El 8 de marzo es una fecha que resuena por las luchas históricas de las mujeres. Aunque son varias las conversaciones que pueden suceder en este contexto, existe un pilar silencioso de la sociedad que sostienen las mujeres y del que no se habla mucho: la economía del cuidado. Johanna Gómez, docente javeriana e investigadora en temas de género y economía, trabaja para entender cómo el cuidado, a menudo relegado a lo invisible, sostiene la estructura de nuestra sociedad.
El cuidado es una sinfonía de acciones dirigidas al bienestar del otro. Comienza de madrugada con tareas domésticas, continua con la atención a los más vulnerables y rara vez concluye con el cierre de las actividades comerciales. Históricamente asociado con lo femenino, marca el pulso de nuestra sociedad sin recibir reconocimiento. La economía del cuidado abarca todas las actividades no remuneradas que sostienen la vida cotidiana, desde la alimentación hasta la recuperación de una enfermedad. Estas tareas, mayoritariamente asumidas por mujeres, son esenciales, pero continúan sin recibir el reconocimiento que merecen.
“Todos estamos aquí gracias al cuidado, muy probablemente al cuidado provisto por una mujer”
Johanna Gómez
Aunque Colombia ha dado pasos hacia este reconocimiento, los desafíos persisten. El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), a través de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), revela que el cuidado podría representar hasta un 20% del Producto Interno Bruto (PIB), una cifra que subraya su importancia para la economía del país. Estos datos confirman lo que ya se intuye: la carga del cuidado recae desproporcionadamente sobre hombros femeninos.
Un reloj llamado pobreza de tiempo
La pandemia exacerbó las desigualdades de género en el hogar, impactando significativamente la vida de las mujeres. Según datos de la ENUT 2020-2021, y de acuerdo con el análisis de la economista Johanna Gómez, el 51% de las mujeres incrementó el tiempo dedicado al trabajo de cuidado, mientras que los hombres redujeron en promedio 18 minutos su participación en tareas domésticas y de cuidado. Esta disparidad en la distribución del trabajo de cuidado (que no se remunera) limita el acceso de las mujeres a oportunidades educativas, laborales y de bienestar personal, perpetuando las brechas de género en la sociedad.
Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2020-2021), realizada a población civil no institucional (excluyendo Orinoquía y Amazonía), las mujeres dedican 7 horas y 37 minutos al trabajo remunerado y 7 horas y 46 minutos al trabajo de cuidado no remunerado, lo que equivale al 50% de su tiempo total, mientras que los hombres solo destinan el 26% a estas actividades.
Con estos indicadores, llegar a la equidad de género le tomará al mundo unos 300 años, y son muchos los retos que le subyacen a este plazo calculado en temas como la violencia contra las mujeres y la garantía de derechos por nombrar solo un par de elementos. En el escenario del cuidado la pregunta esencial es: ¿alcanza el tiempo? Este interrogante nos lleva a un concepto que sintetiza el desafío de cuidar en sociedades como la nuestra: la pobreza de tiempo. No solo es insuficiente, sino que las mujeres lo invierten de manera desproporcionada en tareas de cuidado, afectando su bienestar y limitando sus oportunidades.
En Colombia, la necesidad de reconocer y aliviar la carga del trabajo de cuidado, históricamente asumido por mujeres, ha impulsado la creación de iniciativas que buscan la manera de visibilizar esta discusión a mayor escala y poner encima de la mesa las maneras para que se genere un equilibrio y cuidar deje de ser una tarea exclusiva de mujeres.
Entidades transversales para las cuidadoras
Este camino hacia la equidad está plagado de obstáculos. La informalidad laboral y la sombra de la violencia familiar limitan las oportunidades y perpetuán la desigualdad. Se necesita ir más allá de las soluciones superficiales y abordar las raíces profundas de la desigualdad para construir un futuro donde el tiempo y las oportunidades no sean un privilegio.
En medio de la adversidad, existen iniciativas y alianzas poco conocidas que ofrecen un refugio apoyo y recursos a mujeres cuidadoras. Por ejemplo, en Bogotá, las “Manzanas de Cuidado” se han establecido como espacios donde las mujeres pueden delegar temporalmente el cuidado de sus hijos, permitiéndoles acceder a oportunidades de formación y momentos de descanso. Paralelamente, en ciudades como Medellín y Cali, los “Círculos de Cuidado” emergen como alternativas que buscan redistribuir la responsabilidad del cuidado, reduciendo la sobrecarga que recae sobre las mujeres.
El sector empresarial también está respondiendo a esta realidad, complementa Gómez. Grandes compañías en el país han comenzado a implementar políticas internas como horarios flexibles, teletrabajo y permisos especiales, puntualiza la investigadora. Estos pasos nacen desde preocupaciones como la de Gómez, cuyo trabajo sobre economía del cuidado han contribuido a poner de manifiesto la urgencia de reconocer este trabajo.
Pasos para reducir la pobreza de tiempo
Para avanzar hacia una sociedad más equitativa, es crucial que reconozcamos el valor del trabajo de cuidado y tomemos medidas concretas, explica la investigadora. Se debe fomentar una redistribución equitativa de las tareas del hogar, involucrando a todos los miembros del núcleo familiar. Esto implica desafiar los roles de género tradicionales y promover una cultura de corresponsabilidad.
Además, es fundamental que los gobiernos implementen políticas públicas que reconozcan el trabajo de cuidado y ofrezcan soluciones reales, como servicios de cuidado asequibles, de calidad y apoyo económico para las familias. Así mismo, las empresas deben adoptar una mayor flexibilidad laboral y brindar apoyo a quienes cuidan, permitiendo conciliar la vida laboral y familiar de manera efectiva, añade Gómez.
La paradoja radica en la constante tensión entre el tiempo y el reconocimiento. A menudo, se asume que las mujeres esperan gestos de reconocimiento por su existencia, pero lo que realmente necesitan es tiempo. Tiempo para desconectar de los roles de madre, hija, abuela, trabajadora, cuidadora, etc.; tiempo para descansar, disfrutar y dedicarse a sí mismas.
Sin embargo, la sociedad y las estructuras laborales rara vez facilitan ese tiempo. Se espera que las mujeres asuman la mayor parte del trabajo de cuidado no remunerado, lo que limita su acceso a oportunidades y perpetúa la desigualdad. Entonces: ¿cómo se pueden recibir las rosas de reconocimiento sin tener el tiempo para florecer?