“Me inspira demasiado respeto el estudiantado”
Bernardo Gaitán Mahecha, ex Alcalde de Bogotá, ex Ministro de Justicia y uno de los más reconocidos juristas de Colombia,
ha sido docente de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Pontificia Universidad Javeriana desde 1956. Sin embargo su experiencia como profesor inició desde que era estudiante de bachillerato en el colegio San Bartolomé La Merced.
También sus enseñanzas han llegado a reconocidas universidades del país, como la Nacional, los Andes, Rosario, Gran Colombia, Externado y la del Cauca.
“No he dejado la cátedra en ninguna época, solo cuando estuve de embajador en el Vaticano, pues estaba en Roma y
necesariamente suspendí mi actividad”, afirmó.
Ha sido además autor de numerosos libros de derecho penal. Participó en la redacción del Código Penal de 1980, y del código penal tipo latinoamericano. Hoy está trabajando en un nuevo libro, “lo más comprensible posible”, de los conocimientos fundamentales del derecho penal.
Usted ha sido profesor por más de 56 años, ¿Por qué se dedicó a la docencia?
Es una afición que tuve desde muy joven. Comencé cuando cursaba mi bachillerato. Me acuerdo que fui donde el Rector del Colegio San Bartolomé de la Merced y le propuse crear un instituto obrero. A él le pareció muy buena idea y lo fundó.
Cuando salí como bachiller y me vinculé a la Universidad le propuse a un jesuita, que era asesor de la Unión de Trabajadores de Colombia, la idea de fundar un sitio dirigido a los líderes sindicales para que nosotros les enseñáramos derecho, y así se hizo y por mucho tiempo estuve en esa actividad.
Terminé mis estudios de pregrado y hablé con el Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional para vincularme como docente. Me dieron un seminario y cuando quedó vacante la cátedra de Derecho Procesal, me la dieron. Poco tiempo después me pidieron que dictara Penal General, para remplazar al profesor Carlos Lozano Lozano que había fallecido.
Después me invitaron a dictar una cátedra en la Universidad del Rosario, y después acá en la Pontifica Universidad Javeriana desde 1956.
¿Qué recuerda de su primer día como profesor?
Cuando estaba en el Colegio y enseñaba cosas, digamos elementales, la sensación inicial era la de ver cómo hacía para transmitir adecuadamente el conocimiento, eso era lo que más me preocupaba y los primeros días estaba muy temeroso de que lo que hacía no correspondiera a la expectativa del auditorio. Ahora, ya en la Universidad, nunca he dejado jamás de sentir temor
cuando voy a dictar la clase, me inspira demasiado respeto el estudiantado, y entonces voy siempre con cierta timidez, pero ya cuando cojo el ritmo de la clase me siento muy bien, ya lo hago como rutina, pero naturalmente siempre, a cada instante, a cada momento, temiendo no quedar bien.
¿Cómo se describe como docente?
Yo creo que tengo una facultad bastante natural y digo que es genética, de transmitir con sencillez lo complicado.
Y sé que soy buen profesor por eso, y porque lo experimento a diario en la clase, en las reuniones, en la política, que cada vez que tengo que explicar una cosa, tengo una habilidad de poderlo explicar bien y sencillamente.
Durante su desarrollo como profesor, ¿cuál ha sido el mayor reto al que se ha enfrentado?
El mayor reto ha sido lograr estar al tanto en la evolución de la ciencia jurídica.
Es muy complejo, porque yo no solamente me he dedicado al derecho penal, sino también al administrativo, al constitucional, a la filosofía, a la introducción al derecho, he sido columnista del periódico El Tiempo, de El Espectador, actualmente estoy escribiendo todos los meses en la Revista Javeriana sobre una gran cantidad de temas, entonces uno vive muy angustiado por
estar al día en todas las cosas.
¿Cuál es su mayor motivación para la enseñanza?
En la escuela de mi pueblo tuve un maestro que se llamaba Víctor Prieto y yo me acuerdo que vivía admirado de que ese señor le enseñaba a uno geografía, aritmética, historia, educación cívica, ética, de todo. Para mí era un sabio, y la admiración que por él la he mantenido, y siempre he dicho que después de todo lo que él me enseñó yo no he aprendido nada más, porque lo que he hecho es reciclar. Además, yo acostumbraba conversar mucho con los viejos, porque me contaban historias, me daban consejos y mí me parecía eso una maravilla. De ahí saqué la afición prácticamente.
¿Se ha visto frente a la necesidad de reinventar su metodología de enseñanza?
Sí. Yo nunca he dictado la misma clase. Mi programa es el mismo, pero cada semestre yo reinvento, reconstruyo la manera de ver las cosas.
¿Cómo prepara sus clases?
Yo hago un programa al comienzo del año, se lo doy a todos mis estudiantes, y de ahí voy tomando los temas, busco cualquier texto que me acuerde de qué trata, leo la noche anterior y antes de ir a clase repaso rápidamente. De ahí en adelante hablo durante hora u hora y media muy ordenadamente, y a veces hay puntos en los cuales el tema me obliga a desarrollar mi propio criterio e inclusive les digo a los estudiantes que eso no lo encuentran en ningún libro, porque me lo estoy inventando en ese
momento.
¿Qué características debe tener un buen profesor?
Mucha sabiduría. Tiene que conocer muy bien lo que enseña. Experiencia. No puede ser solamente un teórico. Yo no solamente sé que enseño bien, sino que conozco muy bien lo que enseño.
Desde su perspectiva como docente, ¿A qué reglas de oro debe obedecer la enseñanza de una cátedra en la universidad?
Lo ideal es que coexistan la sabiduría, y la capacidad pedagógica. Otra regla de oro es tener un respeto profundo por el estudiante, el estudiante sabe más que el profesor siempre, y la sabiduría del alumno consiste en que como ignora lo que le están transmitiendo, tiene la capacidad de preguntar, de inquirir, porque su experiencia vital es completamente diferente de la del profesor
*Estudiante de Derecho.