La sede de la Corporación Güe Gata Thizhinzuqa, en la localidad de Bosa, al suroccidente de Bogotá, fue el punto de encuentro entre la comunidad y un grupo de ocho docentes de la Javeriana que trabajaron de forma colaborativa en la construcción de un mural modular, con imágenes inspiradas en los integrantes de la colectividad, sus espacios cotidianos, sus referentes emocionales y la representación de su territorio en tres dimensiones.
Para quienes viven en los barrios del sector, este trabajo dejó un espacio para fortalecer su identidad y su relación con la localidad. Para los investigadores, la experiencia les permitió hacer una conexión vital entre academia y realidad social, aprender a utilizar procedimientos y técnicas propios del diseño y la comunicación visual aplicados a un concepto, además de comprender la importancia de flexibilizar el manejo del tiempo haciéndolo adaptable al momento y a los individuos.
Ideas que derrumban cercos
La forma en la que el grupo de investigadores de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Javeriana, liderado por el profesor Guillermo Andrés Pérez Rodríguez, construyó, abordó y ejecutó este proyecto, demostró que la academia puede entender las necesidades de una comunidad.
Si bien la preocupación inicial del profesor Pérez era el uso racional de los materiales utilizados por los estudiantes en las asignaturas que implican la entrega de trabajos tridimensionales, reduciendo los efectos del desperdicio contaminante y el volumen del material empleado, su reflexión y su búsqueda técnica de soluciones desembocaron en una propuesta de creación estructurada como una cartografía social, con la intervención de la comunidad de Bosa y, especialmente, de los descendientes de los habitantes nativos muiscas, quienes después de varios siglos conservan allí un cabildo indígena que preserva sus tradiciones culturales.
A través de la reconstrucción social del territorio liderada por sus habitantes, a partir de prácticas culturales y simbólicas, es posible que ellos conciban, perciban y vivan su realidad espacial y su propia identidad. El proyecto se desarrolló basando su metodología en el modelo investigación-acción participativa (IAP).
En este caso específico, la problemática identificada partió de la observación realizada por parte del equipo de docentes javerianos. Se trataba de hallar mecanismos y acciones para consolidar la presencia de la cultura muisca en la población, más allá de lo que esta había logrado posicionarla. En especial, se buscaba extender el conocimiento de dicha presencia a toda la comunidad de Bosa, incluyendo a los habitantes que no pertenecían a la etnia muisca.
La idea tomó mayor fuerza gracias a la participación del docente y artista Fernando Maldonado, titular de la asignatura Estructura Humana en el Departamento de Diseño, quien propuso desarrollar una experiencia piloto en colaboración con la comunidad que asiste a la Escuela Mhuysqa de Mitohaceres y Mitoficios, entidad gerenciada por la Corporación Güe Gata Thizhinzuqa, organización que trabaja para preservar las artes y ciencias del pueblo muisca, habitante original de la zona que hoy se conoce como el altiplano cundiboyacense.
El grupo del profesor Pérez planteó la construcción colectiva de un gran mural para la presentación y preservación de los trabajos artísticos realizados por los vecinos del sector. La pieza central de la instalación es una representación del territorio en tres dimensiones; a través de ella, la comunidad pudo desarrollar e interiorizar nuevas formas de habitar y relacionarse con su entorno.
Aprendizajes y desaprendizajes
El equipo había proyectado ejecutar tres talleres artísticos de cuatro horas cada uno, y cuatro o cinco visitas de campo. La idea era que el tiempo de ejecución fuese máximo de un semestre. Para cumplir ese objetivo, y con el fin de hacer más eficiente el trabajo, se agrupó a la comunidad según su edad ―niños, adolescentes y personas mayores―, de manera que los talleres se planearan y ejecutaran de acuerdo con las características y las necesidades de acompañamiento de cada conjunto de personas. Sin embargo, estas divisiones se fueron desvaneciendo: el grupo de niños ―y luego el de adolescentes― pidió participar en los otros talleres.
Las tres actividades para el desarrollo y creación con la comunidad de las piezas de arte que se plantearon originalmente terminaron siendo diez, mientras que las visitas de campo llegaron a 22. El proyecto tomó en algunos casos un poco más del triple del tiempo presupuestado, pero la interacción entre personas de diversas edades y el intercambio de experiencias enriquecieron el proceso y fueron un aporte invaluable para el resultado final: un nuevo sentido de pertenencia de la comunidad respecto a su territorio. “El proceso se hizo completamente transversal. Fue la mejor forma”, comenta Pérez, “nos cambiaron todas las dinámicas y presupuestos, pero fue muy enriquecedor”.
El proceso no fue fácil. “Hay cosas que no se pueden delegar ”, dice Pérez. Una de las razones para escoger a esta comunidad en la localidad de Bosa fue el tener un enlace con la población. El nivel con el que la comunidad se involucró en el proyecto permitió que el grupo de investigación cumpliera con los objetivos trazados, documentando e implementando todos los aprendizajes para ajustarlos en el modelo, de modo que hoy esta experiencia se proyecte como un piloto para desarrollar a futuro con otras comunidades. “Fue la misma comunidad la que nos fue guiando. Aunque podamos creer que tenemos un poco de verdad, no podemos imponer esa verdad”, afirma Pérez.
Los profesores del Departamento de Diseño siguen trabajando en encontrar la forma de optimizar el material que usan sus estudiantes en las presentaciones de sus trabajos académicos, pero ahora lo que empezó como una idea ambientalista terminó convirtiéndose en una propuesta de trabajo colaborativo entre la academia y una comunidad a la que le fue posible recuperar el significado del territorio y tejer nuevas relaciones entre quienes lo habitan.
Las expectativas apuntan a que la población del cabildo muisca continúe este proyecto por cuenta propia, generando talleres que permitan gestar nuevas piezas de expresión visual que reemplacen las existentes al cierre del proyecto. Del mismo modo, el grupo de profesores aspira a replicar esta experiencia creativa en otros territorios y comunidades.
Para leer más
- Bolaños Trochez y C. Duarte (2017). “La cartografía social: herramienta de análisis a las conflictividades territoriales desde los saberes locales y colectivos”. La Silla Llena/Red Étnica.
- Selener (1998). Participatory action research and social change. 1st ed. Quito: Global Action Publications.
TÍTULO DEL PROYECTO DE CREACIÓN: Cocreación artística para el autorreconocimiento del territorio “cercado que resguarda y defiende las mieses”
CREADOR PRINCIPAL: Guillermo Andrés Pérez Rodríguez
COCREADORES: Fernando Maldonado Rodríguez, Lucas Rafael Ivorra Peñafort, Jaime Pardo Gibson, Ómar Fernando Ramírez Pérez, Ricardo Barragán González, Jorge Enrique Camacho Mariño, Luz Alejandra Estrada Galeano y Andrés Eduardo Nieto Vallejo
Facultades de Arquitectura y Diseño, Ingeniería y Artes.
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2018