1989: asesinato en la universidad
El titular de este escrito nos ubica en un año que tuvo especial significado en el curso de la historia contemporánea por la concurrencia de una serie de acontecimientos importantes, entre ellos la anhelada caída del muro de Berlín. Se podría decir que de esta forma se apuntaló la opción de un mundo civilizado por el respeto a la dignidad del ser humano. Este mismo propósito había llevado 200 años antes a la célebre Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que sin duda alguna constituye un hito histórico. Paradójicamente, también en 1989, el rector de un centro de Educación Superior en El Salvador y otras siete personas fueron asesinados alevemente en el campus universitario, espacio territorial que es símbolo por excelencia del debate pacífico y la confrontación de argumentos y razones que en ningún caso debe apelar a la violencia.
Según lo registrado por el P. Ignacio Echániz, S.J., en un aparte titulado “amanecer de sangre” en su obra sobre la Compañía de Jesús, 35 hombres armados, comandados por un militar, antiguo alumno de los jesuitas, fueron encargados por un alto oficial del Ejército del asesinato de ese grupo de hombres de la universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), que por su acción pública y decidida en favor de la justicia algunos señalaban como “líderes intelectuales de la guerrilla”. En la madrugada del 16 de noviembre tuvo lugar el asalto y allí, en su residencia,fueron acribillados seis sacerdotes junto con dos mujeres, la señora encargada de la cocina y su hija. De esta forma se consumó el martirio de los Padres Ignacio Ellacuría, rector, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Armando López, Juan ramón Moreno, y Joaquín López, Doña Elba Julia ramos y Celina, su hija. Debe recordarse que desde el 12 de marzo de 1977 todos los jesuitas en ese país habían sido amenazados de muerte y que el Padre Rutilio Grande, S.J. fue asesinado el 12 de marzo de ese año. Este fue un “acontecimiento decisivo para el compromiso de Monseñor Arnulfo Romero, recién nombrado arzobispo de San Salvador, que se convertiría en la voz más crítica y más escuchada del país y que sería abatido por las balas el 24 de marzo de 1980”.
Resulta en verdad escalofriante el recuerdo de estos hechos atroces que fueron un crimen contra la humanidad y que causaron gran conmoción en todo el mundo. Poco después las negociaciones entre el gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la liberación Nacional tomaron fuerza y el acuerdo de paz para poner fin a esa cruenta guerra civil en ese país finalmente se firmó en 1992. ¡alto fue el precio!
El Padre Ellacuría, profesor de la UCA desde 1967 y su rector desde 1979, fue un líder y un dirigente natural, artífice de una “universidad distinta, puesta toda ella al servicio del cambio social, pero universitariamente, es decir, a través de las funciones específicas de una universidad”, según lo señala el Padre Echániz. En un importante discurso sobre las relaciones entre universidad y política, el Padre Ellacuría advirtió en 1980 que “si la revolución no pasa por la universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción; más bien, en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente” (Orientaciones Universitarias No. 24, 1999).
Al repasar lo sucedido hace veinte años en el campus de la UCA, no sólo rendimos homenaje una vez más a los mártires de El Salvador, sino también destacamos nuevamente un punto neurálgico de la agenda javeriana: el compromiso de la universidad con la realización de la justicia en nuestro país. recordemos que el entorno universitario, “en cualquier lugar que esté, se yergue y resplandece porque la mente humana, siempre asaltada por interrogantes que le exigen respuestas veraces y justas, aún tiene la esperanza de alcanzar la cordura”. Así lo señaló acertadamente en 1946 el poeta laureado John Masefield y así lo debemos tener presente en todo momento. la universidad tiene que insistir en su incondicional opción por la sensatez, expresión de auténtica sabiduría, frente a la barbarie y la locura como respuesta a los graves problemas que afectan nuestra nación.