Lechuga, pepino, arveja, papa, hierbabuena, cidrón, menta, limonaria, maíz, quinoa, fríjol, uchuva y tomate son algunas de las plantas que cultivan los bogotanos, sin contar las ornamentales. Pese a habitar la ciudad más grande de Colombia, los capitalinos están transformando esa vieja idea según la cual ‘lo urbano’ excluye lo rural, y la movida de huerteros en Bogotá toma cada día más fuerza.
No importa que la casa o apartamento sea mediano o pequeño, con terraza o sin ella, propio o arrendado. El espacio no ha sido obstáculo para que las personas se las ingenien y siembren en diversidad de estructuras, como botellas plásticas, canecas, canastas, huacales de maderas y hasta en bolsas; también se usan los techos y las fachadas de casas y edificios. De hecho, se cultiva no solo en los hogares: también en colegios, parques, propiedades comunales y hasta en los paraderos de bus.
De acuerdo con el Observatorio Ambiental de Bogotá, en la ciudad hay cerca de 20 000 huerteros y más de 4000 huertas. Los beneficios son abundantes, y quizá el más significativo es poder comer lo que uno mismo cultiva. La Secretaría de Ambiente también destaca que los techos verdes y jardines verticales retienen el agua lluvia, permiten aprovechar residuos orgánicos, mitigan el efecto isla de calor, motivan que se reutilicen y reciclen materiales, absorben el ruido y capturan carbono durante el día.
Si usted ya es huertero o si está pensando en convertirse en uno, debe estar buscando la mejor información. Y precisamente, en la Pontificia Universidad Javeriana, un equipo interdisciplinario de investigadores de áreas como la biología, la arquitectura y la matemática unieron sus saberes para evaluar estructuras de techos verdes y sustratos para una verdura muy popular.
Huerta verde todo el año
“Teníamos que elegir una planta que tuviera un ciclo de vida corto, que no tuviera raíces muy profundas o que pudiera crecer en una profundidad relativamente pequeña; queríamos una planta que se pudiera consumir y que se pudiera conseguir fácilmente”. Así es como la investigadora Amanda Varela explica la selección de la Lactuca sativa ―o lechuga crespa― para este experimento.
La microbióloga y bióloga Varela coordina el Laboratorio de Ecología de Suelos y Hongos Tropicales del Departamento de Biología y, en un curso de inglés de la Universidad, conoció al arquitecto Alfonso Gómez, hoy decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño. Ahí nació este proyecto de investigación, a cuyo desarrollo fueron sumándose más personas. Del lado de la biología, el experimento se proponía saber la incidencia de variables como el clima y el tipo de suelo en el crecimiento de las lechugas.
Del lado de la arquitectura, la inquietud se enfocó en la incidencia del tipo de estructura o soporte que albergaba las plantas. La matemática llegó al final, en la etapa de análisis de resultados, de la mano de Johan Manuel Bogoya y Germán Combariza, del grupo de Física Matemática. La cantidad de datos era tal que resultaba difícil entender la incidencia de las variables, pero ambos aportaron la herramienta de machine learning, que facilitó su comprensión.
Sol y lluvia
El experimento estuvo a la intemperie capitalina durante seis meses, en la Estación de la Sabana. Allí tendría las mismas condiciones que un cultivo de lechugas sobre el techo de una casa, es decir, expuesto a la lluvia, al viento, al sol, a cambios de temperatura e incluso plagas. “Tuvimos algo de herbivoría o ataque de insectos, y una que otra lechuga no prosperó. Pero la mayoría se mantuvo durante los tres meses”, comenta Varela.
Los investigadores conformaron dos equipos de lechugas, cada uno con 18 plantas. El primero creció en la temporada seca y el segundo, cuando las lluvias hacen su aparición. Las estudiantes de Biología Alexandra Sandoval y Marcela Muñoz visitaron las plantas cada dos o tres días. Tenían la responsabilidad de analizar el equipo que les había sido asignado. “Nos interesaba ver cómo se comportaban las lechugas en las dos condiciones, porque podrían dar resultados diferentes en términos del crecimiento de la planta y las características de los sustratos”, explica Varela.
Y aunque en el conjunto de variables el clima no tuvo una incidencia drástica, la investigadora explica que el crecimiento fue mejor durante la época seca. “En la época de lluvias hubo más agua y cuando esto ocurre las raíces no respiran bien y los microorganismos tampoco se establecen adecuadamente, eso hace que la planta crezca más lento”.
Tierra y algo más
En cuanto a los tipos de sustrato, se analizaron dos: una mezcla de tierra con compost, que es un tipo de fertilizante natural producto del proceso de descomposición controlado, y una mezcla de suelo con biochar o ‘biocarbón’, un tipo de carbón que se fabrica a partir de la quema de madera, hojas y residuos de cocina, a altas temperaturas y con escaso oxígeno. En diferentes partes del mundo se ha empezado a usar, aunque en Colombia es poco conocido y no se consigue comercialmente.
Para el experimento se eligió una proporción de estas dos mezclas y se analizaron las características físicas de cada sustrato, como la textura, la densidad y la distribución de agregados o terrones de tierra; las características químicas, como la cantidad de carbono, nitrógeno, potasio y fósforo; y las características microbiológicas, es decir, la presencia de ciertas bacterias y hongos claves para que las plantas accedan a los nutrientes. Ambos sustratos tuvieron resultados similares y son recomendables para un techo verde.
Sin embargo, Varela explica que, aunque el compost es rico en nutrientes, todos estos están disponibles y las plantas los toman más rápidamente; mientras que en la mezcla con el carbón ―biochar― este va liberando los nutrientes poco a poco, por lo que no habría que renovar la tierra con regularidad.
Además, al ser poroso, el biochar pesa menos, y favorece la oxigenación y el tránsito del exceso de agua hacia el drenaje, lo que ayuda a la oxigenación del suelo; en contraste, en la mezcla con compost, la tierra se anega más fácilmente.
Variedad de estructuras
En cuanto a los soportes que albergaron a los dos equipos de lechugas, se elaboraron tres prototipos de los propuestos por la Secretaría de Ambiente, con una estructura en madera y a una altura de sesenta centímetros, para facilitar la manipulación de las plantas.
El primero fue el “multicapa monolítica” (figura 1), donde todas las capas que lo componen están unidas; el segundo, el “multicapa elevado” (figura 2), que tiene un espacio de aire; y el tercero, el “receptáculo” (figura 3), que es similar a la multicapa monolítica, pero está dividido en tres cajones.
Aunque en los tres tipos de soporte las lechugas crecieron bien, los investigadores se inclinan por recomendar el de multicapa monolítica, porque es más económico y más liviano que el de receptáculo, y porque, a diferencia del multicapa elevado, al no tener el espacio de aire, favorece que el agua no se evapore de las bandejas que retienen el exceso de líquido, que puede ser usado para regar otras plantas.
Este proyecto, que demuestra un diálogo armónico entre diferentes ciencias, es un buen ejemplo de cómo la academia aporta a la transformación de realidades, en este caso, en un camino hacia el autoabastecimiento, la seguridad alimentaria y las opciones de vida saludables.
Para leer más:
§ Varela, A. et ál. (2021). Evaluation of green roof structures and substrates for Lactuca sativa L. in tropical conditions.
Urban Forestry & Urban Greening, 60, 127063. https://doi.org/10.1016/j.ufug.2021.127063
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN:
Evaluation of green roof structures and substrates
for Lactuca sativa L. in tropical conditions
INVESTIGADORES: Amanda Varela, Alfonso Gómez Gómez, Johan Manuel Bogoya, Germán Combariza, Alexandra Sandoval-Albán y Marcela Muñoz, Laboratorio de Ecología de Suelos y Hongos Tropicales, Departamento de Biología, Grupo de Física Matemática, Facultad de Ciencias, Facultad de Arquitectura y Diseño
Pontificia Universidad Javeriana
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2019