A unos cuantos metros de la Troncal del Caribe, la vía que conecta los departamentos de Magdalena y Atlántico, sobre el lodo grisáceo y caliente de una zona de la Ciénaga Grande de Santa Marta (CGSM), yacen los restos de árboles secos. Allí también crecen cientos de retoños de mangles sembrados por Jesús Serrano y otros miembros de Criapez, la asociación de pescadores que cuida un vivero con el que planean sembrar 32 000 mangles.
Treinta kilómetros al oriente, en Playón Ariza, Javier de la Cruz camina sobre un vivero palafito —construido sobre el agua— y cuenta que su objetivo, y el de todos los que trabajan con él, es sembrar 20 000 mangles en un terreno inundado, a veinte minutos del corregimiento de Buenavista, Magdalena. Ya llevan ocho mil.
Como parte de la iniciativa Unidos por los Bosques, liderada por la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible y la Embajada de Noruega, con el apoyo de la Embajada de Reino Unido, la Unión Europea, el Andes Amazon Fund y Rewild, PESQUISA JAVERIANA visitó estos dos viveros, base para elaborar un reportaje con fotografías y videos que cuentan las principales amenazas del manglar que sobrevive en la CGSM, la voluntad y la fe con la que sus habitantes lo cuidan, y el enfoque académico para dar con una solución efectiva.

Los manglares como pulmón de la ciénaga
Después de la década de los noventa, la CGSM perdió más de la mitad de sus manglares. Para hallar los motivos hay que viajar cuarenta años atrás, cuando se construyó la Troncal del Caribe, una vía que impidió el flujo de los canales naturales del agua de la ciénaga y que afectó su delicado balance —mezcla del agua dulce de los ríos y el agua salada que entra del mar—, lo que deterioró el ecosistema.
“En el 76 se construyó otra [carretera] paralela al río Magdalena y, de hecho, esta causó más impacto en la integridad hidrológica del sistema”, explica Alexandra Rodríguez, jefa de la Línea de Investigación y Rehabilitación de Ecosistemas Marinos y Costeros del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras José Benito Vives de Andréis (Invemar). “Ambas limitaron el flujo y hubo una época en la que las zonas internas de la ciénaga estaban muy degradadas, porque no había recambio hídrico”.
Aunque la degradación pronunciada tenga más de ochenta años, desde hace cuarenta, diferentes proyectos intentaron atenuar y contrarrestar el daño. En 1981, el antiguo Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena) ejecutó un ecoplán para restaurar el ecosistema; entre 1994 y 1998, ProCiénaga y la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag) también realizaron intervenciones; y con el Plan de Manejo del Humedal Ramsar y la Reserva de la Biósfera de la CGSM, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (Minambiente) y Corpamag sumaron otra apuesta en 2002. Además, en junio de 2021, el entonces presidente de Colombia, Iván Duque, anunció un proyecto del GEF (Global Environment Facility, en español, Fondo para el Medio Ambiente Mundial), con el cual la ciénaga recibiría 18 millones de dólares para su recuperación. Según el Invemar, el encargado de llevar a cabo el proyecto, los recursos están en proceso de adjudicación.
Datos del Invemar indican que entre 2020 y 2021 se recuperaron 200 hectáreas de manglar con respecto a 2019.
En los últimos años, tanto la ganadería como los monocultivos de palma y banano en la zona baja de la Sierra Nevada de Santa Marta han captado grandes cantidades de agua que limitan el flujo hacia la ciénaga, lo que, sumado a los planes de ampliación de la Troncal del Caribe ―para la que se construirán tres viaductos― y otras obras de infraestructura, pone en peligro la salud de la ciénaga. “Todos los que nacimos aquí dependemos de ella y el manglar es lo que nos da la vida, el oxígeno. Si la ciénaga fuera un cuerpo, el manglar sería los pulmones”, dice Jesús Serrano, de Criapez.
“Los viveros siempre han sido una alternativa viable en el sentido de que, si quiero desarrollar un proyecto de restauración, necesito llegar a campo con un material vegetal lo suficientemente fuerte, robusto y adecuado para que se mantenga la supervivencia de las siembras”, explica la doctora en Ciencias del Mar y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana, Ángela Margarita Moncaleano Niño. Sin embargo, puede ser que, debido al daño, los esfuerzos no sean suficientes. “Creería que el sistema es capaz de recuperarse si el hábitat es adecuado. Si los factores que afectan el manglar permanecen, toda esa plata de la reforestación se pierde. ¿Qué hay que hacer? Eliminar esos factores. ¿Cuál afecta más la ciénaga? La hipersalinidad”, precisa Alberto Acosta, biólogo e investigador javeriano de la Facultad de Ciencias.
Según Minambiente, cerca del 75 % de los ecosistemas de manglar se encuentra en el litoral Pacífico y el porcentaje restante crece en el Caribe. Las comunidades pesqueras se benefician de ellos, pues cuentan con amplia biodiversidad, ya que son cuna de especies marinas que luego vivirán en otros ecosistemas, como los arrecifes o los pastos marinos. Además, capturan más carbono y con mayor eficacia que los bosques comunes. A este CO2, uno de los gases de efecto invernadero que permanece en el agua, se le conoce como carbono azul.
Los expertos consultados por PESQUISA JAVERIANA insisten en que la salida más efectiva para devolverle los pulmones a la Ciénaga es restaurar el balance del agua, controlar las fuentes de contaminación y mitigar las causas del cambio climático, para disminuir así la temperatura y la salinidad que azotan el manglar. Mientras tanto, con la siembra, los guardianes de la ciénaga, como los de Criapez y Buenavista, ponen su retoño de mangle para retornarle algo al ecosistema que tanto les ha dado. “Ellas sienten que alguien está pendiente, que le interesan a alguien y que no pueden dejar de existir”, dice Javier de la Cruz, mientras riega las plantas.
Este artículo hace parte de la revista Pesquisa Javeriana edición 62 que circula a partir del 11 de diciembre a nivel nacional. Consulte aquí la versión en PDF.