enero-febrero 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1324
Por: Juan Felipe Robledo | Poeta y profesor del Departamento de Literatura.



Con motivo de los primeros seis años de iniciada la colección de poesía de la Pontificia Universidad Javeriana, y teniendo en mente que en el 2015 dos de sus títulos fueron finalistas del premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura de Colombia, Programa de mano de Pablo Montoya, y Hábito del tiempo de Ramón Cote, y que otro de sus autores y miembro del comité editorial de la colección, Jorge Cadavid, ganó con el libro de poemas Los cuadernos del inmunólogo Miroslav Holub el premio nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, convocado por Idartes, queremos celebrar esta fecha, e invitar a los lectores de poesía a que conozcan nuestra colección, que ya llega a sus 17 títulos y una reedición. En la poesía de Pablo Montoya varias cosas nos entusiasman. Habría que nombrar su capacidad para sorprendernos, sacándonos de un adocenado mundo de imágenes cansadas, su precisa y elegante manera de hablar de un mundo que se amplía y contrae, catalejo maravillado que es, aquí, la palabra. Pero acaso no sea la sorpresa el elemento decisivo en la poesía de Pablo Montoya, sino su capacidad para quedarse a vivir en la memoria cuando hemos dejado sus páginas. Poemas en prosa, miniaturas, los poemas en prosa de Programa de mano son una claraboya a otro piso de nuestra conciencia, donde aquello que permanece silenciado en la historia y la imaginación vive de otra manera, más auténtica e inaprehensible. Las palabras de Pablo Montoya convocan a los músicos y las obras creadas por ellos en una suerte de danza lúcida y sutil que deseamos no se detenga, porque él nos ha enfrentado con su oficio de músico ensoñado, alquimista e historiador avezado, poeta del buril, con una manera distinta de conseguir que las memorias de otras épocas nos retraten más íntimamente que la imagen de nuestro propio rostro en el espejo del lenguaje, la da consistencia a aquello que, fugitivo, permanece y dura en nuestra conciencia. Arte de una profunda humildad, ofrenda al tiempo que quiere deshacernos y no lo consigue totalmente, la lección de Programa de mano permanece como una luz tenue y constante en la conciencia agradecida de un lector que, una y otra vez puede pasearse por sus páginas encontrando siempre un secreto regalo que le es ofrecido sin estrecheces, y con la lucidez y la maestría de un conocedor atento de los entresijos del lenguaje. Los poemas de Hábito del tiempo de Ramón Cote Baraibar nos ofrecen en su levedad el que parece ser el vuelo de una flecha, el instante irrepetible, nos hablan de la intimidad y el trato afectuoso con aquello que no debemos dejar que se haga rígido en la costumbre, juegan con la música, la naturaleza, el deseo, la sensualidad, las reflexiones sobre el poder y el paso del tiempo, y permiten que el amor y el deseo vividos con intensidad, los recuerdos mágicos de la niñez, la leal admiración y el tenaz esfuerzo, dejen su huella imantada en el paso de los días, canten sus derrotas y maravillas, y nos ofrezcan una nueva manera de permanecer vivos, deseando descubrir el mundo otra vez, con valentía, encontrando en la poesía una forma de permanencia poderosa e íntima, delicada y cercana. Fe en la palabra del poema y oficio que permite labrar el campo con sosiego, con el poder del terco que sabe dónde se esconde el tesoro y lo busca y le prodiga sus cuidados para que el fruto crezca y llegue sin temor a la boca, rumoroso canto que desea permanecer en tenues corazones y no reduce a fórmulas su fundamental llamado a la ternura, a la fortaleza, son fuerzas que viven en los poemas de Ramón Cote, y su lección de nostálgica confianza nos permite atravesar la noche y vislumbrar una mañana de pequeños milagros que no se desharán entre las manos, merced a la labor salvífica de la palabra que recuerda y nombra lo perdido. La poesía de Jorge Cadavid, autor de Heráclito inasible, libro incluido en el catálogo de nuestra colección, manifiesta una vocación por decir lo esencial en un lenguaje austero, creando un mundo que nace de un ojo que se detiene en el detalle amado, y sus versos tienen una acendrada vocación por lo reflexivo y, al mismo tiempo, permiten la creación de un espacio privilegiado para la imagen desnuda, que le da a su mundo poético esa desnudez y encanto propio que los lectores de poesía han valorado en los últimos años. Su poesía le da paso a un universo habitado por asombros y certezas, resultado de un hondo bucear en las posibilidades y límites del lenguaje para decir aquello que apenas sospechan las palabras que puede ser dicho, y nos ofrece una visión religiosa del mundo, más allá de cualquier definición doctrinal: pretende hacer que el ojo se pasee por la naturaleza y nos devuelve a nosotros plenos del mundo y, al mismo tiempo, nos hace penetrar en aquello que nos constituye de manera más íntima. La naturaleza que se hace cultura o la cultura transmutada en realidad natural es uno de los asuntos y ejes temáticos más apasionantes que recorren la voluntad de composición de los poemas de Jorge Cadavid. La voluntaria humildad de esta mirada poética, la forma como se detiene en las superficies dolorosas o maravilladas del mundo no puede llevarnos a engaño: esta poesía sigue el camino del austero observador que no quiere prescindir de ningún elemento para dar cuenta de la naturaleza íntima del universo, y así mostrarnos su fundamental misterio. Uno de los atributos esenciales de esta poesía es que se sirve de la inteligencia pero siempre reconociendo que lo decisivo no se resuelve por un simple acto de cognición, y le permite al lector vislumbrar ese sitio único, alado, en el que lo esencial parece ofrecernos otra nueva conquista cada vez, una que no es reductible a los logros del pensamiento, aunque se ha valido de ellos para llegar a ser en el mundo. Convocando la visión de una de las Adagia de Wallace Stevens, la poesía de Jorge Cadavid pareciera responder a este aserto: “El poeta representa la mente en el acto de defendernos de ella misma”.