Camina elegante, sin pretensión. Muy refinada luce una bata que lleva puesta sobre ella. En la tela están fijadas extrañas sales coloridas y cristalinas. Es exótico ver la belleza de un pequeño trozo de sal que desborda en detalles con tanta claridad. “¿Tú lo hiciste?”, le pregunto. “Sí, yo lo diseñé”, me responde con una sonrisa en su rostro, y se muestra orgullosa de lucir una prenda que hoy hace parte de las últimas colecciones de su emprendimiento.
Andrea Vega nació en Boyacá, pero su acento la delata, ha vivido en Bogotá toda la vida y se escucha muy cachaca. Desde niña usó la ropa que quiso, por más rara que esta pareciera, nunca le importó si lucía bien o mal para los demás, pues lo que digan de ella no ha sido su preocupación. Quien la conoce sabe que esta mona de ojos expresivos y sonrisa pulida de 31 años, es diferente, no come cuento de nadie y tiene mucho estilo.
Cuando salió del colegio no sabía qué estudiar, pero tenía dos cosas muy claras: en primer lugar, que estudiaría en la que para ella era la mejor universidad de Colombia: “por su calidad y prestigio la Javeriana siempre fue mi primera opción”, afirma con certeza; y, por otro lado, que sería algo enfocado en la salud por su vocación de servicio y porque a pesar de lo artística, en sus planes no estaba el arte, ni terminar de fiscal como su padre. “Empecé a averiguar carreras como medicina, odontología, pero cuando vi bacteriología, y todo lo de los microorganismos, me pareció súper chévere y dije: esta es”.
Ya en la universidad, no fue la más destacada, pero siempre cumplió con sus compromisos académicos. Sus compañeros podrían recordarla por su particular forma de vestirse. En los pasillos de la Facultad de Ciencias la mayoría de los estudiantes de su carrera caminaban con uniforme, de tenis y blusón de laboratorio; las mujeres, sin esmalte en las uñas y en sus rostros con poco o nada de maquillaje. Mientras tanto ella, como quien no pertenece al lugar, salía de los laboratorios directo a cambiarse, una rápida carrera al mejor estilo de vida de las modelos en sus pasarelas, y por lo que pudo cazar el descontento de algún profesor. “En una ocasión me sacaron de clase por no ir en uniforme. También recuerdo que un día en el laboratorio yo llevaba mis uñas pintadas de una tonalidad oscura, me puse los guantes, pero igual se veía, así que la profesora me sacó”, cuenta la microbióloga.
Andrea terminó su carrera y se enamoró de una línea de la bacteriología en la que poco se profundiza en Colombia: la microscopía. “Me gustaba porque nosotros teníamos que coger los hongos o las bacterias, hacer unas siembras y luego observarla, y yo no solo me fascinaba por lo que biológicamente encontraba sino por las formas que veía, era toda una obra de arte que tenía el privilegio de conocer”. Y, a decir verdad, con la microscopía no solo llegó el amor por esos aparatos, que con sencillos movimientos le permitían ver un nuevo mundo que la emocionaba y la dejaba perpleja, también se enamoró de un profesional en microscopía, quien hoy es su esposo.
El panorama para ella, en ese entonces, ya se había abierto. Su camino era el de explorar infinidad de universos diminutos, empuñando un microscopio en su mano, poniendo el ojo en la lente y, eso sí, con un estilo indiscutible. Por eso se jugó todas las cartas en crear su propio laboratorio, que lejos de parecerse al convencional en el que se analizan muestras de sangre u orina y se acostumbra a ver al personal vestido con batas blancas y uniformes que se asemejan a los de los médicos, tenía un aspecto más cercano al de un centro de confecciones de alta costura, con algo de arte, diseño y la ciencia por doquier.
No hay que temerle al fracaso
La idea llegó un día cualquiera, al son de un vino y buena música, como de costumbre. Andrea tomó uno de los microscopios que tenía en casa, empezó a recorrer muestras y bastó un instante para ver algo que, una vez más, la sorprendía por su encanto. “Esto es algo que todos tienen que ver, es una obra de arte”, se decía. Así que, a pesar de que quiso ser empresaria, comenzó primero enseñando microscopía en colegios. También vendió obras de arte con las imágenes que veía en el microscopio. Al paso del tiempo, ninguna de las dos ideas continuó.
Pero, tal como lo vivió Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla eléctrica, y Alexander Graham Bell, creador del teléfono, después de varios intentos vino el éxito. En una tarde de compras, Andrea se preguntó “¿cómo se verían las formas que yo veo en el microscopio estampadas en una tela?”. Con ese interrogante se fue hasta donde la que siempre ha sido su cómplice: su madre. “¿Mamá cómo se verá esto en ropa?”, mientras eso, la señora Lucía la miraba extrañada, tildando su idea de descabellada.
Sin importarle mucho, empezó a buscar lugares donde hicieran de, lo que para muchos era un disparate, una realidad. “En ese momento yo no tenía ni idea de estampados, no sabía absolutamente nada de ese mundo, todo era nuevo para mí. Yo pensaba que las telas que se veían con detalles, originalmente venían así”. Cuando tocaba puertas no la tomaban en serio, pues, eran exploraciones extrañas para muchos y muy riesgosas. Además, quién iba a creer que una bacterióloga de formación científica y académica, que hablaba de proteínas, compuestos químicos, hongos y bacterias, terminaría en tiendas de modistas, preguntando cómo estampar sus fotos en tela. Desde una mirada convencional, esta apuesta parecía ser una premonición al fracaso.
Por la poca experiencia como diseñadora, se negaban a imprimir sus imágenes en tela. Cuando encontró un lugar, había algo en el idioma de los tenderos que ella no lograba comprender. Lo más cercano que había estado a un documento con tantas medidas e indicaciones eran los académicos, que tenía que ajustar a normas APA. Al principio solicitó ayuda y luego, por iniciativa propia, los tutoriales fueron su mejor aliado para aprender a diseñar.
Con la tela lista empezó a darles forma a pañoletas y pashminas. Frecuentemente recibía comentarios negativos “quién se va a poner eso, tu idea no va a dar resultado, estás loca”, y tuvo que luchar internamente por no creer en esas ideas. Sus primeras compradoras fueron su madre, su suegra, tías, primas y amigas, quienes miraban su producto con ojos de amor. Pero ella estaba convencida de que tenía que escuchar nuevas voces.
La academia como medio para hacer ideas de negocio empresas sostenibles
Diferentes instituciones de educación superior cuentan con programas para apoyar a estudiantes o egresados emprendedores. Regresa, reúnete y emprende es el programa de la Universidad Javeriana que abrió las puertas a Andrea, visibilizó su producto y la preparó para hacer de su idea una empresa. Tito Fabián Ortega, de la Dirección de Relaciones con Egresados de la institución, relata la experiencia de la bacterióloga como emprendedora: “Yo conocí a Andrea en una feria que organizamos y de entrada cuando se presentó una bacterióloga nos generó curiosidad porque es muy raro encontrar a un egresado de microbiología emprendiendo. Y, aunque crea valor, lo hace aún más raro que lo estuviera haciendo desde su disciplina, combinando algo que se aprende a lo largo de la carrera (técnicas de microscopía) con una posibilidad de volver visible lo que para muchos es invisible”.
Este fue el punto de partida para que el proyecto de Andrea empezara a andar a un ritmo tan acelerado que ni ella alcanza a comprender. Recuerda ese momento con conmoción y algo de modestia, “aquí me di cuenta de que el emprendimiento es de aprovechar oportunidades. Yo siempre he sido muy perfeccionista y para ese momento mi producto no era el que yo quería mostrar, lo recuerdo y es vergonzoso. No sé por qué fui a la feria con algo así, pero fue la mejor decisión que tomé”. Empezó a comercializar su producto dentro de la universidad, primero fueron 170, luego 1.500 productos vendidos. Con el apoyo de la Javeriana tuvo alcance a 15 ciudades de Colombia y 15 países del mundo, y en adelante Microscope Designs se ha convertido en una marca disruptiva, exclusiva, sostenible y escalable.
Los primeros sorprendidos por su trabajo fueron los de su misma carrera: cómo era posible que los fluidos, microorganismos y demás cosas que ellos veían a diario en los laboratorios, estuvieran puestos en una tela, con tanta claridad y fuera digna de lucir. Ahora, Andrea ha ampliado su negocio y “ha encontrado la oportunidad perfecta para decirle a la gente, a través de una imagen, cómo se hace ciencia desde un laboratorio, cómo se pueden hacer visibles cosas inimaginables en una prenda estéticamente linda y un llamado a los científicos para que hagan de las soluciones que están en el papel una realidad porque las oportunidades están, pero se quedan en la academia”, dice Tito.
Microscope Designs hoy es un laboratorio que no se parece en nada al de un centro médico, más bien parece un taller de arte, y está en su casa. Música, microscopios de varios tipos, muestras colombianas y otras traídas del exterior, debidamente organizadas en placas Petri y telas con diseños del mundo diminuto de los microorganismos revoloteando por todo lado. Andrea, por su parte, pasa horas bajo la lente de un microscopio, mirando cualquier fragmento o partícula del mundo que nos rodea hasta dar con un diseño que mezcle la forma, la tonalidad y el aspecto ideal, y sin dejarlo pasar toma una foto, para que quien lo vaya a portar lleve consigo las trizas más ocultas e inimaginables del mundo con sus mágicas suntuosidades.
Con tan solo dos años de consolidado, Microscope ha participado de importantes eventos para dar a conocer su empresa como: el Women Economic Forum, el Congreso internacional de bacteriólogos, con ventas que ya superan los 100 millones de pesos en el año y, a pesar de ser un emprendimiento joven, Andrea continúa trabajando en proyectos de crecimiento, nuevos productos y posibilidades de exportación.
Andrea Vega ahora se vanagloria de los desafíos y diferentes caminos tomados porque hacen parte de los aprendizajes que la han llevado a fortalecer el proyecto de sus sueños. A donde llega Microscope causa revuelo porque logró unir la ciencia y la moda de la forma más fina, cuidando cada detalle, “este no es un almacén de ropa común y corriente, aquí hay un contexto, una historia, apropiación social del conocimiento, fotografías especiales”.
Pashminas, kimonos, pañoletas y pañuelos hoy hacen parte de la línea de productos de esta nueva marca colombiana que vendrá con más de una sorpresa para el otro año, “porque la bacteriología tiene muchas cosas bellas por mostrar. Yo siempre quise que los demás conocieran esa parte bonita y artística de mi profesión, y aquí estoy. Nada fue por azar”, finaliza la emprendedora javeriana.
1 comentario
Grato saludarlos. Me gustaría entrar en contacto con Andrea Vega. Estoy haciendo un libro sobre Emprendimiento Artístico Biomimetico y Bioinspirado de la Red Internacional de Estudios de Biomimesis. Nos gustaría que participe con tres fotos de diseño con microorganismos.
Este libro es de divulgación científica y tecnológica de tecnociencias de vanguardia.
Puede saber más de la Red en este enlace
https://www.redinternacionalbiomimesis.org