Pedrito muerde la galleta de bolitas de colores que su tía le regaló antes de salir para el colegio. “Está muy rica”, piensa, y decide guardar lo que queda en la lata navideña que siempre está en la mesa dela entrada de su casa. Pedrito se va para el colegio. Mientras tanto su mamá ordena la casa y, cuando encuentra la galleta resuelve que estaría mejor en la cocina, y la guarda allí en el estante, en un recipiente plástico. Pedrito vuelve del colegio con hambre y decide terminar de comer su galleta. ¿Adónde la va a buscar?
Este sencillo relato es una prueba que los psicólogos denominan la falsa creencia, mediante la cual infieren el grado de desarrollo de la comprensión social de los niños en edad preescolar.
Los niños que responden que Pedrito buscará la galleta en la lata navideña reconocen las consecuencias que genera el que una persona tenga una falsa creencia. Con ello debemos concluir que su mente ha alcanzado el grado de avance que le permitirá aprender a relacionarse mejor con los demás, por ejemplo.
La falsa creencia ha sido uno de los rasgos más examinados por los estudiosos de la psicología infantil en las últimas décadas para inferir el desarrollo de los niños. Tras muchas observaciones se ha concluido que es a los cuatro años cuando el niño entenderá plenamente qué es la mente y lo que esta puede hacer.
Es decir, comprenderá que los otros, tanto como él mismo, poseen deseos, creencias e intenciones que orientan su comportamiento. Sin embargo, la falsa creencia no es el único indicador del desarrollo mental; también está el lenguaje, facultad que ha desvelado a más de un científico por el dilema: ¿qué será primero, la palabra o el concepto? Pero hay un rasgo, no tan fácil de medir como la falsa creencia, que según algunos psicólogos podría determinar de forma aún más decisiva la madurez cognitiva de un niño, y este es la comprensión emocional. Bajo esta perspectiva, el momento en que el niño decide que no le va a pedir a su mamá que lo deje jugar con agua porque nota en su expresión que está enojada y, por lo tanto, prefiere esperar ―o cuando decide callarse porque ya con su hermanito menor que grita y zapatea su mamá tiene suficiente―, marca un hito en el desarrollo del niño.
Existen diversas teorías psicológicas para explicar el desarrollo infantil y también una tendencia a establecer etapas muy definidas en las que los niños estarán listos para aprender o lograr ciertas competencias.
Las teorías y sus postulados constituyen las bases sobre las cuales se construyen losprogramas educativos. De aquí la relevancia de las investigaciones en torno a los procesos de desarrollo de la mente de los niños en edad preescolar.
La investigación de Milton Bermúdez y Hugo Alberto Escobar de la Facultad de Psicología de la Javeriana, “Comprensión emocional y humor, otras puertas de entrada a las teorías infantiles de la mente”, que será publicada en el número 1 de Universitas Psychologica de 2014, hace una apuesta en otra dirección e intenta complejizar el modelo explicativo, tomando el humor (faceta de la comprensión emocional) como un elemento que ayude a entender de una forma más amplia cómo son y cómo aprenden los niños.
Milton Bermúdez nos explica que la gran propuesta en su investigación es que lo psicológico no solo está presente en el comportamiento de las personas ―lo observable―, sino que detrás hay una serie de elementos que no son visibles.
“Uno como individuo está inmerso en una serie de sistemas que lo determinan y a la vez uno determina esos sistemas (nuestro cuerpo, la familia, el barrio, la cultura, lo social, el país). En el esfuerzo por hacer visibles esos elementos hay una dimensión que impacta de manera significativa la vida de las personas y la forma como nos relacionamos unos con otros.
Allí donde no solo median las normas sociales sino también una suerte de cálculo o anticipación para entender por qué actúa el otro de la manera en que lo hace; todos tenemos esa capacidad y la ponemos en práctica todo el tiempo; eso está en la esfera de la comprensión social”.
En el seno de la familia el niño aprende muchas cosas y luego, en el tránsito al marco de la escuela, la socialización se ve enriquecida.
Los investigadores javerianos buscan conocer lo que sucede en el niño entre los dos y los cuatro años, no solo en términos intelectuales sino también en la forma como se relaciona con los demás. “Todo el conjunto de conocimientos, lo que el niño aprendió desde la cuna y que luego aporta en el contexto del colegio como constructo, es lo que denominamos comprensión social”, puntualiza Bermúdez y explica cómo la comprensión social tiene varias dimensiones.
Diversas facetas de la comprensión social
Una primera dimensión es el reconocimiento y la comprensión emocional, es decir, la capacidad para entender las emociones. El niño entiende que el rostro está asociado a emociones como alegría, miedo, asco, etc. Así, aprende a identificar emociones en los otros y luego las identifica en sí mismo.
Después se da cuenta de que, además de experimentar esas emociones, puede comenzar a controlarlas y regularlas. Eso supone adecuar las emociones a los contextos, cosa que no logra plenamente en los primeros años, sino después de tener un acumulado de interacciones.
Una segunda dimensión tiene que ver con la capacidad de cambiar su perspectiva. El niño tarda un poco en entender que no todo gira en torno a él, sino que también hay otros puntos de vista. En el juego se observa cómo el niño va cambiando de perspectiva, del juego solitario en su primer año, al juego paralelo entre los dos y los tres años, y al final, al juego cooperativo.
La tercera dimensión es la que se infiere a través de la prueba de la falsa creencia, con la que iniciamos este artículo.
El niño desarrolla un concepto de cómo funcionan su mente y la de los demás, en el que interviene una serie de elementos que no son visibles y que tienen que ver con las intenciones, las creencias y los deseos. El niño ya maneja una teoría de la mente y se comporta como un pequeño psicólogo, por decirlo de algún modo.
El humor no se enseña
Todos los programas educativos se han concentrado en la edad de los cuatro años, porque se ha probado que es entonces cuando los niños tienen una teoría de la mente, pero no se considera que la comprensión social conlleve otros elementos que pueden haberse desarrollado más temprano.
Y es aquí donde aparece la idea más novedosa de la investigación: “tener sentido del humor es otra forma de mostrar que se tiene comprensión social, porque solo cuando el niño entiende el humor, en la medida en que en una situación percibe un elemento incongruente y ríe por ese motivo, también podemos inferir que tiene comprensión social”, señala Bermúdez.
Bermúdez y Escobar diseñaron unos dispositivos para evaluar tres variables: la comprensión emocional, la presencia de una teoría de la mente y el humor, en una muestra de 120 niños y niñas de tres, cuatro y cinco años en Bogotá; “y ahí fue el gran hallazgo”, cuenta entusiasmado Bermúdez, “porque la literatura había dicho que la comprensión social está formada por las tres dimensiones (descritas arriba) y pudimos comprobar que el humor es otra faceta de la comprensión social”.
El humor se desarrolla en el niño sin necesidad de que se lo enseñen y potencializa algo que le resultará vital a lo largo de su vida. Además, se presenta en los niños antes de los cuatro años, según se comprobó en el estudio.
Probablemente por el hecho de haber montado los tests a manera de juegos en el computador (dispositivos digitales), los resultados revelaron también que niños de dos y tres años mostraban tener una teoría de la mente mucho antes que otros estudios.
“Todos hemos visto cómo manejan nuestros niños un mouse, una tablet. Los niños no necesitaron prácticamente ninguna instrucción para completar las pruebas del estudio”, refirió el investigador, y agregó: “Muchas veces lo que sucede es que los dispositivos experimentales son tan artificiales para los niños que no resultan adecuados para medir lo quese quiere medir. Aquí se utilizaron estrategias de evaluación que forman parte de su repertorio natural”.
Los resultados de la investigación tienen grandes implicaciones en el campo de la educación. Los padres y educadores están empeñados en que los niños en edad preescolar aprendan muchas cosas, cuando lo que necesitan es jugar.
Nuestro sistema educativo está articulado sobre la idea de que el desarrollo es lineal, acumulativo y creciente, y de que a cierta edad se debe mostrar cierta conducta. Sin embargo, la experiencia muestra que las personas alcanzan los objetivos por diferentes caminos y a distintos ritmos.
Los niños tienen una cantidad de competencias insospechadas. Por ello, las escuelas deben ser lugares donde se identifiquen sus talentos y se les proporcione espacios para su crecimiento. El sistema educativo actual tiende a normatizar partiendo de lo que es promedio, pero esto es ofensivo para los niños. Todos queremos diferenciarnos y sentirnos reconocidos, y esto es también parte de la alegría que conlleva el crecimiento.