Lo digital en las humanidades y las humanidades en lo digital

Ecología de medios y humanidades digitales. ¿El ocaso de la erudición? Algunos apuntes previos

Sergio Roncallo1

Mi intención básicamente es dejarles diversas preguntas a propósito de algunas ideas de McLuhan y la ecología de los medios, y sobre todo pensar de manera concreta, desde las humanidades digitales, qué es el texto como tal y qué han significado sus cambios en la investigación, la lectura y la docencia. De ahí el título de mi ponencia.

Esta es una frase muy conocida de McLuhan, ya desde los años sesenta: “vivimos en un momento con una gran sobrecarga de información”. Hoy, en el siglo XXI, esto es mucho más evidente y en especial uno de los grandes retos cuando pensamos en las humanidades digitales. No es ningún secreto que la sobrecarga de información organizada en las miles de bases de datos y repositorios que tenemos a nuestra disposición han modificado nuestra forma de hacer investigación. Sin embargo, tampoco podemos olvidar —y este es uno de los puntos que quiero defender en esta presentación— que estas nuevas formas de investigar también han abierto una serie de cuestionamientos éticos que no podemos dejar de examinar.

Yo creo que lo que buscamos en el panel de hoy es pensar en cómo se transforman las humanidades en una ecología mediática. La primera colega, Carolina Botero, sostenía que existían todavía problemas de acceso; es decir, hablaba de la existencia de una brecha digital. A mi juicio, el problema del acceso no es realmente tan relevante hoy en día. La discusión, más bien, debe girar en torno a la alfabetización; es decir, el acceso lo podemos tener todos, pero de nada sirve si no sabemos qué hacer con las tecnologías. Por ejemplo, podemos crear un programa en el que el Ministerio de Educación dote a los colegios públicos de tabletas, pero si no hay un programa de alfabetización paralela que enseñe a los niños a usar las tecnologías, ellos las usarán únicamente con fines de ocio y entretenimiento.

Sin embargo, el tema es aún más complejo. Por ejemplo, en nuestras instituciones académicas de educación superior, construidas a partir de ambientes controlados en los que tenemos espacios de discusión, como congresos, aulas de clases, seminarios, cursos, etc., damos por hecho que todos estamos capacitados y que todos estamos alfabetizados —no solo digitalmente, sino en todos los demás niveles—. En otros términos, partimos de la base de que todos sabemos escribir, leer, poner comas, tildes, citar; tenemos conocimiento acerca de normas de citación académica y demás facultades, por el hecho de que todos somos universitarios. Pero, de hecho ¿todos tenemos esas habilidades? Y pasando a la alfabetización digital, ¿podríamos decir, hablando desde las universidades, que todos somos alfabetos digitales? Aquí vuelvo a una de las preguntas centrales del panel: entonces, ¿cómo se transforman las humanidades digitales?

De alguna manera, las humanidades digitales van más allá del simple uso de herramientas dentro de las humanidades. En este punto coincido con Bárbara Bordalejo, quien dice que estas forman un nuevo tipo de término, que, como yo las entiendo, son una especie de reinterpretación de lo que significa el hacer humanismo. En ese sentido, no voy a hacer de lo que viene un abordaje de todas las humanidades y todo el universo de lo digital, sino que me centraré en un solo punto: el texto digital. Para entender el texto digital es necesario, primero, hablar un poco del texto en general, porque incluso hasta nuestros días —aunque se nos diga lo contrario— seguimos siendo una cultura netamente idólatra, en la medida en que seguimos apegados al texto. Cualquier persona que sea profesor sabrá que si uno les pide a sus estudiantes que le contesten una pregunta a través de imágenes, todos se enredan: “no profe, mejor un texto, es que a mí me va mejor escribiendo”.

Ahora bien, pasemos al texto digital. Me gustaría traer a colación una de las propuestas de Vannevar Bush, quien en uno de sus textos imaginó una máquina que nunca nadie creó, a la cual le dio el nombre de Memex. Esta fue la primera idea de una máquina que cumpliera la función de digitalizar texto. La función principal de la máquina es digitalizar texto procesado y que, de alguna manera, el usuario pueda tomar notas, reapropiarse del texto y, en últimas, reconstruir el texto. Esto nos conduce —o al menos a mí— de vuelta a la propuesta central de McLuhan; esto es: “no importa el contenido, lo que importa es el medio”. En efecto, si volvemos a McLuhan nos damos cuenta de que hizo toda una radiografía de la tecnología escritural en cuanto elemento constitutivo de la modernidad; es decir, no hay modernidad sin escritura. Así de crudo; la modernidad hegemónica, opresiva, la que no nos gusta, es una modernidad escritural.

Esa modernidad alcanza su punto máximo con un experimento escritural como la enciclopedia. A este punto álgido en la relación escritura-hombre McLuhan lo llamó el homo typographicus. En ese sentido, vemos cómo la relación humanidad-tecnología es una relación coconstitutiva —como plantean Stiegler y otros autores—, según lo mencionaba Carlos Barreneche en su presentación. No es por demeritar a Carolina Botero, pero la tecnología no puede concebirse como mera prótesis, como externalidad, porque cuando pensamos la tecnología, el objeto de estudio no son los softwares avanzados y las máquinas que los sostienen, sino el ser humano. De no ser así, nuestra preocupación central de estudio realmente serían las máquinas y los softwares, y, en consecuencia, nuestros análisis se estancarían en la tarea de identificar las cuestiones técnicas de los aparatos y la capacidad de su procesamiento de información. Esta visión prometeica de la tecnología es muy peligrosa, y de algún modo nos resulta muy razonable, porque la máquina y sus mejoras técnicas parecen ser siempre elementos que nos llegan de afuera; esto es, que se nos imponen.

Ahora bien, en relación con lo anterior, déjenme hablarles de Ernesto Priani. Él ha sido uno de los humanistas más importantes en América Latina en relación con las humanidades digitales. Priani escribió un artículo en el que analiza cómo cambia el estudio cuando se empieza a trabajar con textos digitales. Muchos piensan que la división entre texto análogo y texto digital es, sobre todo, una distinción en términos de soporte, cuando en realidad es algo mucho más complejo. Para Priani, en efecto, la digitalización del texto no implica solamente el paso a la pantalla, sino que también implica la necesidad de repensar la relación que se tiene con el texto. No se produce la misma aproximación a un texto digital que a un texto impreso, porque el texto digital, al ser información, tiene muchas más posibilidades en términos de dinámica e interacción.

Ahora quiero presentarles unos ejemplos de cómo la digitalización ha cambiado los textos y las prácticas de lectura de manera drástica. Esta es la biblioteca digital Perseus, que es un clásico. A los que por la formación escogimos o nos tocó estudiar lenguas clásicas, este era el mejor lugar para hacer trampa en los exámenes de griego y latín. Aquí están digitalizadas casi todas las obras clásicas de Roma y Grecia. De hecho, en los textos digitalizados de la plataforma, todas las palabras tienen hipervínculos y estos conducen a otros cuadros de texto que contienen todo el análisis morfológico de la palabra. De este modo vemos cómo se generan nuevos tipos de interacciones con el texto y de prácticas en las lecturas. Otro ejemplo de digitalización de textos es el repositorio llamado The Alchemy Web Site, para quienes les gusta la alquimia. En esta página se encuentran digitalizadas todas las obras clásicas de la alquimia. Si analizamos de manera más detenida, nos damos cuenta de que estos dos ejemplos de textos digitalizados permiten un acercamiento distinto a la lectura. Los textos digitalizados están sistematizados de tal manera que permiten hacer búsquedas extremadamente específicas dentro del texto.

En esa medida, vemos cómo se pasa de tener una lectura larga, solitaria, continua, a una relación mucho más efímera con el texto. De una manera sintética podríamos decir que este nuevo tipo de lectura es mucho más cercana a la expresión “vamos a lo que vamos”. Al respecto, recuerdo a un colega, muy reconocido en el ámbito académico, que decía que le encantaban los textos digitales, porque no se los tenía que leer en su totalidad.

En este sentido, la digitalización no implica un cambio de soporte, sino el cambio hacia una relación más utilitaria con el texto. Aquí vale la pena aclarar que no estoy haciendo un juicio de valor, sino explicando un cambio en las prácticas de lectura y, a su vez, en las prácticas de docencia y de investigación. En consecuencia, así como en la lectura, en el ámbito de la investigación se empiezan a formar unos hábitos más utilitarios en la relación con el texto, que en últimas, en mi opinión, conducen a lo que me gusta llamar la crisis de la erudición.

La crisis de la erudición no es la crisis de la asimilación del conocimiento y la extinción de este, sino el cambio de la representación de aquel erudito —propio del renacentismo— que se conocía los textos de memoria y que podía recitar pasajes enteros, a una nueva representación de la erudición. De la mano de este cambio está también la transición hacia un nuevo humanismo. En la universidad estamos haciendo un experimento local, el profesor Juan Fernando Mejía de la Facultad de Filosofía, junto con otros profesores, está construyendo una biblioteca virtual del pensamiento filosófico en Colombia. Esto es apenas un proyecto en proceso de ensamblaje. La idea es que, además de la clasificación de los textos tradicionales, también existan marcas, una especie de etiquetas (tags); se trata de incluir elementos para tratar de solucionar las dificultades que se suelen tener con las bases de datos, como Scopus, cuando la palabra de búsqueda de los artículos está mal marcada y no encuentra absolutamente nada acerca del tema que uno está investigando.

Si abordamos este fenómeno, ahora, desde la teoría, pienso que el concepto de Carlos Scolari de hipermediaciones explica bastante bien este cambio fundamental que ocurre en la digitalización de los textos. El paso de la mediación a la hipermediación es básicamente la transformación a escalas semántica y material; es decir, comporta la transformación de los textos a información, a bits, a código binario, lo cual permite un nuevo acercamiento al texto y un nuevo tipo de manejo de este.

Por ejemplo, aquí tal vez casi todos han trabajado algún programa de computador. Normalmente, sin importar lo que el programa desarrolle —audio, video, texto, etc.—, su interfaz es más o menos la misma; es decir, poseen los mismos menús, inicios, herramientas de edición. Esto se debe a que al final todo es información y todo lo manejamos de la misma manera. Dicha tesis se conecta con lo que plantea Lev Manovich en su reciente publicación, titulada Software Takes Command, en la que justamente nos dice: “hoy tenemos que buscar las respuestas a los grandes dilemas de la comunicación en el software”.

En últimas, yo sí creo que la crisis del erudito —ese académico encerrado en la biblioteca— ha cambiado la manera de abordar los textos y la escritura. Sin embargo, esto no quiere decir que no existan críticas o que no haya peligros en torno a estas transformaciones. Por ejemplo, una de las críticas principales es que la gente está citando sin leer, mientras que paralelamente, gracias al uso de estas herramientas, ha aumentado el número de citas. Resulta irónico que un texto que tiene 10 páginas posea 40 citas. De ahí la pregunta: ¿estamos leyendo o simplemente estamos citando? ¿La idea de construir grandes repositorios digitales contribuye a que haya una mayor profundidad sobre los temas o a que solo presentemos estados del arte aparentes?

Claramente hay posturas, desde los humanistas clásicos, con argumentos muy convincentes, que sostienen que este tipo de prácticas han empobrecido la reflexión. Esto es un largo debate que seguirá apareciendo por un buen rato en este tipo de espacios. En últimas, vivimos en un tiempo en el que el ecosistema mediático está cambiando, lo que nos obliga a repensar las prácticas de lectura, escritura y producción.


1 Doctor en Filosofía y magíster en Comunicación de la Universidad Javeriana, filósofo de la Universidad de los Andes. Ha sido profesor e investigador en las Universidades de los Andes, Jorge Tadeo Lozano y Javeriana. Desde 2011 es profesor asociado y director del grupo de investigación Cultura Audiovisual de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana. Es editor de la revista Palabra Clave. Sus intereses de investigación giran en torno a la Media Ecology y la teoría de la comunicación. sergioroncallo@gmail.com


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