Editorial
¡Llegó la Navidad! De nuevo nos encontramos en ese periodo del año que es especialmente propicio para la alegría y el descanso, para compartir horas con nuestros allegados, la familia y los compañeros de trabajo o estudio, la época en que la armonía busca nuevos caminos y el encontrarse cobra especial relevancia. Vuelven los adornos y las luces que recuerdan a todos el tiempo que vivimos; también el pesebre, con las imágenes de María y José, los esposos que, luego de algunas vicisitudes, finalmente hallaron refugio en un establo, donde un buey y un asno les hicieron compañía. En ese lugar, sin comodidades, lejos del bullicio de la ciudad, nacería Jesús, el Hijo de Dios.
La escena que recreamos de maneras muy distintas en un rincón de la casa, donde nos juntamos para rezar la novena y cantar villancicos, nos habla especialmente de la humildad del ser humano, esa virtud extraordinaria que engrandece al hombre y la mujer que reconocen que, si bien son únicos y algo poseen, -mucho o poco-, no son más que los demás. No olvidan que comparten con muchísimos seres como ellos, el don de la vida y los bienes de la tierra, la misma luz del sol y la lluvia que cae del cielo; que pueden ayudar a resolver las necesidades de los otros. Los humildes saben que todos, sin excepción, somos seres necesitados. Solo la humildad nos permite abajarnos y conocer el territorio de sombras y fragilidad que toda persona tiene; aceptarnos como somos, por supuesto, sin renunciar a la posibilidad de cambiar; y también, pedir la ayuda necesaria y recibirla con gratitud. De esta forma, nos vemos obligados a mantener ‘los pies en la tierra’. De ninguna manera, lo anterior significa sumisión, menosprecio o desconocimiento de la propia dignidad.
Ahora bien, frente a los humildes, encontramos a los soberbios, aquellas personas que se sienten superiores porque tienen dinero o estudios, o desempeñan un cargo que les da poder, y consideran que los demás no están a su nivel. Ellos piensan que el mundo gira a su alrededor y que solo sus intereses cuentan. En general, los acompaña la arrogancia y la ostentación, pues necesitan recordarles a los otros lo que ellos sí poseen; por eso aman la ‘alfombra roja’, que se extiende para dar paso a las celebridades. En ocasiones, se arman de una falsa humildad, -esto se nota-, que solo busca efectos sobre su popularidad y tal vez, tranquilizar en algo la conciencia.
Es cierto que la humildad puede florecer mejor junto a la pobreza; el ejemplo de Francisco de Asís al respecto, es elocuente. Sin embargo, el poder y la riqueza pueden compartir espacio con esta virtud que hace surgir lo mejor del ser humano, forja al bienhechor y lo encamina hacia una genuina filantropía. Expuesto lo anterior, queda claro que la humildad es un modo de ser y vivir que se hace evidente en el trato, que potencia, -y de qué manera-, la acción e influencia de las personas. Sin duda alguna, nos abre puertas y senderos, facilita la comunicación y la estimula.
Es oportuno igualmente recordar, así sea de manera breve, la importancia de la humildad en la relación con Dios, como quiera que es condición previa para poder tener una experiencia con Él. Así lo vivió Ignacio de Loyola y lo consignó en los Ejercicios Espirituales, justo antes de entrar en materia de elección, en unas cuantas líneas que tituló “tres maneras de humildad”.
Tal como lo anota Lisa A. Fullam, autora del aparte correspondiente a este tema en el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, esta es “una virtud central para quienes quieran seguir a Cristo con gozo y fervor”.
En este contexto, sobresale el acontecimiento que estamos próximos a conmemorar, que es precisamente el de Dios que se hace hombre y habita entre nosotros, el del poder que se expresa plenamente en la humildad. La Navidad nos ofrece en consecuencia, una magnífica oportunidad para reflexionar sobre las enseñanzas que surgen alrededor del pesebre y el verdadero significado de una festividad que señalan los almanaques de todo el mundo. Esas luces que titilan y crean un entorno de recogimiento, pueden iluminar también nuestra vida. El descanso que se avecina es merecido; es necesaria una interrupción en las rutinas que crean nuestra cotidianidad. Si aprovechamos bien esos días, estaremos en buena forma para retomar de nuevo el camino y continuar en la tarea de construir un mundo mejor, más ama- ble, donde haya espacio para todos.
“Solo la humildad nos permite abajarnos y conocer el territorio de sombras y fragilidad que toda persona tiene; aceptarnos como somos, por supuesto, sin renunciar a la posibilidad de cambiar”.
A los lectores de Hoy en la Javeriana saludamos de manera especial con ocasión de la Navidad y el fin de año, les deseamos unos días gratos y tranquilos en esta temporada, y que en 2016 haya salud, bienestar y prosperidad en todos sus hogares.