Es una buena noticia
Todos los días, gracias a periódicos y revistas, a la televisión y la radio, a las redes sociales, nos informamos sobre lo que está ocurriendo en el país y en el mundo. Con velocidad sorprendente, una noticia sucede a otra, y en este contexto, un hecho en particular, por muy importante que sea, fácilmente puede pasar inadvertido o tener muy poco espacio. Los medios de comunicación tienen sus criterios para destacar o no un suceso, elevarlo a la categoría de titular, -chiva, primicia o escándalo-, comentarlo con mayor o menor despliegue, y en esta manera, controlar su impacto en la formación de opinión pública. Recientemente, los escándalos de corrupción que han indignado a los ciudadanos de varios países latinoamericanos, en los cuales se han visto involucradas numerosas figuras públicas, han merecido gran despliegue. De esa forma, un acontecimiento extraordinario en la historia de Colombia, no ha logrado capturar la atención del país y ser valorado en toda su magnitud. Se trata de la movilización de cerca de 6.900 guerrilleros, que con sus armas silenciadas, hace unas semanas se dirigieron a lugares determinados de la geografía nacional, donde hoy se hallan concentrados, dando cumplimiento a los acuerdos suscritos entre el Gobierno y las FARC. Es un hecho digno de especial reconocimiento, sin que por ello se desconozcan y menosprecien las dificultades que enfrenta un proceso tan complejo, con el cual se pretende superar definitivamente una larga confrontación armada. Sin la menor duda, podemos afirmar que es una buena noticia. Basta pensar en el número de vidas que se han salvado, la mayoría de ellas de jóvenes que forman en las filas de nuestras fuerzas militares y de policía; o que ingresaron en la guerrilla a temprana edad. Estos compatriotas, entre ellos muchos niños reclutados por la insurgencia, pueden ahora contemplar el porvenir con otros ojos. Y qué decir del sufrimiento de sus familias, que en las nuevas circunstancias sí tienen la posibilidad de reunirse con ellos y ya no sienten la zozobra de saberlos en combate. De igual forma, los escasos recursos económicos con que cuentan para vivir tantas familias en el campo no quedan bajo la amenaza de saqueo y destrucción. Además de estos imponderables beneficios que traen la desmovilización y la ausencia de hostilidades, se deben tener presente los logros en materia de seguridad para los ciudadanos, para su circulación por las vías del país, especialmente en zonas alejadas de las ciudades. Asimismo, debe recordarse la nueva orientación que puede hacerse de los fondos públicos que ayer eran esenciales para enfrentar a los alzados en armas o reparar sus daños a la infraestructura nacional. Claro que no se pueden desconocer los costos que implica el sostenimiento de esta transición y de los programas para la reinserción en la vida civil de estos ciudadanos que hicieron opción por la vía armada, desconociendo la ley, las instituciones y el orden social establecido. Indudablemente, hay temores y también desconfianza. Esto es comprensible teniendo en cuenta tanto los antecedentes como los intereses, a veces ocultos, de algunos actores de la vida nacional. No será fácil llevar a término lo relativo a la justicia transicional, con medidas de excepción que resultan controversiales; lo mismo que lo relativo al manejo de los bienes acumulados por la guerrilla y la lucha contra el narcotráfico. En todo caso, no puede haber tregua para asegurar la presencia del Estado en esos territorios donde la autoridad pública había perdido vigencia. Ahora bien, todos tenemos algo que aportar y mucho que aprender para que este proceso tenga los resultados esperados. Es imprescindible la buena voluntad, no solo de quienes suscribieron los acuerdos, sino de todos los ciudadanos, que deberíamos dejar de lado aspiraciones personales e intereses partidistas que se agudizan por estos días ante la proximidad de las elecciones presidenciales. No podemos olvidar que la construcción de una nueva realidad social, que no se puede plantear en términos de una ciencia exacta, con variables controladas y precisión matemática, exige una evaluación continua, con prudencia, sin triunfalismos, para poder reconocer los desaciertos y procurar enmendarlos. Es necesario entonces que reconozcamos, por una parte, el valor monumental del paso que hemos dado en Colombia, -porque tan solo es un paso-, para dejar atrás el país que se había acostumbrado a la guerra; y por otra, el enorme esfuerzo que debemos hacer para avanzar en esta nueva dirección. Todos debemos renovar el compromiso decidido con la sociedad incluyente y democrática, solidaria, donde sea posible convivir tranquilamente. Sí, el reto es inmenso, pero bien vale la pena seguir apostándole a la paz.