julio 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1329
Por: Hoy en La Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



Los grandes cambios en la vida de las personas, así como también en la historia de la Humanidad, por lo general se deben a seres humanos audaces, que se empeñaron sin condiciones en hacer realidad unos sueños que para algunos no ofrecían posibilidades de logro, y todavía más, eran una locura, una pérdida de tiempo y de recursos. La audacia, esa condición que se define como “la capacidad para emprender acciones poco comunes sin temer las dificultades o el riesgo que implican”, ha sido la característica de científicos y artistas, de exploradores y misioneros que con sus gestas ampliaron la visión del mundo y nos abrieron nuevos horizontes. Sin audacia, la conquista del espacio, por ejemplo, no hubiera dejado de ser un asunto de ciencia ficción limitado a historietas, cuentos y novelas. El mayor enemigo de la audacia es el miedo, que hace perder la confianza y, en ocasiones, tiene un efecto paralizante. Ciertamente, el miedo puede impedir que demos ese paso que nos adentra en el campo de las realizaciones, con éxito o sin él; ese paso que nos conduce a la experiencia y el aprendizaje. Esto explica por qué la audacia siempre aparece acompañada de coraje y valentía. Cómo no recordar en este contexto la audacia de Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, lo que fueron sus sueños, cómo se fueron aquilatando por el camino que decidió emprender, en medio de no pocas dificultades y enormes retos. Necesitó audacia para romper con su pasado y también con el futuro más probable que le esperaba y que, para su mundo, parecía a todas luces, muy prometedor. Ignacio fue capaz de atreverse a tomar un camino distinto, que lo llevaría a situaciones y lugares no previstos, en el cual surgiría poco a poco ese legado que hoy, cinco siglos después, sigue teniendo impacto en la historia de los seres humanos. Esta reflexión que hoy compartimos, nace del mensaje originado en la última Congregación General de la Compañía de Jesús, que tuvo lugar en Roma a finales de 2016, y que fue objeto de estudio en la reciente reunión de la Provincia Colombiana. Precisamente en esa Congregación General, el P. Arturo Sosa, S.J., elegido Superior General de la Compañía, se refirió a la audacia que hoy se requiere en las personas “que buscan testimoniar su fe en el complejo contexto actual de la humanidad”; y planteó ir aún más allá de la propuesta inicial, formulada por el P. Bruno Cadoré, Superior General de los Dominicos, así: intentar “la audacia de lo «improbable»”. La dramática situación actual fue descrita por el Padre Cadoré en estos términos: “el mundo está desfigurado por aquellos que acumulan lo que no les pertenece, por aquellos que persiguen antes que nada sus propios intereses, construyen un mundo sobre la sangre de muchos olvidados que son manipulados, inventan continuamente nuevos ídolos. Violencias que desfiguran el rostro humano en las personas, las sociedades y los pueblos”; para concluir que “lo más improbable, en este contexto, tal vez no sea derrocar con nuestras manos humanas y dentro de los límites de nuestra inteligencia y de nuestras capacidades, tales violencias para poner el mundo un poco más al derecho”. A partir de esos planteamientos y del trabajo realizado por la Congregación General, el Padre Sosa reformuló la propuesta de la siguiente manera: “nuestra audacia puede buscar no solo lo improbable, sino lo imposible”; y precisó “cuanto hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que vive en paz en una casa común bien cuidada, donde hay lugar para todos, porque todos nos reconocemos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único Padre”. Al analizar la realidad del mundo contemporáneo y, en particular, la de nuestro país, no nos queda duda sobre la audacia que necesitamos. Hoy en día, esa audacia que ha permitido resultados extraordinarios en el saber, nos resulta esencial para avanzar en otros frentes, para buscar soluciones a los graves problemas que aquejan a la Humanidad y la avergüenzan, porque resulta inexplicable que ante esa impresionante capacidad de hacer el bien y de crear cosas absolutamente maravillosas, no podamos asegurar las condiciones básicas que aseguren una vida digna para millones de seres humanos que habitan la Tierra. Nuestra Universidad hace eco, entonces, a la invitación que escuchamos hace unos meses en Roma. Que el espíritu y la actitud propias de hombres y mujeres audaces impregnen nuestro quehacer, de tal forma que aquello que nos parece imposible deje de serlo. Solo así nuestro servicio al país y nuestra contribución a la construcción de un mundo mejor serán más significativos y trascendentes.