marzo 2012 | Edición N°: año 51, No. 1275
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



En el lenguaje contable el verbo acreditar se refiere a aquellos movimientos que se registran en la conocida columna del Haber. En este sentido, acreditar es lo mismo que “asentar una partida” en ese espacio donde se puede apreciar lo que se tiene, lo que ha sido recibido, lo que nos sirve de sustento y permite que desarrollemos una actividad. Dentro de este contexto, quien acredita da fe de una realidad particular.
De manera análoga se puede analizar la acreditación en el mundo educativo. Una institución acreditada es aquella que ha merecido reconocimiento público de su calidad por la labor que realiza, por los recursos con que cuenta, pero sobre todo, por los profesores que llevan a cabo la docencia e investigación, por los alumnos que son admitidos y aquellos que al final de sus estudios reciben su grado y título, y, por supuesto, también por los administrativos que crean las condiciones para el desarrollo de las actividades propiamente académicas.
De una institución acreditada la gente habla bien, pues merece respeto y admiración. Esta acreditación es fruto de un consenso espontáneo, tal como sucede con el buen nombre y la reputación de las personas naturales, que no es resultado previsto de un mecanismo formal orientado a tomar decisiones precisas al respecto.
Ahora bien, el proceso de acreditación institucional para las universidades, que se estableció en Colombia hace dos décadas, permite al Estado, mediante resolución del Ministro de Educación, “adoptar y hacer público el reconocimiento que los pares académicos hacen sobre la calidad de sus programas académicos, su organización, funcionamiento y el cumplimiento de su función social”, con base en el concepto que al respecto debe emitir el Consejo Nacional de Acreditación (CNA). Así lo señala
el primer artículo del Decreto 2904 de 1994 que reglamentó lo relativo al Sistema Nacional de Acreditación, creado dos años antes por medio de la Ley 30.
Debe destacarse entonces el papel fundamental de los pares académicos, responsables de la evaluación externa que junto con la autoevaluación permiten a dicho Consejo analizar el estado de una institución y formarse una opinión.
Pero más allá de los procesos y sus resultados, estos ejercicios formales pretende es el aseguramiento de la calidad, propósito que se inscribe sin la menor duda en el magis como consigna ignaciana. Hacer lo que tenemos que hacer no es suficiente para los hombres y mujeres que trabajan en el ámbito de las obras de la Compañía de Jesús. Para nosotros constituye un imperativo, no sólo hacer las cosas bien, sino hacerlas lo mejor que se pueda, en orden a que el ser humano gane en plenitud y así el
mundo, en humanidad.
Con este espíritu la Universidad Javeriana se lanzó al final de la década de los años 80 y el comienzo de los 90 a una experiencia pionera en materia de autoevaluación y planeación, asumida desde un profundo sentido corporativo, esclarecido ya en 1971 en el histórico Seminario de Estudio y Renovación Universitaria convocado por el P. Alfonso Borrero, S.J., al inicio de su rectorado.
Fue así como no nos resultó extraño hablar de autoevaluación universitaria, tema que nos había convocado en el Seminario de Directivos realizado en 1984, cuando nos decidimos a solicitar la acreditación institucional, la cual nos fue otorgada en el año 2003, siendo la primera universidad en alcanzar este reconocimiento en el país.
Hoy nos sentimos contentos, satisfechos y orgullosos con la decisión que la Ministra de Educación Nacional consignó
en la Resolución No. 2333 del 6 de marzo, por medio de la cual renueva la acreditación institucional de alta calidad a nuestra Universidad en Bogotá, y otorga el mismo reconocimiento a la Seccional en Cali, hecho destacado porque hasta ahora sólo la Universidad Nacional de Colombia con su sede de Bogotá y sus seccionales, había alcanzado este logro.
Estos sentimientos están acompañados de nuestro compromiso por hacer que las fortalezas que caracterizan nuestra institución se mantengan; que surjan muchas más y que demos cabal atención a aquellos “aspectos susceptibles de pronto mejoramiento” que han sido enunciados en el concepto del CNA. Los laureles que ostenta el escudo javeriano son inequívoca manifestación
de opción por la excelencia.
Dicho lo anterior, expresamos nuestra profunda gratitud a quienes han edificado esta institución, que han sido artífices de esta maravillosa realidad que conjuga hechos, ideales y proyectos, los que hoy son responsables de su quehacer, así como aquellos que nos han precedido. Gracias al esfuerzo de los miembros de esta Comunidad Educativa que con decisión se han empeñado en la excelencia, la Pontificia Universidad Javeriana continuará su centenaria trayectoria, en todo fiel a su objetivo de servir a Colombia