IV. Narrativas, lenguajes y discursos

La muerte de Omayra 30 años después, digitalizada y puesta al servicio de todos: aportes desde la antropología filosófica a un fenómeno coyuntural

Patricia Bernal Maz

Doctora en Filosofía. Magíster en Comunicación. Magíster en Filosofía. Profesora asociada del Departamento de Comunicación de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana. Investigadora. Miembro del grupo de investigación Comunicación, Medios y Cultura, de la Facultad de Comunicación y Lenguaje, y del grupo de Filosofía del Dolor, de la Facultad de Filosofía.

Resumen

La presente ponencia se desprende de la investigación terminada Lo invisible de los relatos mediáticos del dolor en Colombia. Se hace una reflexión acerca de cómo hace 30 años la muerte y el sufrimiento de Omayra Sánchez era televisada a todas partes del mundo, en vivo y en directo; igualmente, en el siglo de la técnica y de la digitalización, la tecnología ha permitido revivir cuantas veces se quiera el acontecimiento doloroso de su muerte. Las narrativas periodísticas son conscientes de que el morbo por medio de las emociones vende, antes y ahora, no hay diferencia en el tiempo; se espectacularizan las tragedias de manera tendenciosa, para ofrecer entretenimiento y distracción. ¿Cuál es la diferencia entre hoy y hace 30 años?, ¿por qué cada vez más ciudadanos permiten que, a través de cualquier pantalla, entren en su vida las muertes, las decapitaciones, las imágenes violentas, y que a su vez las disfrutan? Esta reflexión se remite a autores como Le Bretón, Das, entre otros.

Palabras clave: antropología filosófica, narrativas, tecnología, muerte, dolor.

Lo digital, su repetición: una des-conexión con el mundo

Luego de que fue posible desterrar la amenaza de las epidemias, de las hambrunas y de las fuerzas naturales, gracias a los medios técnicos, el hombre se enfrenta ahora solo con la técnica que el mismo creara e implantara y con ello indirectamente consigo mismo. La amenaza ya no proviene del mundo exterior, la amenaza proviene del mismo interior del hombre, de su propio espíritu. En la actualidad, el mundo está signado por los más diferentes artefactos técnicos, sin los cuales el hombre no podría ya vivir (Rapp, 1981, 162). Esta transformación se manifiesta de manera clara en las construcciones que realiza el hombre en su ambiente físico, que especialmente en las zonas de gran concentración demográfica determinan el aspecto externo de nuestros espacios de vida. En el futuro, paisajes vírgenes y especies raras de animales solo habrán de encontrarse en las llamadas reservas naturales protegidas de la intervención técnica o ser simplemente objetos de mera información virtual.

Otra característica de la apropiación del mundo por parte del hombre es la explotación desmesurada de las reservas de las materias primas y de la energía fósil, que son llevadas a cabo a escala mundial a través de la utilización de los más modernos medios técnicos. Ante esta perspectiva poco halagadora, se pone de manifiesto el problema ecológico al que estamos enfrentados y que en el caso de continuar las tendencias actuales, a largo plazo, se pondrá en peligro. En este contexto, en lugar de las cosas, que antaño se daban libremente y eran percibidas como un contenido de mundo, ahora cada vez se hace más prepotente, rápida y completa la objetividad del dominio técnico sobre la tierra. No solo dispone todo ente como algo producible en el proceso de producción, sino que provee los productos de la producción a través del mercado. Lo humano del hombre y el carácter de cosa de las cosas se disuelven, dentro de la producción que se autoimpone, en el calculado valor mercantil de un mercado que solo abarca como mercado mundial toda la tierra, sino que, como voluntad de la voluntad, mercadea dentro de la esencia del ser y, de este modo, conduce todo ente al comercio de un cálculo que domina con mayor fuerza donde no precisa números (Heidegger, 2003, 217). Tampoco, los seres como las plantas y los animales están especialmente protegidos, por mucho tiempo que estén inscritos en lo abierto y allí asegurados.

Cómo podemos ver, de acuerdo con el carácter universal de la técnica, no existe prácticamente ningún ámbito del actuar humano que no esté condicionado, o sea susceptible de serlo, de una u otra manera por los artefactos y procesos técnicos; en otras palabras, podemos decir entonces que el medio ambiente del hombre está constituido por instalaciones, aparatos y objetos con diferentes funciones técnicas, que en definitiva el hombre usa y que a su vez depende de su rendimiento para hacer su vida modificable (Rapp, 1981, 164).

Así, la palabra existencia se ha vuelto, en nuestro siglo, tan exquisita que solo sirve para señalar esta abismal excentricidad que es el propio acto de presencia para la naturaleza humana (Sloterdijk, 2001b, 29); es decir, nos hemos topado de frente contra la desconexión del mundo a través del excesivo consumo de aparatos técnicos, que va configurando la construcción de ambientes más sutiles, de una atmósfera propia, que a la vez que es modificada desarticula con ello nuestras propias representaciones y visiones de mundo. En este sentido, la falta de albergue, de mundo, de referentes de sentido, generaliza en el hombre su propia huida. En este contexto, Heidegger en su conferencia acerca de la situación de pobreza del espíritu de hombre nos dice:

Me preguntas por qué los hombres, aún cuando por su naturaleza se eleven por encima de la necesidad apremiante y establezcan de ese modo lazos más profundos y múltiples con su mundo; aún cuando, en la medida en que se elevan por encima de la necesidad física y moral, llevan siempre una vida humanamente superior, de modo que haya entre ellos y su mundo una relación más alta que la simplemente mecánica; aun si existe entre ellos y su universo un destino superior; aun si esta relación superior es realmente su bien más sagrado debido a que ella se sienten unidos a sí mismo, a su mundo, a todo lo que poseen y a todo lo que son, me preguntas por qué buscan representarse ese lazo entre ellos mismos y su mundo y hacerse una idea o una imagen de su destino que, si se reflexiona, no podría realmente concebirse ni por el pensamiento ni por los sentidos.

Esto es lo que me preguntas. La única respuesta que puedo darte es que por poco que el hombre sepa arreglárselas, hallará en la esfera que le es propia una vida que va más allá de las necesidades elementales, una vida superior; por consiguiente, una satisfacción menos precaria, más limitada. Así como toda satisfacción es una suspensión momentánea de la vida real, esta satisfacción más limitada es igualmente una suspensión, salvo que -y la diferencia es importante- a la satisfacción de las simples necesidades le suceda un estado negativo, como el sueño de los animales ahítos; pero si la satisfacción más infinita es seguida igualmente por una detención de la vida real, esta vida se produce en el espíritu, y el hombre se sirve de su fuerza para reproducir mediante el pensamiento la vida real a la cual debe esa satisfacción, hasta que la perfección y la imperfección propias de esa repetición espiritual lo arrojan a la vida real (Heidegger, 2008, 50).

¿Cuál es entonces esa relación sublime en la que está el hombre con aquello que lo rodea?

Ni él solo ni los objetos que los rodean pueden hacer sentir al hombre que existe algo más que un funcionamiento mecánico, que hay un espíritu, un dios en el mundo, pero una relación más viva con aquello que lo rodea, una relación sublime que lo eleva por encima de la necesidad. (Citando a Hölderlin. De la religión, III, 263)

El hombre está, con aquello que lo rodea, en una relación sublime que lo eleva por encima de la relación del sujeto con el objeto. Sublime aquí, no significa solamente que planea por encima, sino que busca alcanzar esa altura de la que Hölderlin dice, en algún lugar, que el hombre puede también caer en ella. “Entre nosotros, todo se concentra sobre lo espiritual, nos hemos vuelto pobres, para llegar a ser ricos” (Heidegger, 2008, 106).

Pero ¿qué puede significar lo anterior? La pobreza es un no-tener, es un carecer de lo necesario. Al contrario, la riqueza, es un no-carecer de lo necesario, un tener más allá de lo necesario. Empero, la esencia de la pobreza reposa en su Ser. En este contexto, las necesidades apremiantes y prioritarias del hombre se desdibujan cuando se supera el deseo de poseer al de necesidad. Nuestros deseos superan lo prioritario. Asimismo, el progreso técnico que vive el mundo moderno implica tanto un enriquecimiento como un empobrecimiento del hombre en su Ser en la medida en que la técnica hace que las cosas sean más fáciles, más ligeras; en la medida en que el hombre construya su propio ambiente, su propio aire y se proteja de él mismo, en la medida que todo es medible y todos nos hemos convertido en seres medibles y cuantificables. Los acontecimientos, la muerte y el dolor se digitaliza para la permanencia en el olvido.

La narración noticiosa y la in-visibilización digitalizada de los acontecimientos

Un acontecimiento de acuerdo con Badiou, es siempre localizable y está siempre en un punto de la situación, además se puede plantear que no hay acontecimiento natural, como tampoco acontecimiento neutro (1999, 201). Es decir, que en las situaciones naturales o neutras, solo hay hechos. La distinción entre hecho y acontecimiento remite, a la distinción entre situaciones naturales o neutras, cuyo criterio es global y situaciones históricas cuyo criterio –existencia de un sitio- es local. Solo hay acontecimiento en una situación que presenta al menos un sitio. El acontecimiento está ligado, desde su misma definición, al lugar, al punto, que concentra la historicidad de la situación (1999, 201). Por ello, el sitio es condición de ser del acontecimiento.

Ahora bien, pensar el acontecimiento nos remite necesariamente a pensarlo desde el lenguaje. Esta característica como lo anota Ricoeur aparece sólo en el movimiento de actualización que va del lenguaje al discurso. Es decir, la problemática del acontecimiento es significativa si se hace visible en el momento de la comprensión del mismo acontecimiento. En este sentido, si todo discurso se actualiza como acontecimiento, todo discurso es comprendido como sentido (2005, 26). Desde esta perspectiva, y de acuerdo con Ricoeur, el concepto de sentido permite dos interpretaciones que reflejan la principal dialéctica entre acontecimiento y sentido. Significar es tanto aquello a lo que el interlocutor se refiere, o sea, lo que intenta decir, y lo que la oración significa, o sea, lo que produce la unión entre la función de identificación y la función de predicación. Podemos hacer una conexión entre la referencia del discurso al que lo emite y el lado propio del acontecimiento. Es decir, que en esta dialéctica, el acontecimiento es el que habla (2005, 26).

Sin embargo, en medio de este escenario, donde se privilegian ciertas temáticas como asunto central de lo que se informa en los medios, se ve también que ciertos acontecimientos que pueden ser considerados como afectantes a la humanidad, como por ejemplo, terremotos, inundaciones, tsunamis, deslizamientos de tierra, deforestación, contaminación ambiental, entre otros, pasan empero como representaciones que a lo sumo perturban, por un instante, a los espectadores, pues ellos mismos no se ven interpelados a responder ante semejantes hechos; más bien, lo que suele ocurrir, en la mayoría de los casos, es que el espectador ante la magnitud de lo que tiene ante sí pone una distancia, que le sirve como medio de evasión pues con ello se aparta de la realidad, al considerar que esto que está ocurriendo no es asunto suyo. Solamente nos mueve la seducción de la información que pasa por los medios, empero esta seducción es tan ambigua como efectiva. Ahora, el que exagera puede ser sospechoso fácilmente de decir la verdad. El que inventa de estar informado.

Vemos entonces que por la inmediatez y la velocidad en que vivimos en la comunicación actual ya no existe un centro, solo está dada por el acontecimiento inmediato que no da tregua a una reflexión; solo se mide por el raiting del mercado y del espectáculo; del aparecer, del ocultar y no del pensar. En este contexto, podemos decir que la aparición de diferentes estructuras forman inmediata y simultáneamente parte de una corriente que obstaculiza la aparente transparencia de la información producida por los medios de comunicación. No importa en qué época nos encontremos y si han pasado algunas décadas, lo digital está ahí para recordarnos el dolor sufrido. Cada conmemoración de los acontecimientos muestran de nuevo las imágenes del horror y de muerte. Omayra no ha muerto, Omayra se repite una y otra vez. Las imágenes del dolor, las imágenes violentas, se vuelven irreales ante tanta repetición y nos encontramos ante la desconexión con el mundo. Siguiendo a Han en este punto, la sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual. La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio (2013, 13), convirtiendo a la sociedad de la transparencia en una sociedad informada y a la vez desconectada.

Por ello, pensar los medios de comunicación y su narrativa desde el análisis de la relación de éstos con la sociedad, es una entrada pertinente, especialmente si el interés es la lectura sobre el proceso simbólico que involucra la circulación de contenidos y la interacción comunicativa que se genera en la visibilización de un acontecimiento, es decir, en la comunicación pública del acontecimiento. La forma como el medio relata, narra el acontecimiento, pero también lo que estas narrativas mediáticas sugieren en su contenido, vinculan subjetivamente a las personas relacionadas con el acontecimiento y con el contexto en que se producen las noticias.

En consecuencia, los medios de comunicación se convierten en un espacio donde tiene lugar la representación simbólica con mayor alcance en la circulación del conocimiento y en la construcción de la cultura; han sido estudiados como instrumentos de comunicación para tratar de entender cómo es que operan en la interconexión con las personas, para relacionar a las personas con la sociedad y con lo que sucede en su entorno, han sido estudiados desde la configuración de lo público, de la esfera pública en tanto visibiliza asuntos de interés común; estudiados igualmente como una industria cultural propulsora de mecanismos de control ideológico en la perspectiva marxista de análisis de la economía política de la información para desentrañar los monopolios informáticos y los intentos desde diferentes grupos dirigentes de controlar la información.

No cabe duda que las noticias se constituyen como el ámbito donde la información visibiliza los diferentes acontecimientos que se suceden en el país. Sin embargo, las noticias no son un espejo de las condiciones sociales, sino un informe de un aspecto que ha sobresalido. Así pues, como lo afirma McQuail, nuestra atención es dirigida hacia lo más notable de una forma adecuada para su inclusión planificada y rutinaria como parte de noticias (1985, 410). Siguiendo al autor, en primer lugar, noticia significa oportunidad, temporalidad, es decir, concierne a sucesos muy recientes y recurrentes. En segundo lugar, las noticias no son sistemáticas, conciernen a sucesos y acontecimientos discretos, y el mundo visto a través de las noticias solamente consiste de sucesos inconexos, cuya interpretación no es esencialmente tarea de las noticias. En tercer lugar, las noticias son perecederas, sólo viven durante el periodo de actualidad de los sucesos para fines de registro y posterior referencia, las sustituyen otras formas de saber. Asimismo, los sucesos mencionados como noticias deberían ser inusuales o por lo menos inesperados, cualidades que resultan más importantes que su verdadero alcance. Además de inesperados, los sucesos de noticias se caracterizan por otros valores informativos que siempre son relativos e implican juicios subjetivos respecto al probable interés de la audiencia. En cuarto lugar, las noticias sirven principalmente para la orientación y dirección de la atención, pero no pueden sustituir el saber. Y finalmente, las noticias son previsibles.

Igualmente, otro factor que tiene relevancia en el anterior contexto, es si los sucesos que constituyen las noticias son visibles o no para el público o para los productores de las noticias. Hall (1973) habla de tres reglas básicas de visibilidad informativa; 1. Un vinculo con un suceso o acontecimiento, 2. La actualidad, y 3. Su valor informativo o relación con algo o alguien importante (McQuail, 1985, 412). Por ello, en el relato noticioso los valores informativos tienden a preferir sucesos referidos a individuos y países de prestigio y a acontecimientos negativos. Se considera que los sucesos ricos en dichos valores suscitan el mayor interés en las audiencias; además esos valores cumplen requisitos de selección. Los sucesos negativos, por ejemplo, las catástrofes, las matanzas y los delitos se suelen ajustar a la programación de la producción, son inequívocos y pueden ser personalizados (McQuail, 1985, 414). El material que comprende la mayoría de las entrevistas, noticias y documentales está editado e integrado dentro de una construcción audiovisual que difiere en cierta medida de cómo suceden los acontecimientos en realidad (Thompson, 1998, 147). Siguiendo a Thompson los acontecimientos experimentados a través de los media, están alejados espacialmente de los contextos habituales de la vida cotidiana.

Evidentemente, los medios de comunicación dejan por fuera la experiencia vivida, comprendida como la experiencia tal y como la vivimos en el transcurso de la vida cotidiana. La experiencia mediática es la que adquirimos a través de la interacción (Thompson, 1998, 293), que resulta condicionada a las formas de producción de las noticias y las otras formas de circulación y a las prácticas de consumo.

Ahora bien, es muy revelador respecto al tipo de sucesos que más probabilidades tienen de ser recogido como noticia y también, implícitamente sobre los que serán omitidos. En cuanto a las noticias nacionales, es del todo plausible que la presencia o ausencia de atención informativa dependa tanto de factores políticos y económicos como de valores informativos de quienes seleccionan las noticias y del valor informativo atribuido a los sucesos. Por ello, se determina cierta tendenciosidad informativa. (McQuail, 1985, 415). No todo acontecimiento que se sucede tiene carácter noticiable. No todo sufrimiento es visible a los medios, decisión que puede depender de las relaciones de poder que establece cada medio de comunicación.

Aportes desde la antropología a un fenómeno coyuntural

Los media solo se permiten contar una sola parte de la historia. Siguiendo en este punto a Arteta, no cabe duda que la información como construcción de la realidad implica el reconocimiento de formas de objetivación, regidas mediante prácticas institucionalizadas llamadas rutinas. En segundo lugar, la construcción de la realidad, es resultado de una práctica continuada realizada por unos profesionales en la supervisión de un entorno y en la ejecución de unas rutinas sometidas a la lógica de las organizaciones. En tercer lugar, este proceso informativo contribuye a descontextualizar un acontecimiento, a apartar un acontecimiento del contexto en que se ha producido, para poder descontextualizarlo en las formas informativas (2010, 59). Por ello, y desde la perspectiva de Arteta, la construcción de la realidad públicamente relevante es, por ende, atribuida simbólicamente a los profesionales de los medios.

En definitiva, los media han creado lo que podríamos llamar experiencia mediática; nuestra percepción de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia personal y de que la percepción de nuestro lugar en el mundo está cada vez más mediatizada por las formas simbólicas. Por tanto, la narrativa noticiosa deberá estar articulada a la experiencia vivida y a la interacción que se sucede con el otro y su mundo. Entonces, ¿cómo pensar la comunicación cuando existe una visión instrumental de ella? Todos nos encontramos en y con la comunicación y para poder pensar en ella hay que tomar distancia sin olvidar que se trata de una dimensión antropológica del hombre. Es decir, pensar la comunicación hoy implica asumirla desde el modelo de una sociedad masificada e individualista y, por supuesto, desde una individualización permanentemente hiperconectada; pero conlleva también preguntarse por el lugar del hombre en medio de la sociedad de la comunicación.

Referencias

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