La dimensión internacional de la crisis venezolana
La hipercentralizada economía del petro-Estado vecino colapsó por una letal combinación: la adicción al gasto público y la caída de los precios del petróleo. Desde 1999 hasta hoy, el crudo pasó de un 65% a un 98% en el conjunto de las exportaciones venezolanas. Pero las causas de este colapso –y sus potenciales consecuencias- también tienen una dimensión política internacional que merece observación desde el país más expuesto al fenómeno: Colombia. El liderazgo de Hugo Chávez encajó con la cultura política venezolana previa a la democratización. Un hombre fuerte, carismático, de formación militar y origen popular, logró animar a un país desencantado con los partidos políticos y atrofiado por efecto de la dependencia petrolera. Chávez desplazó a los partidos, pero no al modelo rentista. Por el contrario, hizo de la renta el pilar de su “Revolución Bolivariana”, y de la Fuerza Armada, su adalid. Su heredero designado, Nicolás Maduro, militarizó aún más el entorno presidencial, dada su evidente debilidad post-carismática. Tanto en la etapa de Chávez como en la de Maduro, las relaciones con regímenes autoritarios ha sido clave para la evolución y el sostenimiento del proyecto chavista. La principal relación ha sido con Cuba: Venezuela ha financiado el sostenimiento del régimen cubano y esto le ha permitido maniobrar con cierta libertad en el sistema internacional. Y aunque el colapso económico venezolano es uno de los factores de la reaproximación entre La Habana y Washington, el cambio de la administración Obama a Trump, ha limitado este reencuentro y ha reposicionado, a la exhausta Venezuela, en el cuadro de prioridades cubanas. Para el gobierno de Raúl Castro una transición en Venezuela podría ser casi tan catastrófica como para la cúpula civil y militar del propio chavismo. A los miembros de esta última les llevaría a la pérdida de privilegios y libertad. Y el primero, tendría que encarar una apertura económica sin las capacidades financieras para preservar el mando del partido único. De allí que Cuba siga siendo un actor fundamental en el drama venezolano. Pero no es el único, pues dos grandes potencias son también protagónicas: China y Rusia. Beijing es el principal acreedor de Caracas. Y aunque ha sido prudente en su posición con respecto al futuro político de Venezuela, le preocupa el de sus inversiones -sobre todo en la Faja Petrolífera del Orinoco-. En cambio, la Rusia de Putin se ha mostrado crecientemente solidaria con el gobierno venezolano, tanto por afinidades políticas como por convergencias geoestratégicas en el Caribe. Recientemente, Washington, por previa recomendación del presidente Juan Manuel Santos, trató de llevar el caso de Venezuela al Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, la posibilidad de un debate pleno fue tempranamente abortada. Además, se presupone que China, pero sobre todo Rusia, podrían vetar cualquier resolución contra el gobierno de Maduro. Los posibles escenarios no son alentadores para la seguridad y estabilidad de la región, y el momento no puede ser menos oportuno para Colombia. Mientras se lucha por la implementación de los acuerdos de paz y el país entra en un nuevo ciclo electoral, la vecina Venezuela se convierte en la mayor fuente de perturbación hemisférica. Eventos recientes aducen que la tregua de Santa Marta, de agosto de 2010, se agotó, y que las posibilidades de nuevos desencuentros colombo-venezolanos están por emerger. Mientras tanto, una crisis humanitaria amenaza con rebasar las capacidades de las zonas fronterizas colombianas. Sólo una acción multilateral que incluya a Colombia, a Cuba y a las grandes potencias, podría tener un efecto real para aliviar la crisis venezolana. El problema es encontrar espacios para una transición controlada. Pues lo que está en juego es la supervivencia misma de un movimiento político de tanto impacto latinoamericano como lo es el chavismo.