IV. presentación

Mirada estrábica sobre el panorama de la investigación comunicativa colombiana

Germán Rey1

Las miradas estrábicas, así como las miradas estereoscópicas, tienen su encanto. En las primeras, la visión se tuerce y se aleja de la dirección correcta; mientras que en la segunda, el cerebro integra dos imágenes en una sola. En una, la dispersión; en la otra, la unidad. Hace años, Roger Caillois escribió un bello texto sobre la mirada diagonal, que permite observar trazos y matices que la mirada normal excluye o desconoce.

Los acontecimientos comunicativos pueden verse de manera diferente. He tenido recientemente dos experiencias que acentúan la diagonalidad, lo estrábico: el Premio Gabriel García Márquez de Nuevo Periodismo y la Sociedad del Rayo. El primero se ha convertido en un catálogo de lo mejor del periodismo escrito en español y en portugués, y la segunda, promovida por el Instituto Distrital de las Artes (Idartes) de Bogotá, en una suerte de cofradía excéntrica del pensamiento sobre las artes y las nuevas tecnologías. Hace años recibí una carta de invitación firmada por Gabriel García Márquez y Lorenzo Zambrano (CEMEX) para formar parte del Consejo Rector del Premio de Nuevo Periodismo, en ese entonces respaldado por CEMEX y hoy en día promovido por la Alcaldía de Medellín y varias destacadas empresas privadas antioqueñas. La invitación al restaurante Fouquet del hotel Camino Real en Ciudad de México ha sido de una gratificante persistencia en el tiempo. Y también en el tiempo se han podido constatar los recorridos del periodismo iberoamericano en tiempos de crisis e incertidumbres.

Nunca antes, como pasa ya desde hace unos años, el periodismo ha tenido que enfrentar desafíos tan descomunales: la presión de gobiernos autoritarios, la fractura del modelo de negocio tradicional, el impacto de las tecnologías, los desbalances económicos de los medios, los cambios en los sentidos sociales de la información y la violencia contra los periodistas en países como Colombia y México.

Pero, junto con todo ello, una mirada estrábica nos permite observar el maravilloso movimiento del periodismo. Se afirman valores originarios del periodismo, como el contar historias, el investigar, el proceder con rigor y precisión, el deliberar y tratar de poner en práctica una consistente actitud ética en el periodismo. Hay un interés por la calidad periodística y un riesgo para hallar nuevas maneras de narrar en las multipantallas y los nuevos soportes digitales. Se están haciendo experimentos muy valiosos de minería de datos, de visualizaciones atrevidas, más allá del campo trazado por las infografías; de fusión de diversos lenguajes (texto escrito, animación, cómic, video, música); de funciones periodísticas, como el chequeo de información emitida desde los poderes; de trabajos periodísticos colaborativos, en los que participan periodistas de diferentes países; de construcción de agendas ascendentes, con participación de los públicos; de renovación a veces irónica y lúdica de la opinión pública, tan habitualmente acartonada y pontifical; de surgimiento de colectivos autónomos de producción de contenidos; de medios con mayor independencia del capital económico o de los políticos habituales.

He visto portales especializados en temas sociales, en información política o del medio ambiente, en un manejo de lo económico diferente al que estábamos acostumbrados, y he observado un crecimiento de libros periodísticos dedicados a la crónica de estos “nuevos cronistas de Indias”. En fin: lo que veo es una vida muy activa, sugerente y esperanzadora del periodismo latinoamericano. A todo ello se suman nuevos habitantes de los territorios informativos latinoamericanos: Plaza Pública, El Faro, Animal Político, Civio, La Silla Vacía, Run Run, Chequeando, El Picotazo, Convoca.Pe, Connectas, Agencia Pública, Universo Centro, Nómada, Anfibia, Vice, Cerosesenta, Ojo Público, entre otros.

Se trata de proyectos periodísticos más que de medios; con capacidad de riesgo, focalizados en grandes temas nacionales o transnacionales, que conectan la escritura con la imagen y las redes sociales, con una perspectiva más activa de las audiencias e interacción inmediata. Rompen con las taxonomías informativas tradicionales, se parecen más a emprendimientos para la sostenibilidad, promueven iniciativas colaborativas entre proyectos, subrayan el valor de la narrativa y han incorporado los intereses de los jóvenes que hace tiempo habían perdido los medios tradicionales.

La Sociedad del Rayo une el significado hermético de la palabra sociedad con la fulgurante y simbólica figura del rayo. Es un grupo de artistas, intelectuales e investigadores nacionales e internacionales que se han unido, gracias a la Secretaría de Cultura de Bogotá, por medio del Idartes, para reflexionar sobre las relaciones entre artes, tecnologías, culturas científicas y ciudad.

La Cátedra UNESCO de la Pontificia Universidad Javeriana se ha convertido en uno de esos panoramas ricos para miradas estrábicas, porque ofrece un aumento de las propuestas de investigación y otras “salidas” investigativas que demuestran claramente que por fortuna hay vida más allá de la indexación y la formalización de la ciencia que se ha tomado a la gestión de la ciencia en nuestros países. Hay un aumento de las experiencias que le dan importancia a la reflexión sobre la irrupción de la tecnología en la comunicación y la vida de la gente: transmedia, medios digitales, museos virtuales, podcasts, publicidad digital, gamers, videojuegos, usuarios interactivos, remarketing móvil, migraciones mediáticas, alfabetismos transmediales; son formas comunicativas que aparecen cada vez con más fuerza en el horizonte de los investigadores jóvenes y que ya tienen un lugar en el paisaje de la investigación comunicológica colombiana. También hay una evidente participación de la exploración sobre el mundo virtual en los campos más asentados de la investigación comunicativa: política y Facebook, movimientos sociales digitales, construcción de paz y redes sociales, actores políticos emergentes e internet, mercados campesinos en el escenario de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC); estos son algunos de los temas que se visualizan en el presente panorama investigativo.

Todo ello indica que el flujo incesante de innovaciones ha tocado la vida de los colombianos y colombianas por numerosos flancos: su vida cotidiana, la actividad económica, el sistema jurídico y, sobre todo, la vida social. Y por supuesto, ya tiene un lugar merecido también en la investigación. Ojalá que estas investigaciones salten de los anaqueles a los debates públicos y la apropiación de la ciudadanía, porque ya algunos de los grandes debates mundiales y locales se están dando en el campo de las tecnologías y su uso social. Por ejemplo, en las formas de vigilancia y control, en sus vínculos con los sistemas de seguridad, en las relaciones entre contenidos y tecnologías o en las características de lo que ya se está llamando en Colombia la nueva autoridad convergente, que muy seguramente terminará con la ANTV y la unirá con la Comisión de Regulación de las Comunicaciones, en una fusión que va mucho más allá de lo simplemente normativo.

Persisten las preocupaciones sobre la paz, las evoluciones del conflicto y la comunicación, aunque ahora en otro registro histórico: junto a los trabajos sobre memoria, hay investigaciones sobre el posconflicto y la situación de la paz en las regiones. En la corriente de estos estudios hay dos grandes coincidencias: unos hacen análisis generales y otros, por el contrario, enfrentan temas moleculares desde la perspectiva de la paz. Se sigue profundizando en los fenómenos mediáticos comunitarios, aunque en casos particulares; por ejemplo, en el resguardo Ticoya.

El mundo de las representaciones sigue atrayendo a los investigadores. En esta categoría se encuentran trabajos sobre representaciones de paz en jóvenes estudiantes universitarios, la representación del conflicto en el cine colombiano o la representación de la eutanasia en medios de comunicación. Habría que profundizar más críticamente en lo que significa esta tendencia investigativa y poner a prueba los conceptos y metodologías de estudio de la representación; sobre ello existe ya una importante literatura.

Se percibe, también, el impacto de las industrias culturales en la investigación comunicativa, sobre todo por el énfasis en la creatividad y experimentación en las artes y la educación, el análisis de las narrativas emergentes, la atención a la música, el cine y la relación con los medios tradicionales.

Llama la atención el descenso del interés por la televisión y la persistencia de la radio, la atracción por las otras memorias (memorias de nuevos vecinos-territorios de ladera; memorias, etnias y narrativas audiovisuales), y ciertos temas insulares que la mirada estrábica capta de inmediato, como las representaciones sociales de los snacks, la indagación sobre las relaciones entre psicoterapia y juegos de rol, el intercambio académico en Colombia o el retrato de la experiencia de un brasileño en Colombia, quien hace recordar con nostalgia los diarios y cuadernos de bitácora de siglos anteriores.

Cuando se pasea la mirada diagonal sobre los trabajos presentados en la Cátedra UNESCO se encuentran recorridos que van entrelazando los intereses de los jóvenes investigadores: la revisión de los jingles de los años ochenta, el consumo de los productos culturales coreanos, los nuevos museos itinerantes, la transición de la televisión digital, los mercados campesinos y las tecnologías, la ciudad de datos y el periodismo ciudadano en YouTube. Hay un interés por las manifestaciones creativas en el entorno digital, al relacionarlas con los problemas de las regiones y la sociedad en general.

En un artículo de Rodrigo Fresán sobre Nabokov, el autor escribe algo que ayuda a interpretar lo que está pasando en la investigación comunicológica de los jóvenes en el país:

A los profesionales de bata les atrae la posibilidad de hallar algún orden secreto en el caos de lo creativo. Esta separación de campos y polaridades es, por supuesto, más que engañosa y muy representativa de nuestro presente. Como bien avisó James Graham Ballard —de formación psiquiátrica— “en los últimos tiempos la ciencia se basa más y más, no en la tradicional naturaleza de las ecuaciones, sino en los términos inestables de las obsesiones de aquellos sujetos, todos nosotros, para quienes se investiga. Llevamos viviendo ya muchos años en un inmenso laboratorio desbordante de máquinas que no es otra cosa que una inmensa novela” (Fresán, 2016).

Tiene razón este escritor estrábico.

Referencia

Fresán, R. (2016). La ciencia de Nabokov. Madrid: El País.


1 Profesor de la Maestría en Comunicación y asesor de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana. Forma parte de la Junta Directiva de la Fundación Gabriel García Márquez de Nuevo Periodismo Iberoamericano y de la Sociedad del Rayo (Idartes).


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