junio 2011 | Edición N°: año 50 No. 1268
Por: Paola Andrea Sánchez Cepeda | Asistente de Comunicaciones, de la Pontificia Universidad Javeriana Cali



Uno a uno iban pasando, de mano en mano, unos livianos, otros grandes, otros chicos, otros tan pesados que casi hacían doblar a quienes los agarraban. De una pila a una bolsa, de la bolsa a un estudiante, del estudiante al tobogán improvisado, que no era más que un pendón viejo con un letrero grande que decía “solidario”. Y del tobogán, a una cadena humana formada por estudiantes, profesores, egresados, directivos, colaboradores y scouts que estaban cansados, medio dormidos por el madrugón de un domingo a las 7:00 de la mañana, pero felices de prestar sus manos para esta causa.

Más de 60 personas se reunieron el 5 de junio en las instalaciones de la Javeriana Cali para conformar una comisión a la que llamaron “Brigada Solidaria”, que entregó las ayudas recolectadas en el “Concierto Solidario” del pasado 13 de mayo, organizado por el Comité de Gestión Estudiantil. El concierto se hizo posible gracias a la gestión de los estudiantes que lograron convocar a artistas que pusieron su arte y su música al servicio de los que más lo necesitan: Cápzula, Residuo Sólido, No Djs, Doce 04, Ágape, Doctor Krápula y Aterciopelados. Al final, entre todos lograron recoger más de 6 toneladas de ayudas, que entregaría la Brigada Solidaria, para asegurarse de que llegaran a manos de quienes verdaderamente las necesitan. Esta brigada se realizó con el apoyo de la Arquidiócesis de Palmira, los Scouts de Colombia, el Ejercito Nacional, la Cooperativa Coomef y el Sindicato de la Industria de Licores del Valle. Primera parada: Domingo Largo, un corregimiento de Candelaria a orillas del río Cauca, que aunque a primera vista parecía seco, aún conservaba las ruinas de lo que se había llevado el río por delante. Apenas llegaron, los voluntarios fueron recibidos por una docena de niños, que curiosos salieron de las casas a ver quiénes se bajaban del camión. De inmediato los scouts se tomaron el sitio con sus canciones y sus rondas, cautivando a los niños que por uno momento se olvidaron de todo y se sumergieron en el juego.

Por otro lado, los demás voluntarios iban desembarcando los mercados, mientras los líderes de la comunidad organizaban a las familias en la iglesia, o mejor dicho, en lo que quedaba de ella. Cuatro guaduas estacadas a cada lado, media pared de ladrillo, un piso raído y algunos toldos, era lo que había quedado de la iglesia de la comunidad, tal vez el símbolo más grande de la devastación que había dejado la ola invernal en esa zona. Pero no se trataba solamente de hacer la entrega de los mercados y marcharse, los voluntarios quisieron también escuchar los testimonios de las personas que los iban a recibir; motivo por el cual se sentaron con ellos y éstos les contaron todo lo que habían sufrido. De cómo lo perdieron todo en un instante, de cómo habían visto nadar sus enseres en medio del río, de cómo se habían visto con el agua hasta el cuello y también de cómo estaban trabajando para recuperarse y salir adelante. Una señora incluso contó, que estaba viviendo en la casa de una vecina hacía ya varios meses porque todavía no había podido volver a su hogar, al que solamente podía llegar en canoa.

Segunda parada: Caucaseco, corregimiento de Juanchito. Una fila de más de 200 personas entre niños, mujeres, adultos y adultos mayores, esperando por un mercado o tal vez dos, un sol abrazador y una capilla pequeña hecha de guadua, donde un cura no estaba multiplicando panes sino mercados para todos sus feligreses. Tercera parada: Urbanización Pereira, en Juanchito. Después de una misa muy sentida en la que el padre le dio gracias al creador por los mercados y por quienes los trajeron, más de 200 familias se formaron en fila para recibir su ayuda. Niños que apenas podían cargar el paquete, mujeres embarazadas y abuelitos que salían sonrientes, repartiendo bendiciones a diestra y siniestra.Al final, más allá del cansancio y la satisfacción del deber cumplido, una inquietud rondaba por las cabezas de los voluntarios, pues el estar en contacto con estas comunidades, algunos por primera vez, definitivamente no es una experiencia que pasa desapercibida en la vida de nadie. La buena noticia es que esta historia no empieza ni termina aquí, no empezó ni con la brigada, ni con el concierto, muchas manos vienen trabajando desde hace tiempo para hacer algo por los demás. Manitos creativas que regalan alegría a niños vulnerables, manos que construyen techos para quienes no los tienen, manos que siembran esperanza en esquinas verdes. Manos que trabajan unidas y que mano a mano quieren construir un nuevo país, un país en el que la gente se toque por el otro, y que no siga su vida indiferente de lo que sucede a su alrededor. Manos que sueñan con que un día la solidaridad sea una cultura y no una rara costumbre de antaño.