La ciénaga renace de las semillas

Desde hace décadas, los manglares de la Ciénaga Grande de Santa Marta agonizan. Con los viveros de manglares, semilla a semilla, comunidades y algunas instituciones intentan combatir la degradación producida por la construcción de vías, el cambio climático y la limitación del agua a causa de la captación para uso en monocultivos y ganadería.

Por: Daniel Zamora Quiroga y Jacobo Patiño Giraldo

Ilustración: Manuela Guerrero Pineda

Este reportaje se realizó gracias a la beca Unidos por los Bosques, de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible y ganó el Premio de Periodismo Porvenir a la Sostenibilidad en la categoría Aporte al Medioambiente.

  • Javier de la Cruz tiene alrededor de dos años y crece frondoso en una zona de aguas cristalinas en la Ciénaga Grande de Santa Marta. Vive rodeado de ocho mil primos pequeños que se mudaron hace poco. Javier es un mangle que lleva el mismo nombre de su cuidador, un pescador que lo trasplantó cuando ya ocupaba abundante espacio en su casa, ubicada en Buenavista, un corregimiento palafito —construido sobre el agua—, en Magdalena.

Cuando uno se acerca a las macollas —pequeños retoños de mangles organizados en grupos— nota que todas tienen una placa que llevan el nombre de Javier de la Cruz. Han sido él, su hijo y otros pescadores y habitantes de Buenavista quienes los sembraron con el propósito de devolverle la vida a la ciénaga, que hace tiempo era abrazada por las incontables raíces de sus árboles, que como manos leñosas guardan un tesoro de vida entre sus dedos, pero que hasta la década de 1990 perdió la mayor parte de sus manglares y hoy está en recuperación.

Javier y sus compañeros no son los únicos guardianes del manglar. Hay otros que, como ellos, viven en las islas que bordean la ciénaga — o en los pueblos palafitos que se asoman como espejismos sobre el agua— y han creado viveros de mangle: santuarios donde cuidan miles de plántulas de mangle rojo, negro y blanco para luego sembrarlas en distintas zonas afectadas de la ciénaga.

Pesquisa Javeriana visitó dos de estos viveros, el de Buenavista, en el municipio de Sitionuevo, Magdalena; y el de Criapez, atendido por piscicultores de la Isla del Rosario que reformaron una zona de mangle muerto para cultivar peces. Fue un recorrido de varios días que registró el deterioro de la ciénaga, la esperanza que ofrecen proyectos como el de los viveros y la incertidumbre que deja la continua degradación por el cambio climático, la captación del agua para uso de ganadería, agricultura; y la ampliación y construcción de vías cerca de la ciénaga.

¿Cómo funcionan los viveros de manglar?​

Los manglares son ecosistemas tropicales costeros que han desarrollado la capacidad de resistir al agua salada del mar, con la cual se encuentran en contacto permanente. Para crecer utilizan largas y numerosas raíces que, por un lado, sostienen la planta, y por el otro, forman un entramado subacuático que protege a cientos de especies de peces, almejas, crustáceos, pepinos y estrellas de mar, entre muchas otras.

“El manglar es un bosque”, define la bióloga Alexandra Rodríguez, “pero también un humedal”, advierte. Incluso, en 1998 se designó la ecorregión de Ciénaga Grande como humedal Ramsar —de importancia internacional— “Esa concepción de solo bosque ha ido cambiando porque antes se concebía netamente como un recurso forestal, aunque realmente es un humedal y eso hace que su conservación y restauración tengan que ver con el manejo del recurso hídrico”, complementa la también jefa de la Línea de Investigación y Rehabilitación de Ecosistemas Marinos y Costeros del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras, Invemar.

“Todos los que nacimos en la ciénaga dependemos de ella y el manglar es lo que nos da la vida, el oxígeno. Si la ciénaga fuera un cuerpo, el manglar serían los pulmones”, dice Jesús Serrano, socio cofundador de Criapez, la asociación de pescadores artesanales, mientras una lancha atraviesa la ciénaga para atracar cerca de una zona de mangle reforestado en una tarde nublada de agosto.

Jesús Serrano, vivero de Criapez.
Jesús Serrano, vivero de Criapez.

Uno de los aspectos más importantes de los manglares es la biodiversidad que albergan, pues la seguridad que proveen permite que sean una cuna de especies marinas, que luego vivirán en otros ecosistemas como los arrecifes o los pastos marinos.

La lancha se detiene en la costa donde inicia un pequeño sendero cubierto de raíces de mangle que lleva a una zona grisácea, de suelo tibio, donde junto a los cadáveres de algunos mangles, crecen en surcos cientos de plántulas sembradas por pescadores, hombres y mujeres, de Criapez.

Los viveros funcionan tomando las semillas de tres especies de mangle de los relictos—remanentes— de manglar que quedan en la ciénaga. Estas semillas se plantan dentro de bolsas o botellas usando el mismo barro del sitio donde se sembrarán cuando alcancen un tamaño determinado. La siembra se realiza en surcos, en el caso de Criapez, o en pequeños grupos llamados macollas, como se realiza en Buenavista.

Estos viveros tienen la meta de sembrar 52 000 plántulas; 32 000 (Criapez), 20 000 (Buenavista), y uno de ellos puede sostener miles de plántulas al mismo tiempo. Además, son proyectos recientes —2022 y 2021, respectivamente—, en el que intervienen Parques Nacionales Naturales de Colombia y Corpamag, Criapez, especialmente, recibe financiación de organizaciones internacionales como Malteser International y el banco alemán KFW.

“Los viveros siempre han sido una alternativa viable en el sentido de que, si quiero desarrollar un proyecto de restauración, necesito llegar a campo con un material vegetal lo suficientemente fuerte, robusto y adecuado para que se mantenga la supervivencia de las siembras”, explica la doctora en Ciencias del Mar, Ángela Margarita Moncaleano Niño, también profesora de la Pontificia Universidad Javeriana.

Una huella pronunciada del desastre en la ciénaga

Durante la década de 1950, la construcción de la Troncal del Caribe, la vía que parte del municipio de Ciénaga (Magdalena), a Barranquilla (Atlántico), interrumpió parte del flujo natural de agua que alimentaba este ecosistema —una mezcla del agua salada del mar y el agua dulce de los ríos que si no está balanceada causa la salinización y evita que los mangles crezcan—. Los resultados son visibles setenta años después. El agua no fluye, se estanca, y al hacerlo, pierde oxígeno, por tanto, la ciénaga muere.

En algunas zonas, sobre todo las cercanas a la carretera, “cuando son las diez de la mañana, yo calculo que el agua puede estar a 30° o 40°”, cuenta Jesús Serrano, de Criapez.

Afectación en la Ciénaga Grande de Santa Marta

Ecosistemas marinos costeros como los manglares capturan más carbono y con mayor eficacia que los bosques comunes. A este CO2 , uno de los gases de efecto invernadero, que permanece en el agua, se le conoce como carbono azul.

Pero no ha sido la única obra con un impacto dramático. “En el 76 se construyó otra —carretera—paralela al río Magdalena, y de hecho, esta causó más impacto en la integridad hidrológica del sistema. Ambas limitaron el flujo y hubo una época en la que las zonas internas de la ciénaga, porque no había recambio hídrico, estaban muy degradadas”, explica Alexandra Rodríguez, del Invemar.

Javier de la Cruz, quien también es representante legal de la Asociación de Pescadores del corregimiento de Buenavista, se para delante de cientos de plántulas de mangle que están casi listas para sembrar, cruza los brazos y dice que “la ciénaga antes contaba con siete ríos —que la alimentaban— del lado del oriente. Hoy solo queda uno solo, que es el río Sevilla”. Aunque los otros no han desaparecido, sí ha disminuido su aporte a la ciénaga.

 

“La contaminación también se convierte en una amenaza para esos ecosistemas y para la fauna que habita en ellos, que además es consumida por las poblaciones aledañas”, Ángela Moncaleano.

De la Cruz denuncia que la captación de agua viene de monocultivos y zonas ganaderas que se ubican bajando la Sierra Nevada de Santa Marta, pues “han tomado los cauces de los ríos, los han desviado y la ciénaga está viendo ese impacto negativo”.

Para Alexandra Rodríguez, del Invemar, esta limitación del agua es el problema clave para la supervivencia del manglar —y de toda la ciénaga—, pues el uso del agua para los monocultivos de palma, banano y cría de búfalos “no está regulado del todo, es decir, no se cuenta con la estimación del caudal ecológico que permita hacer control efectivo del volumen —de agua— para estos usos”.

Rodríguez señala que este es uno de los cuellos de botella en los que está trabajando el Invemar con otras instituciones: en “generar información porque el sistema hídrico de la ciénaga es tan complejo y grande que hasta hace muy poco no se tenía estimación de caudales en los ríos; y además, se está avanzando para tener unas medidas de monitoreo y control más efectivas”.

Tanto las carreteras como el desvío del agua hicieron que entre 1956 y 1995 muriera entre el 60 % y 70 % de los manglares que existían en la ciénaga. “Es muy preocupante y ha sido una razón clave en muchas de las decisiones de manejo ambiental que se han tomado, pues tienen que ver, por un lado, con tratar de intervenir hidráulicamente la ciénaga con la idea de garantizar que haya un balance de agua dulce y salada. Sin embargo, eso no ha sido una tarea fácil”, precisó Sebastián Restrepo-Calle, investigador de la facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Javeriana.

Otras acciones que han degradado la ciénaga y sus manglares han sido los dragados para el Canal del Dique, la adecuación de los muelles de Cartagena y la ampliación de centros urbanos como Coveñas y Tolú.

¿Los viveros son suficientes para salvar los manglares de la ciénaga?

Javier de la Cruz. Reforestación en Playón Ariza, Buenavista.
Javier de la Cruz sosteniendo dos mangles para sembrar.

De camino al Playón Ariza, una de las zonas de reforestación de Buenavista, la velocidad de la lancha hace que el viento doble dos mangles que Javier de la Cruz seleccionó para resembrar, así que los sostiene, casi abrazados, para protegerlos.

“Nosotros”, relata refiriéndose a las doce personas que actualmente trabajan en el vivero de Buenavista y a las que han participado en el proyecto que comenzó en 2021, “hemos tratado de subsanar el daño que también hemos contribuido a causarle a la ciénaga por la estadía de nosotros acá, porque ajá, el ser humano, adonde llega, siempre causa un impacto por su manera de actuar”.

Luego de unos veinte minutos de camino y de cruzar los surcos de una zona de manglar por donde se asomaban raíces de un lado a otro que obligaron a quienes íbamos en la lancha a permanecer acostados, se abrió imponente la zona en la que de la Cruz y su equipo siembran las plántulas. Flotan cientos de macollas, revolotean pájaros de diferentes especies y husmean mapaches que cazan los cangrejos que se esconden entre los mangles, afectándolos ocasionalmente.

Debido al desbalance hidrológico de la Ciénaga Grande, hay dudas sobre la efectividad de la reforestación de manglares por sí sola. “Creería que el sistema sería capaz de recuperarse si el hábitat es adecuado. Si los factores que afectan el manglar permanecen, toda esa plata de la reforestación se pierde. Entonces, ¿qué hay que hacer? Eliminar esos factores, ¿cuál afecta más la ciénaga? La hipersalinidad”, analizó Alberto Acosta, biólogo e investigador javeriano de la Facultad de Ciencias.

En esa misma línea se encuentra Alexandra Rodríguez, del Invemar. Para ella, las acciones deben enfocarse en la hidrología, el diseño adecuado y mantenimiento de caños al interior del manglar para que el humedal recupere su dinámica natural y así mejorar la temperatura, la salinidad y, como última medida, iniciar la reforestación. “De hecho, muchos esfuerzos de reforestación fallaron porque no tuvieron en cuenta estos aspectos preliminares. No significa que sean negativos y que no sirvan, pero primero hay que tener ciertas barreras biofísicas superadas para poder utilizar ese tipo de técnica que busca acelerar un proceso que tendría que darse de manera natural”.

Pero esto no significa que la reforestación sea infructuosa, “creo que son estrategias importantes para acercar a la comunidad al ecosistema, porque pueden ofrecer una alternativa económica en cierto punto que está empezando en la Ciénaga y ahí va, la restauración va en auge y estas iniciativas pueden asociarse a temas de ecoturismo”, añade Rodríguez.

Para Osmiro Jiménez, representante legal de Asoguitur —Asociación de Guías Turísticos de Ciénaga—, que cuenta con nueve guías certificados, incluido él, el turista que ha recorrido este ecosistema durante los últimos años es consciente de que debe cuidarlo, y dice que ha habido acercamientos con los guardianes de los viveros para ofrecer paquetes turísticos en donde se invite al turista a visitar los pueblos palafitos y sembrar manglares para contribuir a la reforestación.

Vivero de manglares en Buenavista.

Décadas de buenas intenciones y un fantasma que vuelve

“Recuerdo que en los 90 el proyecto manglares de Colombia tenía dentro de sus objetivos cambiar las prácticas de los mangleros de cortar las raíces para vender las ostras y darles otras alternativas económicas. Esa fue la de los viveros, como el de Pasacaballos, cerca de Cartagena. Es resultado de una comunidad de mangleros que monta el vivero y buscó que fuera reconocido por Cardique — Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique —para que fuera ella la que pudiera comprar directamente el material vegetal del vivero de la comunidad”, anota la investigadora Ángela Moncaleano.

El manglar se ha empleado históricamente como carbón vegetal, para corte y venta de leña, ecoturismo, entre otros. En los 90, por ejemplo, resoluciones como la del Minambiente —de 1995— limitaron su uso; y otras medidas, como la más reciente, del pasado mes de julio — ley 2243 para proteger el manglar, impulsar su conservación y restauración—, la conservación de este ecosistema ha estado en mira de la política pública, sin embargo, aún existe deforestación a pequeña escala para el uso de las comunidades, y se realizan concesiones para la expansión de vías y la construcción de infraestructura.

Reforestación en Playón Ariza, Buenavista.
Reforestación en Playón Ariza, Buenavista.

Los manglares protegen las costas de la erosión y de las tormentas tropicales. Sin estos bosques para amortiguar la marea, se pueden perder hasta cien metros de costa cada año.

En el libro Repensando La Ciénaga: nuevas miradas y estrategias para la sostenibilidad en la Ciénaga Grande de Santa Marta, editado por el doctor en Ciencias Biológicas, José González; y Sandra Vilardy, recientemente nombrada como viceministra de Ambiente, varios investigadores realizaron una especie de biografía de la ciénaga en donde documentaron su historia, los numerosos intentos por salvar y restaurar los manglares de la ciénaga, su estado y afectación.

Allí mencionan el Ecoplan de la CGSM, liderado por el Inderena en 1981, también el Plan de Manejo para la Subregión de la Ciénaga (1994-1998), en el que intervinieron Prociénaga, Corpamag, además, el rol del Invemar en el monitoreo de estos ecosistemas desde 1999, el vínculo con Parques Nacionales como aliado de las demás instituciones, y el Plan de Manejo del Humedal RAMSAR y la Reserva de la Biósfera de la CGSM (2002), de Minambiente y Corpamag.

Imagen de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Imagen de la Ciénaga Grande de Santa Marta.

Así que la Ciénaga tiene muchos ojos encima, incluso, en junio del 2021, el entonces presidente de Colombia, Iván Duque, anunció que se llevaría a cabo un proyecto GEF —por sus siglas Global Environment Facility- que implica una inversión de 18 millones de dólares para continuar la recuperación de la ciénaga. Este plan proyecta recuperar 110 kilómetros de canales e incluye iniciativas de reforestación de manglares.

La ejecución de este proyecto está a cargo del Invemar, pero a la fecha, aún no han llegado los recursos —nueve millones a cargo del Fondo Mundial para el Medio Ambiente, y otros nueve millones del gobierno nacional—.

Pero al mismo tiempo que se anuncian iniciativas como la GEF, avanzan los planes para ampliar la carretera que atraviesa la ciénaga y que conecta con Barranquilla, También se contempla la construcción de más vías y obras que reviven los fantasmas que hirieron profundamente la salud de la ciénaga.

“De hecho, esa fue una pelea dura que se dio hace unos años cuando se propuso la ampliación de la doble calzada”, reconoce Alexandra Rodríguez, del Invemar, “les decíamos a los desarrolladores de proyectos: no vamos a repetir el mismo error de hace muchos años, cuando una obra de este tipo causó un deterioro. Ahí nos pararon bolas — al Invemar y otras instituciones — y se detuvo esa visión que se tenía de la carretera ampliada de esa manera”.

La jefa de rehabilitación de ecosistemas marinos y costeros en el Invemar cuenta que por eso se está trabajando en los diseños de tres viaductos —construcciones que se alzan, en este caso, sobre la ciénaga—, pues “creemos que unos diseños apropiados, al menos, en puntos críticos, pueden limitar el impacto, y a su vez, mejorar las condiciones que en el pasado se pudieron haber tenido en cuenta y que no se tuvieron”.

Lecciones de los guardianes del manglar

Javier de la Cruz les habla a sus plantas mientras las riega y les quita la maleza. “Ellas sienten que alguien está pendiente de ellas, sienten que le interesan a alguien y que no pueden dejar de existir”, dice sonriendo.

Aunque es consciente de que su esfuerzo, y el de todos los demás guardianes del manglar es solo un tallo de la frondosa labor que se tiene que hacer para recuperar los manglares de la ciénaga, dice sentir “una satisfacción indescriptible, porque saber que uno le está aportando a la naturaleza da motivación para seguir adelante en un proyecto de estos”.

Javier de la Cruz. Reforestación de manglares en la Ciénaga Grande de Santa Marta

A pesar de que la siembra de los manglares no los hace millonarios —en ocasiones se paga a 40 mil pesos el día de siembra—Jesús Serrano, de Criapez, entre troncos caídos y surcos sembrados, recalca una verdad importante de la restauración: “Dice el dicho: músico pagado toca mal son. Es la diferencia entre hacer algo por amor y algo por interés. Si usted lo siente en el corazón y de verdad le nace, está haciendo un bien, no solo para usted sino para toda una ecorregión”.

Es imposible no cautivarse con la belleza de la Ciénaga Grande. El horizonte nebuloso de la madrugada, que funde el agua con el cielo, el lanzamiento perfecto de una atarraya, la silueta veloz de las fragatas, el correteo acelerado de los cangrejos sobre las raíces de los mangles que le dan paso a la canoa de Javier y las botas de Jesús mientras llenan los grises cementerios del manglar perdido con miles de arbolitos recién germinados.

La belleza, la complejidad y el valor de los manglares demuestran que el trabajo debe ser integral. La reforestación, el balance hídrico y el control de las causas son esenciales para rehabilitar este invaluable ecosistema para que, en unos años, no solo haya veinte mil plántulas de mangle llamadas Javier de la Cruz, sino cientos de miles más, ojalá, con los nombres de todos los que navegan y restauran día a día la ciénaga con la esperanza de salvarla.

* Este reportaje fue posible gracias a la iniciativa Unidos por los Bosques, liderada por la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Embajada de Noruega, con el apoyo de las embajadas de Reino Unido y la Unión Europea, así como Andes Amazon Fund y Rewild.