La enfermedad de Chagas hace parte de un grupo de enfermedades llamadas olvidadas, como la leishmaniasis, la lepra y el dengue, que afectan a millones de personas en todo el mundo, generalmente asociadas a condiciones de pobreza. Aun cuando pueden causar la muerte, estas pasan desapercibidas debido a que su mortalidad no alcanza cifras tan elevadas como las de la malaria y la tuberculosis, así como al hecho de afectar a poblaciones remotas con escasa visibilidad y voz política.
En 2009 se cumplieron cien años del descubrimiento de esta enfermedad por el médico brasileño Carlos Chagas, y la Organización Mundial de la Salud (2007) calcula que existen diez millones de enfermos en México, Centroamérica y Suramérica, territorio donde el mal es endémico. En Colombia, la Organización Panamericana de la Salud (2006) estima que existen cerca de 436.000 infectados por el parásito Trypanosoma cruzi.
Aunque la enfermedad de Chagas se ha desarrollado en América Latina y en esta región la forma más frecuente de la transmisión es a través del contacto con las heces de insectos triatominos ―conocidos en el argot popular como pito, chinche o vinchuca―, en los últimos años ha sido detectada en lugares tan distantes como España, Australia y Japón debido a otras formas de contagio, como la transmisión congénita (mujeres que la transmiten a sus bebés), las transfusiones de sangre y el trasplante de órganos. Esto ha despertado la atención a escala internacional, nos cuenta Concepción Puerta, docente investigadora del tema en el Departamento de Microbiología de la Universidad Javeriana.
Originariamente la enfermedad fue considerada una zoonosis, es decir, un mal que afecta a los animales (comadrejas, armadillos y ratas). Sin embargo, la cercanía del hombre a los focos naturales, como al construir sus casas utilizando palmas en las que habita el insecto infectado, propicia que este pase a ocupar la vivienda humana en la que encuentra refugio y alimento en la sangre humana y en la de los animales domésticos. Las chozas de bahareque o adobe construidas con techos de materia vegetal en las zonas endémicas son uno de los factores que propician el contagio, ya que los pitos (triatominos) se esconden entre las grietas de las paredes y salen solo en las noches a alimentarse mediante la picadura a zonas expuestas del cuerpo. Los vectores infectados excretan los tripanosomas con sus heces después de succionar la sangre, y cuando la persona se rasca estos logran inocularse en su cuerpo.
Los esfuerzos para erradicar el mal se han centrado principalmente en el control del vector (triatomino), a través de campañas de fumigación de las viviendas. Uruguay fue el primer país certificado como libre de transmisión vectorial y transfusional de la enfermedad en 1997, pero en Colombia y otros países esta labor es más difícil, ya que el parásito hace parte del ciclo natural de las zonas silvestres y habita también en los anexos peridomiciliarios, tales como gallineros, pilas de leña y arrumes de piedras o ladrillos.
Un camino lento, pero esperanzador
Existen numerosos trabajos científicos sobre la enfermedad de Chagas, pero la complejidad del parásito es otro factor que ha obstaculizado el desarrollo de fármacos efectivos para detenerla, nos explica la investigadora. Los pocos medicamentos existentes que pueden atacar y eliminar al parásito conllevan efectos secundarios importantes, por lo que no resultan la mejor opción para todos los pacientes.
En la Pontificia Universidad Javeriana, el equipo de investigadores liderado por Concepción Puerta trabaja en el laboratorio de Parasitología Molecular en varias líneas. La primera tiene que ver con la biología molecular del parásito y del insecto vector. “Si descubrimos qué proteínas son esenciales en el proceso de invasión a la célula hospedera, eso nos podría conducir al desarrollo de herramientas para destruir el parásito”, afirma Concepción Puerta.
La segunda línea apunta al desarrollo de herramientas moleculares para diagnosticar la presencia del parásito en los casos de Chagas congénito y en el seguimiento de los pacientes chagásicos con trasplante de corazón. Con el Instituto Nacional de Salud se estudia en los municipios de áreas endémicas de nuestro país cuál es la prevalencia del Chagas en las embarazadas y también se examina a los bebés nacidos de mamás positivas para determinar la tasa de transmisión. Por otra parte, se trabaja con la Clínica de Falla Cardiaca del Hospital Universitario San Ignacio para realizar el seguimiento a los pacientes con trasplante de corazón con el fin de descartar la posibilidad de reactivación de la enfermedad.
Una tercera área de trabajo se adelanta en colaboración con Adriana Cuéllar, del grupo de Inmunobiología y Biología Celular de la Pontificia Universidad Javeriana, y con John Mario González, del grupo de Ciencias Básicas Médicas de la Universidad de los Andes. En esta área se estudia la respuesta inmune del paciente infectado, dirigida hacia el parásito. “El sistema inmune tiene distintos compartimientos, el sistema humoral que responde con anticuerpos y el sistema inmune adaptativo que depende de las células. La respuesta inmune celular es donde hemos enfocado nuestra atención. ¿Cuáles son los antígenos del parásito que pueden llegar a inducir una respuesta inmune protectora? La utilidad de esto en el futuro es hacer estrategias de inmunoterapia que le permitan al paciente ya enfermo lograr una mejor respuesta inmune para atacar y eliminar el parásito”, indica Adriana Cuéllar.
Otro de los propósitos al estudiar el sistema inmune es dilucidar cuáles son las moléculas que se producen en un determinado individuo como consecuencia de la infección que puedan estar asociadas con la protección. Esto es muy importante ya que si se logra identificar alguna molécula en ese sentido, podría utilizarse como marcador pronóstico del curso clínico de la enfermedad, puntualizan las investigadoras.
Dentro de esta área de trabajo, la investigación titulada “Caracterización de la respuesta de linfocitos T CD8+ específicos del péptido K1 en pacientes chagásicos” fue publicada el año pasado en la revista científica Parasite Immunology. En este trabajo intervinieron, además del Laboratorio de Parasitología Molecular y el grupo de Inmunobiología y Biología Celular de la Pontificia Universidad Javeriana, el grupo de Ciencias Básicas Médicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes, el grupo de Electrofisiología de la Fundación Clínica Abood Shaio, el Laboratorio de Genética e Inmunología Molecular de la Universidad Católica de Valparaíso en Chile y el Instituto de Parasitología y Biomedicina López Neyra, en España.
En este estudio se analizó una pequeña parte de una proteína del parásito denominada péptido K1, señala Puerta. Esto debido a que las proteínas, entre todas las moléculas que poseen los parásitos, son las que inducen la respuesta inmune. “Lo primero que estudiamos fue la frecuencia en la producción de células que contribuyeran a la respuesta inmune, comparando la sangre de individuos infectados por Trypanosoma cruzi (indeterminados y crónicos) e individuos sanos. La hipótesis era que los asintomáticos tendrían una mayor cantidad de células, pero la frecuencia de estas fue igual para ambos grupos, por lo que la investigación nos lleva ahora a indagar por la funcionalidad de las células”.
La respuesta inmune también depende del contexto genético de las personas; por lo tanto, se incluyeron pacientes que tuvieran genes que permitieran caracterizar su respuesta ante el péptido K1. Los resultados mostraron que tanto los individuos con estos genes (HLA-A*0201) como los que no los tienen muestran una respuesta de linfocitos particulares conocidos como linfocitos T CD8+ que liberan moléculas con capacidad para afectar al parásito. Estos hallazgos indican que existen otros genes implicados en la inducción de respuesta ante el péptido K1, lo cual tiene importantes repercusiones, ya que serán más individuos los que puedan responder ante ese péptido.
A medida que avanzan estas investigaciones se abren mayores posibilidades para el desarrollo de estrategias de inmunoterapia o de vacunación. Paralelamente, los laboratorios trabajan en la eficacia de medicamentos antiparasitarios, originalmente formulados contra otras patologías, para tratar esta enfermedad, con lo que se espera en el futuro una confluencia de los esfuerzos que permita una respuesta médica para el tratamiento de la enfermedad de Chagas.
1 comentario
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