Octubre 1986 | Edición N°: 922
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



El P. Fernando Londoño, S.J., Vice-Rector del Medio Universitario en discurso pronunciado en la inauguración de les jornadas de estudio sobre «La Problemática de Dios en la Novela Latinoamericana», hizo un profundo análisis sobre algunos puntos de la búsqueda de Dios en la expresión literaria.

En el marco de estas jornadas, donde se dieron cita importantes conocedores del quehacer literario en el continente, para analizar y reflexionar sobre la pregunta y la respuesta por Díos, el P. Londoño se refirió y autores como Amado Nervo y Unamuno, y consideró que todo nuestro discurso sobre el tema se afinca en «captar la idea, la experiencia y la vivencia de Dios en nuestros pueblos, afirmándola sin vacilación para ellos y para El mismo».

Apartes de su discurso, ahondan en el problema de Dios para el escritor y el hombre latinoamericano:

«Pretenden ser estas jornadas un momento, ojalá excepcionales en el inacabado proceso de búsqueda de Dios, en la expresión literaria de nuestros escritores, tratando de adivinar o sorprender los rumbos de su itinerario interior frente a un mundo en trance impresionante de cambio. Y casi que lo menos importante es la pregunta inmensa que está ahí delante. Sino las respuestas a él. Y primeramente, han respondido a la pregunta de nuestros novelistas? Ni se la han formulado siquiera? La han matado en embrión? Y entonces, se han enseñoreado la muerte o el silencio de Dios? Calla Dios en nuestra literatura? O va tal vez latente, como una voz de muchas aguas, que al final estalla en grito?

Todos los hombres, de todos los tiempos han buscado a Algo o a Alguien Superior a ellos, que se les fuga. A quien apresan en el mito, o eternizan en el símbolo.

El Escritor latinoamericano no puede olvidar el dolor y la grandeza del alumbramiento racial de estos pueblos nuestros. Ni mucho menos desconocer o despreciar los indicadores de esta tierra madre, germinal, de donde venimos. Tengo la fundada impresión de que es todo lo contrario, específicamente en el campo de la narrativa. Cada vez se vuelve más a esa tierra madre: cada vez se ahonda más en el substrato original de lo que es hoy Iberoamérica. Para tratar de entender mejor el difícil ensamble con lo que vino después: el manto bautismal de América, para tornarla cristiana.

Así parece, que al momento de venir a tratar el problema de Dios en nuestra literatura latinoamericana, debamos encarar una perspectiva bifronte, pero no separada, sino entrelazada, confundida, a ratos tremendamente ambigua, porque los epifenómenos culturales y religiosos, muchas veces no son tan fácilmente hipotecables al núcleo autóctono o al que vino después, sino quizás a una mala mezcla de ambos no bien integrada. Captar muchos matices y rescatarlos creativamente por entre la tolvanera de imágenes, superticiones, universos simbólicos, etc, de nuestros pueblos nativos que accedieron al cristianismo, es ponderosa tarea del escritor.

Y sobre todo, captar la idea, la experiencia y la vivencia de Dios en nuestros pueblos, afirmándola sin vacilación para ellos y para él mismo.

Diría que aquí se afinca todo nuestro discurso sobre el problema de Dios. El escritor latinoamericano, de cara a la problemática global, al entorno geográfico, cultural, económico, social, político, de nuestros pueblos, así como también de cara a su dinamismo múltiple hacia el pleno desarrollo y bienestar, propugnando una mayor justicia en su mundo, realizando así la eterna «utopía» del hombre también entre nuestros indios latinoamericanos, afirma la presencia de un Dios que en Cristo, trabaja en la historia humana para llevarla a su consumación y plenitud, o cree que Dios está muerto, o al menos dormido o silenciado y no tenido en cuenta en el martilleo casi asfixiante de la construcción técnico-científica del mundo?

Para nosotros no es nunca aproblemático ese ser misterioso que llamamos Dios, o sea, el misterio Supremo e inefable que envuelve nuestra existencia. (Con. Vat. II. Nostra aetate, 2). Porque no es solamente el totalmente lejano, en el allende del mundo, totalmente distinto de él. Ni tampoco el totalmente diluído y desdibujado en el aquende del mundo, sin diferenciarse de él. Insoslayable dialéctica entre la trascendencia y la inmanencia.

Además, Dios no es detectable como un fenómeno del mundo. Directamente como tal. En tal manera que variando el experimento, como en las ciencias positivas, y ensayando hasta el fracaso, se lo logre aislar como tal, como Dios-Dios no es objeto de experimentación como el de las ciencias empíricas.

«En la experiencia radical de su realidad, Dios aparece en la conciencia del hombre. Por la experiencia de Dios, buscado y encontrado en el corazón de la experiencia de la realidad, ésta se vuelve transparente».

 

Pero sí es objeto de experiencia: o sea, de ese tipo de conocimiento inmediato de lo concreto que es toda experiencia. De esa forma de situarnos en el mundo en nosotros, de la manera como interiorizamos la realidad.

Hace poco decíamos que el hombre representa estáticamente a Dios en su misterio o como el trascendente sin relación alguna con el mundo, o como el inmanente sin proyección alguna hacia un más allá de la materia cuántica. Pero Dios no es solo transcendente, «Superior Summo meo» ni es sólo inmanente «íntimior intimo meo», sino también transparente. La trasparencia, es una categoría que incluye la trascendencia y a la inmanencia y se comunica con ambas. Significa la presencia de la trascendencia en el mundo. Presencia que trasforma el mundo de meramente inmanente en trasparente, para la trascedencia presente dentro de él. Así Dios emerge, aparece a través del hombre y del mundo y estos se vuelven trasparentes a Él. Dios es real y concreto, porque no vive encima y fuera del mundo, sino en el corazón del mundo, pero sin agotarse ahí ni tornarse una pieza del mundo.

El problema de Dios! Que nos lleva a una experiencia de Dios en contacto con nuestro mundo, para mirarlo con una óptica diferente. El nos revela a Dios y pronuncia claramente su sentido. El comienza a presentársenos trasparente para Dios. En todo el Dios se vela y se revela, se da y se re-trae, es un Dios esquivo y silencioso.

Para el escritor, latinoamericano especialmente, hay interpelaciones fuertes aquí. Tenemos un hombre latinoamericano aún en su subdesarrollo enfrentado al mundo científico-técnico en la era industrial o post-industrial. Pero tenemos delante sobre todo, al hombre de estas latitudes que en-cara también otro mundo, articulado con aquel, el que vivimos en Iberoamérica.

Aquí no hay solo interpretaciones metafísicas o científicas de la realidad, sino que el hombre de aquí en su plurisecular experiencia de contacto con este mundo que le tocó vivir, ha dado también una interpretación religioso-mítica de él. Y esta pervive aún. Porque el hombre científico-técnico sigue siendo todavía un «salvaje primitivo» en las estructuras fundamentales de su saber. Pero sobre todo, porque no podemos dar un tajo diacrónico en las etapas de desarrollo y de conciencia del hombre. Esto es siempre sincrónico. A pesar de no estar ya en la era agraria, coexisten muchas manifestaciones de esta aún en la era industrial y electrónica. Hoy pervive lo mítico-religioso, juntamente con lo metafísico y científico sincronizado en el hombre.

El historial nuestro presente es, pues, también el espíritu científico-técnico, pero vivido dentro del drama específico de América Latina. Hemos dicho que Dios emerge en la historia que vivimos. Cómo se revela Dios en la situación actual de nuestros pueblos, en medio de tanta injusticia pero con tantos anhelos de superación?

Las respuestas dadas aquí, han hecho pensar allá en la culta Europa valorando el peso específico de nuestra narrativa.

Una novelística propia, aferrada casi crispadamente a las entrañas de estas tierras y estos pueblos. Una novelística que no ha dejado de mirar en clave religiosa las manifestaciones populares. Que ha escarbado en la religiosidad popular, para extraer, quintaesenciado, el sentido fortísimo de Dios de estos pueblos, que es generalmente el Dios revelado en Cristo.

En nuestro contexto humano de subdesarrollo se configura también el rostro positivo de Dios. Pero como digo, no resulta fácil atisbarlo por entre la maraña de injusticias e indiferencia religiosa generalizada, o decantarlo y extraerlo de entre ese rebaño ambiguo de ropajes cuasi-superticiosos.

Pero, en este mundo latinoamericano, cristiano, heredado del indio aborigen maya o azteca, chibcha o inca, charrúa o tupi-guaraní, también se transparentará la imagen de un Dios que resucitó a Jesucristo, para que con su resurrección se realice lo que soñó en sus selvas el indio de Iberoamérica: «el lugar sin lágrimas, hambre y sed» que no era sino la traducción de sus anhelos de un mundo mejor, más justo, más fraternal y más humano».