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"Creer que el feminismo es un movimiento homogéneo es ignorar una gran variedad de contextos y luchas, pues hay más de una necesidad que atender cuando hablamos sobre violencia contra las mujeres."

Unidas y diferenciadas: hacia un feminismo interseccional

Las chicas de Revista Código Javeriana

Creer que el feminismo es un movimiento homogéneo es ignorar una gran variedad de contextos y luchas, pues hay más de una necesidad que atender cuando hablamos sobre violencia contra las mujeres. Es por esto por lo que hoy en día no se habla de feminismo en singular, sino de feminismos. Si bien cada una de estas variantes se enfoca en una serie de preocupaciones particulares, todas mantienen una preocupación central: prevenir y eliminar la violencia sistemática a la que hemos estado expuestas las mujeres por parte de un sistema patriarcal, machista y misógino. 

En cuanto a las variaciones, habría que empezar por el primer gran debate de lo que se ha llamado la segunda ola del feminismo y que se inicia en los años 70. Este proponía dos feminismos generales, de los cuales se irían desprendiendo más ramas con el tiempo: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia. El primero plantea que todos los seres humanos somos iguales, cuestionando el determinismo biológico y proponiendo que son las relaciones culturales de dominación las que marcan las diferencias genéricas. Estas últimas, por tanto, no son más que construcciones sociales. De este feminismo de la igualdad, a su vez, se desprenden otras ramas como el feminismo liberal, el feminismo socialista y el feminismo materialista. Por el contrario, el feminismo de la diferencia defiende que las mujeres no quieren ni pueden ser iguales a los hombres en un mundo que está construido por y para ellos. De esta manera, tal corriente reivindica las diferencias genéricas y el reconocimiento de ciertas particularidades sexuales femeninas. En esta corriente se inscriben, entre otros, el feminismo separatista, el lesbofeminismo y el llamado feminismo postmoderno, que incluye el ecofeminismo y el ciberfeminismo. 

Este recorrido deja en claro la hiperespecialización gradual del feminismo. Si bien es importante pensar la imposibilidad de homogeneizar un movimiento tan heterogéneo como el feminismo, y tener en cuenta las diferencias contextuales que en él se pueden incluir, esta hiperespecialización puede ser problemática. Dividir infinitamente el feminismo puede llevar a una atomización del movimiento que atente contra su necesaria unidad. La hiperespecialización alza barreras que excluyen del movimiento a muchas mujeres que no pueden integrar completamente sus visiones personales con las que ofrecen estas nuevas ramas que dan primacía a grupos muy específicos. Lo problemático de esta división reside en la falta de consenso del feminismo como movimiento para generar acciones sociales reales más allá del papel. 

A pesar de lo dicho, creemos que es necesario atender a las diferencias y a la variedad de contextos y luchas. Es necesario un feminismo que nos incluya a todas sin borrar nuestras diferencias. Es por esto que optamos por adoptar una perspectiva interseccional del feminismo como la más apropiada para prevenir y eliminar la violencia de género, especialmente en un ambiente tan diverso como el universitario. Desde esta perspectiva podemos evitar un estereotipo oficial de mujer y pensar más allá de la mujer blanca, clase alta y heterosexual, reconociendo las particularidades vitales de cada una. Así se puede tener en cuenta la intersección de opresiones y la posibilidad de ciertas mujeres de lidiar con múltiples formas de violencia simultáneamente. La lucha es contra todo sistema de dominación u opresión, ya sea de género, raza, clase, orientación sexual, etc. Creemos que es mediante la interseccionalidad que el feminismo puede constituirse como un movimiento que trabaje hacia soluciones de amplio alcance más completas y abarcativas, especialmente si lo que queremos es construir una comunidad feminista, un espacio seguro e incluyente dentro de la diversidad del campus universitario. 

De acuerdo con lo anterior, consideramos que para prevenir y eliminar la violencia contra las mujeres, una de las formas más efectivas es deconstruir los estereotipos y los roles de género que han condicionado, durante años, lo que se supone que una mujer debe ser y hacer en una cultura que la disminuye y deshumaniza. El estereotipo fija y naturaliza, ejerciendo una violencia sobre el sujeto. Es a partir de estas creencias establecidas en la cultura que surgen una serie de comportamientos violentos incapaces de reconocer a la mujer como un sujeto de derechos. La eliminación de estereotipos de género implica desafiar y cambiar las percepciones arraigadas en la sociedad. Este proceso no solo implica cuestionar las representaciones tradicionales de masculinidad y feminidad, sino también reconocer y valorar la diversidad de identidades, tanto de género como otras formas de expresión del yo. 

Aquí es donde la educación juega un papel fundamental. Al fomentar una comprensión más amplia y respetuosa de las identidades se desmantelan las barreras que perpetúan todo tipo de violencia desafiando las expectativas tradicionales, animando la aceptación de la diversidad y promoviendo la igualdad en la educación. El desafío, así, es desmontar las bases que sostienen esta violencia. La integración de programas educativos que desafíen activamente los estereotipos en las aulas puede ser una herramienta poderosa para transformar las percepciones desde una edad temprana. 

Finalmente, es nuestra responsabilidad como estudiantes seguir educándonos con respecto a la prevención y eliminación de las violencias, pues es un tema que nos compete a todas y todos. Hay que seguir trabajando por desmontar los estereotipos, sin por ello desconocer la diferencia, en un campus tan heterogéneo como el de la Javeriana.