junio 2010 | Edición N°: año 49 No. 1258
Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J. | Pontificia Universidad Javeriana



Reflexiones sobre la situación de la Iglesia

La historia de la Iglesia está marcada por múltiples herida: Las sangrientas persecuciones romanas de Nerón y de Decio, el desgarrador Cisma de oriente, las reformas de las Iglesias centroeuropeas, los cuestionamientos radicales de los ‘maestros de la sospecha’, las amenazas de los totalitarismos de izquierda o de derecha que dominaron el siglo XX. La experiencia nos enseña que cuando la herida ha sido causada por un agente externo, la capacidad de respuesta ha sido extraordinaria y la Iglesia ha podido sobreponerse a las consecuencias destructivas de la crisis. sin embargo, cuando las heridas han venido de dentro, la reacción ha sido pobre y tardía. Hoy estamos viviendo una grave crisis que tenemos que enfrentar con transparencia y honestidad. Dentro de las consecuencias que ha producido la actual crisis que enfrenta la Iglesia, no hay una más perjudicial que estar perdiendo la confianza que los creyentes han puesto en ella a lo largo de su historia. Lo que caracteriza la situación actual de la Iglesia, es que la confianza que ha inspirado durante siglos, está gravemente herida. La crisis desatada por los casos de pedofilia, no es más que un síntoma dentro de una cadena de procesos que han ido minando la confianza de los creyentes en la Iglesia.

También estamos viviendo un tiempo de desaliento y desencanto, puesto que los cambios que debería haber hecho la Iglesia, a partir de los impulsos del Concilio Vaticano II, no han tenido el efecto esperado y más bien se ha originado una fuerte tendencia restauracionista, que pretende recuperar el puesto de la Iglesia en medio del mundo, a partir de una ‘vuelta a la gran disciplina’ (Libanio). Este conjunto de procesos ha ahondado la pasividad, que ha caracterizado al pueblo cristiano durante siglos. Para la mayoría de los creyentes la Iglesia son sus pastores y, por tanto, los fieles no tienen una palabra válida y pertinente. en este sentido, no es extraño que cuando se siente la gravedad de la crisis, los fieles miren hacia otro lado y señalen a los pastores como los encargados de poner orden y ofrecer soluciones a los problemas que aquejan a todo el cuerpo eclesial.

La etimología latina de la palabra confianza –fiducia– proviene de fides, fe. Reconstruir la confianza es restablecer la fe. Y la fe, en nuestro contexto cristiano, sólo se debe a Dios en su triple autodonación al hombre. esto no significa que no debamos tener fe en la Iglesia, pero tal vez, este ha sido uno de los problemas del momento actual: Los fieles han perdido la confianza y, por tanto, la fe en la Iglesia, pero tal vez se han olvidado que Dios es mayor que la Iglesia y que la confianza en la Iglesia no tiene su fundamento en ella misma, sino solo en Dios… La Iglesia es santa y pecadora y sigue bajo la acción santificadora del espíritu que el Padre y el Hijo nos han regalado. Por otra parte, no hay que perder de vista que la Iglesia no son solo sus pastores, sino el cuerpo entero con la totalidad de sus miembros y que tiene que saber reaccionar como un todo. en este tiempo de crisis la invitación que debemos escuchar es a poner nuestra confianza en Dios, tal como se nos revela en Jesús. esto que muchas veces ‘se supone’, es necesario recordarlo siempre y, particularmente, en estos momentos de crisis. Por allí pasa el proceso de renovación que la Iglesia necesita hoy. “el giro que necesita el cristianismo actual, la autocorrección decisiva, el cambio básico consiste sencillamente en volver a Jesucristo: centrarse con más verdad y fidelidad en su persona y en su proyecto del reino de Dios. No es exagerado decir que esto es lo que puede marcar de manera decisiva y positiva el futuro del cristianismo. esta conversión más radical a Jesús, el Cristo, es lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia los próximos años” (Pagola) .