Editorial
La sociedad se forma a partir de muy diversas relaciones que se establecen entre los seres humanos y que tienen una especie de nodos o vértices, que dan origen a gruposcon identidades muy definidas. A las personas las puede unir, por ejemplo, el colegio o la universidad donde estudiaron, la empresa donde trabajan, y por supuesto, el país donde nacieron, condición que origina, por una parte, vínculos estrechos entre los individuos, y por otra, la formación de esos colectivos a los que cada uno pertenece. Entre todos estos, sobresale uno, que tiene fundamento en la consanguinidad. En efecto, todo ser humano queda ligado para siempre con sus progenitores, el hombre y la mujer que le dieron la vida a él y a sus hermanos, asignándole un lugar en el árbol genealógico de la humanidad, donde se hallan abuelos, tíos y primos, los parientes, sean cercanos o lejanos. De esta manera, se constituye el primer núcleo de toda sociedad, la familia, con características muy variables, según los países y las culturas, y por supuesto, la situación económica.
Ahora bien, familia y hogar son dos términos que no siempre se refieren a una misma realidad, porque aunque todos tenemos necesariamente una familia que los apellidos ayudan a identificar, el hogar, entendido como entorno cálido y edificante, donde tienen lugar las primeras experiencias de cuidado y afecto, de protección y seguridad, donde descubrimos con gozo que no nos hallamos solos en el mundo y que el amor existe, es en verdad un privilegio que lamentablemente no siempre pueden disfrutar todas las personas.
Estas reflexiones son especialmente pertinentes, ahora que ha terminado la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que convocó el Papa Francisco para tratar el tema de la familia. Como lo anotó el Santo Padre al abrir las deliberaciones, el 5 de octubre, el Sínodo no es un espacio parlamentario para “ponerse de acuerdo”, sino “una expresión eclesial, es decir, es la Iglesia que camina unida para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios”. El día anterior, en la homilía durante la Santa Misa de apertura, el Papa se refirió con claridad al contexto de la sociedad contemporánea: “Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía… Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”. Destacó el Pontífice dos condiciones que afectan gravemente a la humanidad: la soledad y la vulnerabilidad, las cuales se ven reflejadas en la familia de nuestro tiempo. “El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil, -señaló el Papa-, es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.
Tres semanas estuvieron reunidos los 265 Padres Sinodales, quienes recogieron en un documento de 94 párrafos, el fruto de sus reflexiones. En su discurso de clausura, el 24 de octubre, el Papa Francisco, al referirse sobre lo que significaba “concluir el Sínodo”, reconoció su trabajo con el fin de “abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible”. Casi al finalizar su alocución, el Papa proclamó que “los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón”; y aclaró, a renglón seguido, su sentido genuino: “exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia”.
Que las palabras del Papa Francisco y el mensaje de los Padres Sinodales nos ayuden también a nosotros, hombres y mujeres de universidad, para volver la mirada sobre la familia, institución determinante de toda sociedad, en la cual se juega en gran medida, el futuro de la humanidad.
Destacó el Pontífice dos condiciones que afectan gravemente a la humanidad: la soledad y la vulnerabilidad, las cuales se ven reflejadas en la familia de nuestro tiempo.