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"Posteriormente, fueron los movimientos sociales de la diversidad sexual quienes señalaron que este tipo de violencia no solo afectaba a las mujeres sino también otros grupos sociales que no cumplían con las normas heteropatriarcales."

Persistencia y Desafíos: Abordando las Violencias Basadas en Género desde un Enfoque Feminista

Valentina Brandbury

Politóloga. Mg Ciencia Política - Responsable de asuntos de género UAO

Pontificia Universidad Javeriana Seccional Cali

Antes de hablar de consentimiento, es importante reconocer que este término se relaciona con la posibilidad de consentir, y para hacerlo, los seres humanos debemos tener la autonomía para realizar una acción que en sí misma, es un derecho pero a la vez es un deber, pues como principio ético se ve reflejado en la medida en que la libertad de cada persona es coherente con la responsabilidad que se tiene consigo mismo, con los demás y con la sociedad evidenciándose como se alcanza a partir del desarrollo, del conocimiento y en la medida en la que podemos dictar nuestras propias normas sin una instancia reguladora y sancionatoria para actuar permitiendo a las personas tener la capacidad de elegir, de tomar sus propias decisiones y de actuar de acuerdo a ellas de forma libre (Mazo, 2012). 

Aunque aún falta una comprensión más integral del fenómeno, las violencias basadas en género como concepto y realidad, no son, en la actualidad, un tema ajeno para nuestras sociedades; por el contrario, se encuentran muy presentes en la agenda pública y global. Los medios de comunicación, ya sean alternativos como masivos, hacen mención constante de esta problemática. En el diverso espectro ideológico, los discursos de partidos y figuras políticas dicen respaldar la causa de las mujeres y de las diversidades sexuales. Los fallos y decisiones en la rama judicial insisten en medidas de protección para garantizar principios democráticos como la igualdad, la no discriminación y la no violencia. En la academia, las investigaciones y eventos científicos amplían los márgenes para el análisis y la comprensión de un fenómeno histórico y multidimensional. Las organizaciones no gubernamentales destinan fondos para la implementación de proyectos que buscan la protección de los derechos de mujeres, niñas y adolescentes, así como de personas sexualmente diversas, en distintos territorios y sectores sociales. Los movimientos sociales, tanto en las calles mediante la movilización social, como en el activismo digital, continúan denunciando las múltiples y diversas violencias, exigiendo transformaciones sociales profundas.  

Paradójicamente, a pesar del panorama anteriormente descrito y de los avances en materia jurídica en varios Estados del mundo, las violencias basadas en género no parecen disminuir con la rapidez y contundencia esperada o anhelada. ¿Por qué? Si bien reconocemos el papel imprescindible e impostergable de la educación como vehículo para el cambio, también debemos reconocer que las relaciones históricas y desiguales de poder han fijado estructuras, como el “patriarcado”, que a menudo presentan resistencias al cambio debido a que implican renunciar a un lugar de dominación. 

Rememorar la genealogía del feminismo en sus dimensiones política y académica es también recordar la genealogía de la creación del concepto violencias contra las mujeres. Durante la segunda ola del feminismo, según lo explica Dora Barrancos1, se expusieron las violencias perpetradas por varones hacia las mujeres evidenciando las formas muy específicas en las que este fenómeno afecta ciertos grupos sociales. En la década de los 602, el movimiento feminista penetra las instituciones universitarias trayendo consigo nuevas categorías, enfoques y epistemologías para el análisis de la realidad social, las estructuras de poder y las relaciones de dominación. Aquellos reflexiones y reivindicaciones propias del activismo social pasaron a ser parte de currículos académicos y de las agendas políticas. Enrique Gomáriz plantea que “como otros procesos de activismo humano, el feminismo ha originado pensamiento y acción, teoría y crítica. La teoría feminista se refiere así al estudio sistemático de la condición de las mujeres, su papel en la sociedad humana y las vías para lograr su emancipación”3. 

Posteriormente, fueron los movimientos sociales de la diversidad sexual quienes señalaron que este tipo de violencia no solo afectaba a las mujeres sino también otros grupos sociales que no cumplían con las normas heteropatriarcales. De ahí el concepto evoluciona transitando desde “violencia contra las mujeres” a “violencia de género”. La tercera ola también se ha caracterizado por cuestionar lugares de privilegio y dominación dentro de los grupos de mujeres, señalando que este no es homogéneo, y que históricamente el feminismo invisibilizó la interseccionalidad de otras variables como la clase social, la raza o la orientación sexual.  

La importancia de la creación del concepto, ha permitido darle visibilidad a una problemática que estaba profundamente naturalizada y que aún lo sigue estando en ciertos contextos socioculturales. La filósofa Adela Cortina, sostiene que estas “realidades sociales necesitan nombres que nos permitan reconocerlas para saber de su existencia, para poder analizarlas y tomar posición ante ellas”4 de lo contrario se representaría una visión deformada de la realidad social.  

La persistencia de las violencias basadas en género, a pesar de los esfuerzos y avances, nos enfrenta a una realidad compleja. Aunque las epistemologías feministas proporcionan herramientas cruciales para comprender y abordar la problemática, las resistencias arraigadas en estructuras patriarcales demandan un enfoque más profundo y sistemático.  La consciencia, la educación, la teoría y la acción son estrategias claves para construir sociedades donde los derechos fundamentales sean pilares de nuestra convivencia y esta responsabilidad es colectiva.