Escuchar a Maryluz Vallejo es, hasta cierto punto, peligroso. Si en el interlocutor existe interés en la literatura, la historia y el periodismo, lo más probable es que de manera sutil —como actuaría un veneno refinado— se apodere de la víctima un deseo de saber más sobre los temas de los que ella habla, de leer los libros que ha leído, de salir a gastar suela en las calles de la ciudad en busca de una historia que contar… ¡Pero no de cualquier manera!, sino a través de una crónica. Hay pruebas que indican que, incluso, hubo en quienes operó el deseo inevitable de recluirse en una hemeroteca para hacer una tesis sobre algún protagonista de la historia del periodismo nacional.
La pasión de Maryluz por el periodismo, la literatura y la investigación —sin caer en la vana exageración— es contagiosa. Sus más de 25 años de docencia, transcurridos entre la Universidad de Navarra, la Universidad de Antioquia y, sobre todo, la Pontificia Universidad Javeriana, dejan un sinnúmero de profesionales que en su diario ejercicio ponen en práctica las lecciones aprendidas con ella. “Como profesora es absolutamente encantadora porque logra que uno se enamore de los temas, pero a la vez es extremadamente exigente. En eso radica su genialidad”, comenta Juan Pablo Calvás, editor de W Radio.
Hoy en día sus aulas trascienden las de la Javeriana. Podría decirse que se extienden a las salas de redacción de los medios del país entero, pues su trayectoria investigativa, su producción intelectual y criterio la han convertido en una experta del oficio, autorizada para dar luces sobre qué es y cómo se hace el periodismo de calidad. De hecho, ha sido parte del jurado del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar durante los últimos cinco años. ¿Cómo llegó a ese punto?
Instrucciones para comprender a Maryluz
Como primera medida, determine si algunos de los siguientes apellidos le son familiares: Carver, Cheever, Fallaci, Kapuściński, Orwell, Cortázar… En caso de que le sean ajenos, preocúpese, porque la primera y más relevante instrucción para aproximarse a la sensibilidad de esta mujer es ser un ávido lector y disfrutar el tacto de los libros y periódicos impresos. Ella es, ante todo, lectora.
Desde niña leyó en compañía de su abuela, de quien heredó el gusto por la lectura de los suplementos culturales de los periódicos. Desde entonces la literatura ha sido su pasión. Y habría estudiado literatura, de no ser porque en Medellín, su tierra natal, no existía la carrera. Así que como ‘atajo’ hacia ese mundo novelado y ensayado se inscribió en Comunicación Social y Periodismo, en la Universidad Pontificia Bolivariana.
Fue en esa época cuando aprendió a escribir con los 10 dedos. “Cuando pasé a la Universidad me dije: ‘¡cómo no voy a escribir rápido!’, entonces me compré un método de mecanografía y mi máquina Olivetti. Fueron horas y horas de ejercicios, porque cuando digo que voy a hacer algo, lo hago”. Esta anécdota refleja otro aspecto fundamental de su modus operandi: la disciplina unida a la perseverancia.
Otro buen ejemplo de ese rasgo fue la manera en que consiguió su primer trabajo en el periódico El Mundo, del que admiraba su espíritu progresista. Antes de graduarse iba allá a hacer los trabajos, y no solo eso, iba también en las vacaciones a trabajar en lo que le ofrecieran, desde secretaria hasta todera. Al graduarse, aunque ya la conocían, le hicieron presentar unas pruebas y, finalmente, la contrataron. Pronto pasó a la sección cultural y terminó como editora del suplemento, su sueño.
En ese momento el director del periódico era Darío Arizmendi, que daba lecciones en cada consejo de redacción. También tuvo excelentes jefas y editoras, todas mujeres. Recordar sus aprendizajes en la sala de redacción la lleva a analizar un tema delicado en los medios actuales: están dejando de contratar editores. “En la universidad, a los estudiantes les damos herramientas, pero ellos deben seguir formándose en las salas de redacción porque el criterio se forma en el día a día, en la práctica. Y los medios están ahorrándose a los editores”, comenta. La consecuencia más grave —advierte— son los errores y, en suma, la falta de calidad en la información.
Docencia y viajes en el tiempo: hallazgos en el Viejo Mundo
Maryluz descubrió en España que era buena para la docencia. Se fue becada con el Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA) de la Universidad de Navarra, en Pamplona, y escribió una tesina sobre criterios de edición de suplementos literarios. Allí se quedó haciendo el Doctorado en Ciencias de la Información, con una beca de profesora ayudante y, por primera vez, exploró esta faceta, rol que no dejaría de ejercer en adelante. Enfocó su tesis doctoral en un tema que publicó en un libro titulado La crítica literaria como género periodístico, obra que, hasta la fecha, sigue siendo consultada.
Su voraz curiosidad intelectual se potenció allí, cuando descubrió que podía emprender viajes al pasado desde un lugar solitario llamado hemeroteca, en el que reposan revistas y periódicos, y que en la Universidad de Navarra estaba ubicado en el sótano. Allí pasó cerca de un año, leyendo periódicos viejos para documentar la tradición de la crítica literaria española. Su recién adquirida pasión por los viajes en el tiempo sería determinante en su posterior trayectoria investigativa y académica.
Tras cinco años en el Viejo Mundo regresó para cocrear y dirigir la primera especialización en Periodismo Investigativo, en la Universidad de Antioquia, de la mano de uno de sus grandes maestros: el periodista Juan José Hoyos. “Tuvimos a reconocidos periodistas, como Javier Darío Restrepo, Arturo Alape, Alberto Donadio y Germán Castro Caycedo. Ahí empezó mi faceta de gestora”, recuerda.
Hoyos dictaba Historia del Periodismo en Colombia durante el Siglo XIX, y ella debía encargarse de la del siglo XX, pero esa historia no estaba consignada en ningún libro, al menos con una mirada crítica, así que se dedicó a investigarla en las hemerotecas. “La misma fascinación que sienten los científicos con sus microscopios al observar pequeños organismos vivos la siento yo observando estos organismos muertos que son los periódicos”.
La historia del periodismo colombiano ha sido, desde entonces, una línea de investigación permanente en su vida. De ahí nace su libro A plomo herido, que es “una historia política y sociocultural del periodismo escrito en Colombia —desde 1880 hasta 1980— contada a manera de crónica”, como explica en el prólogo de su obra, considerada de consulta obligada en las escuelas de periodismo.
La historia del periodismo colombiano fue el tema de uno de los primeros cursos que dictó en la Javeriana, cuando llegó a dirigir el campo de Periodismo de la Facultad de Comunicación y Lenguaje, en 2001. Para ella, los estudiantes tienen que conocer la tradición periodística en la que se insertan y sentir orgullo por su profesión al reconocer que el periodista, por definición, es un intelectual.
Otros cursos con los que ha hecho escuela en estos años y que han derivado en investigaciones propias y de los estudiantes han sido los de periodismo de opinión, periodismo cultural y teoría de la argumentación.
Directo Bogotá: referente de la crónica urbana
En tiempos en que resulta difícil mantener vivo un medio de comunicación, Maryluz ha participado de la fundación y ha dirigido dos medios universitarios de periodismo urbano que aún palpitan: De la Urbe, nacido en la Universidad de Antioquia, y Directo Bogotá, de la Javeriana, que a la fecha cuenta con 64 ediciones. En Directo Bogotá —tanto en la revista impresa como en la plataforma digital— tienen cabida la cultura popular, personajes cotidianos de bajo perfil, historias que narran la ciudad oculta y las distintas tendencias artísticas.
Por sus páginas han pasado multitud de estudiantes que hacen parte de la escuela de Maryluz. “Con Directo, en las primeras clases, ella te enseña la importancia de la reportería. Es muy cuidadosa en la forma de enseñar el uso del lenguaje de la crónica, también nos insistía en la consulta de distintas fuentes”, recuerda María Mónica Monsalve, expupila, hoy periodista de El Espectador. “Lo que más me enorgullece es haber dejado una escuela, que es un estilo y una manera de narrar con buena prosa y sentido ético”, comenta la maestra.
Entre sus más recientes retos está el diseño de la nueva Maestría en Periodismo Científico, que se iniciará en 2020. Pero mientras inicia esa nueva etapa, ella continuará avanzando en sus pesquisas sobre la historia del periodismo ambiental —línea de investigación de la maestría—, al tiempo que dicta clases, asesora tesis, caza gazapos en Directo Bogotá antes de su publicación, comenta un libro en un evento, escribe una crítica literaria para una revista, ve noticieros, avanza en la redacción de un libro, hace recortes de periódico para su colección personal y para los estudiantes… Y, en medio de sus múltiples proyectos, saca tiempo para las tareas domésticas y pasear a su mascota, ir a cine, ver alguna serie de Netflix, chatear con su hija ―que estudia en el exterior―, regar las matas y cultivar sus amistades, “mi línea de investigación favorita”.