Abril 2020 | Edición N°: Año 59 N° 1356 – Abril 2020
Por: María Fernanda Durán Sánchez | Profesora del Departamento de Historia PUJ y estudiante del Doctorado en Educación UPN



La historia de la humanidad y la historia de la enfermedad son inseparables. En este sentido, el análisis de las epidemias implica remontarse al momento en que los seres humanos decidieron asentarse en comunidad para sembrar la tierra. El sedentarismo permitió que la agricultura salvara a nuestros antepasados del peligro de morir de hambre ante el aumento poblacional, pero la domesticación de algunos animales trajo consigo una nueva amenaza ya que sus agentes patógenos conquistarían, de a poco, un nuevo huésped, el ser humano, cuyo sistema inmunológico no estaba preparado para hacerles frente.

El contacto con el ganado vacuno permitió la emergencia de enfermedades como la tuberculosis o la viruela y la convivencia con cerdos y con aves propiciaron el contagio de la gripa. Insectos como los mosquitos, responsables del paludismo y la fiebre amarilla, se multiplicaron en aguas estancadas y las pulgas, que previamente picaban a roedores enfermos, trasmitieron la temible peste bubónica que atacaba a los ganglios linfáticos, por solo citar los ejemplos más emblemáticos.

El primer registro de una epidemia en el mundo occidental nos remite al año 431 a.C., tiempo en el cual surgió en Atenas, en el marco de las Guerras del Peloponeso, una enfermedad, muy probablemente fiebre tifoidea, que arrasó con un tercio de la población.

Ya en nuestra era, Galeno describió, en el siglo II d.C., una epidemia que pudo tratarse de viruela o de sarampión y que se propagaría por todo el Imperio romano. La Peste Antonina, como se le conoció por ser causa de la muerte del emperador Marco Aurelio —miembro de los antoninos—, se extendió por tres continentes y mató al 10% de la población.

Se tiene conocimiento de algunas epidemias posteriores, no obstante, ninguna de ellas tuvo tanto impacto como la temible Peste Negra, acaecida entre 1346 y 1353 en algunas regiones de África y de Asia y casi en la totalidad de Europa. La «muerte negra» —llamada así por el color de las manchas que aparecían en la piel cuando el contagio entraba a la sangre— acabó con un cuarto de la población mundial, arrasando con la de 20 millones de personas.

Con la conquista y colonización del continente americano, se presentó un «intercambio patógeno» entre indígenas, españoles y africanos. La primeria epidemia en el Nuevo Mundo ocurrió en 1493 y pudo tratarse de una gripa trasmitida por cerdos que llegaron en los barcos españoles. Sin embargo, ninguna enfermedad causó tantos estragos en tierras americanas como la viruela. La disminución de la mano de obra indígena fomentó el tráfico de negros esclavos con los que viajaron, también, el paludismo y la fiebre amarilla, que presentó un primer brote epidémico en 1494. Por su parte, la aparición de la sífilis, después de los viajes de Colón, se propagó con gran rapidez en Europa.

La domesticación de algunos animales trajo consigo una nueva amenaza ya que sus agentes patógenos conquistarían, de a poco, un nuevo huésped, el ser humano.

El incremento poblacional en las nuevas y sucias ciudades industriales fue el escenario de emergencia del tifus que se convirtió en el mayor temor hasta la aparición, en el siglo XIX, del cólera. Londres sería el epicentro de una importante epidemia de esta enfermedad que cruzaría los mares y llegaría a Colombia, en 1848, por el puerto de Cartagena.

En el siglo XX se presentó la más mortífera pandemia en la historia de la humanidad. En 1918, en medio de la guerra, la irrupción de la Gripa Española significó la muerte de entre 25 y 50 millones de personas. Otros eventos gripales siguieron apareciendo a lo largo del siglo XX y XXI, pero ninguno alcanzó tal mortalidad. Merecen especial atención la Gripa Asiática de 1957 y la Gripa de Hong Kong de 1968, cada una con de un millón de víctimas.

En 2019, a un siglo del fin de la Gripa española, surge en China una nueva pandemia que hoy pone a prueba al mundo entero: el COVID-19. Los dos antecedentes inmediatos de epidemias causadas por tipos de coronavirus, diferentes a los que desataron la actual crisis, son el Síndrome respiratorio agudo severo (SARS), brote que apareció, en 2003, en Asia —y que llegó a Europa y América— y el Síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS).