce y de fitolitos, evidencias de plantas de ambientes terrestres. ¿Cómo era eso posible? Los proyectos de Albert estudian los restos de origen biológico y estos se usan para interpretar contextos arqueológicos, porque desde hace unas décadas la arqueología se ocupa no solamente de buscar restos de homínidos y de humanos, sino de explicar los ambientes en los que han vivido. Y las diatomeas ayudan a interpretar y reconstruir esos paisajes.
La Garganta de Oldupai ha sido labrada por un río que le da su nombre y que solo tiene agua cuando llueve. Es parte de la Zona de Conservación Ngorongoro, donde se encuentran nueve volcanes. Es una región bastante árida durante una parte del año: las oleadas de polvo son frecuentes en tiempos de sequía y las plantas reverdecen cuando vienen las lluvias. Es una de las mecas africanas para los arqueólogos, pues se han encontrado huellas, herramientas y restos de homínidos, así como de antílopes, hienas, elefantes, babuinos, leones, jirafas y cebras.
En el corazón del parque, los masái y otros tanzanos apoyan las labores de excavación. Algunos de ellos son los expertos y pueden extraer delicados fragmentos arqueológicos con la precisión de un relojero. Por lo general hay unos 30 o 40 científicos realizando diferentes proyectos en los que la interdisciplinariedad es la regla: geólogos, vulcanólogos, topógrafos, arqueólogos, limnólogos, biólogos, entre otros: cada uno, con una experticia, adelanta su investigación. Y lo interesante, dice Rivera-Rondón, no es solamente el trabajo de campo sino las largas conversaciones en el campamento con todos los colegas.
El paisaje de hace dos millones de años
En esta región predominaba “un paisaje muy heterogéneo, con periodos de mucha agua y otros muy secos, o sea, tuvo un pulso muy estacional”, explica Rivera-Rondón. Se trataba de “una zona de humedales, con un río que tenía canales de agua dulce, muy posiblemente con mucha vegetación, unos juncos que hoy se sabe pueden aportar alimento para animales y para los homínidos; estaba rodeado de algunos conjuntos de palmares que muy posiblemente también pueden brindar alimento, rodeados de espacios abiertos”.
De las plantas que existieron solo quedan las huellas en fósiles y los fitolitos. En cambio, las diatomeas “son estrellas en estos yacimientos, porque cuentan cómo era el agua, si era dulce, salada, si había ríos o humedales”. Y no se puede imaginar la evolución de nuestros antepasados sin la disponibilidad de agua dulce. “La investigación de las diatomeas complementa el proyecto que estamos realizando sobre la reconstrucción del entorno, y especialmente sobre las condiciones y disponibilidad de recursos en la Garganta de Oldupai, lo que permitió la supervivencia de los homínidos que visitaban la zona”, dice Albert, del Departamento de Historia y Arqueología de la Universidad de Barcelona.
“Gracias a estos trabajos hemos podido identificar zonas óptimas con disponibilidad de agua dulce y de recursos vegetales, dentro de un entorno dominado por un lago salino-alcalino (agua no potable)”, añade la científica española.
En este paisaje africano se encuentran pistas que permiten a los científicos interpretar cómo vivían los homínidos hace 2 millones de años.
Diatomeas colombianas
Rivera-Rondón no se cansa de buscar sus diatomeas y de desentrañar aspectos climáticos que puede inferir a partir de las especies que encuentra y del lugar donde las encuentra. Actualmente recorre lagos de páramo en Colombia buscando diatomeas y otros organismos, con el objetivo de reconstruir la ecología de los últimos 500 años en la Cordillera Oriental y en el Parque Los Nevados. “En este proyecto, financiado por Colciencias, lo que estamos haciendo es construir una base de información para hacer la reconstrucción de cómo eran nuestros lagos hace 1.000, 2.000 o 3.000 años, entender cómo el clima ha impactado esos lagos y tener algunas ideas de cómo el clima podría impactarlos en el futuro”.
Para leer más
- M. Albert, M.K. Bamford, I.G. Stanistreet, H. Stollhofen, Carlos A. Rivera-Rondón, J.K. Njau, R.J. Blumenschine, “River-Fed Wetland Palaeovegetation and Palaeoecology at the HWK W Site, Bed I, Olduvai Gorge”, en Review of Palaeobotany and Palynology, 259, 2018, 223-241.
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN: El impacto paleoambiental en la evolución humana y el uso de los recursos disponibles a partir del estudio de microrrestos de origen biológico
INVESTIGADORA PRINCIPAL: Rosa María Albert
COINVESTIGADOR: Carlos Alberto Rivera-Rondón
Grupo de investigación Unidad de Ecología y Sistemática (Unesis)
Facultad de Ciencias, Departamento de Biología
Pontificia Universidad Javeriana
Equip de Recerca Arqueològica i Arqueomètrica (ERAAUB)
Departamento de Prehistoria y Arqueología
Universidad de Barcelona
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2015-2018