El porvenir de Colombia
En pocos días iniciará labores el nuevo gobierno de Colombia, encabezado por Iván Duque Márquez y Marta Lucía Ramírez Blanco, quienes fueron elegidos para ejercer los cargos de Presidente y Vicepresidente de la República. El proceso electoral que concluyó el pasado 17 de junio, durante el cual tuvieron lugar serias confrontaciones que causaron una profunda división en la opinión pública, nos permitió revisar el estado de la nación en todos sus frentes, conocer distintas alternativas para su desarrollo inmediato, que, si bien tenían como propósito diferenciar las opciones de los diferentes candidatos, contribuyeron al análisis de los grandes temas que figuran en la agenda nacional.
Debemos destacar lo que ha quedado claramente confirmado en las votaciones: somos una democracia, sí, con todas las limitaciones que ofrece este sistema de gobierno y las imperfecciones que tiene en Colombia. Que el pueblo haya podido expresar su voluntad en las urnas, en una jornada pacífica, sin alteraciones de orden público, y que su decisión sea respetada, es algo que demuestra la solidez de nuestras instituciones y que debe hacernos sentir satisfechos y orgullosos. Además, la abstención disminuyó notablemente y los resultados se conocieron con gran prontitud gracias a una gestión encomiable de la Registraduría Nacional del Estado Civil. Ahora bien, las elecciones nos mostraron una nueva realidad política que no puede delinearse simplemente por la militancia de los ciudadanos en un partido o un movimiento político. Los electores se mueven con mayor libertad e ilustración, apoyados en los medios de comunicación y las redes sociales que, desafortunadamente, en ocasiones, hacen circular falsa información.
En este contexto, queda claro que la democracia, patrimonio de todos los colombianos, debe ser fortalecida. De su cuidado depende que fuerzas al margen de la ley se conviertan en opciones de poder para un gran sector de la población que ha sido ignorado por gobernantes y políticos. Para ello es fundamental asegurar, no solo la presencia del Estado, con inversión pública, en esas regiones olvidadas de Colombia; sino también hacer todo lo posible para dignificar la actividad política, lo que quiere decir, insistir en que sea realizada con responsabilidad y honestidad, con realismo y sensatez, con respeto al desacuerdo. No hay lugar a dudas: debemos cuidar la democracia. Con este nuevo aire que nos han dado las elecciones, debemos seguir adelante en la construcción de país, por el sendero de la paz, donde hemos logrado importantes avances y tenemos enormes desafíos. No sólo se trata de impedir el conflicto armado y fratricida, sino de dar respuesta eficaz a los problemas que de tiempo atrás han favorecido la violencia y afectado gravemente la convivencia. Ciertamente, se trata de un camino difícil, donde no todo han sido aciertos, pero que ha permitido salvar vidas, evitar sufrimientos y ahorrar recursos. De igual forma, debemos continuar la lucha contra la corrupción, el narcotráfico y los cultivos ilícitos, contra la impunidad y la desigualdad, grandes flagelos que impiden el progreso del país y ponen en riesgo la democracia y la paz.
Todos necesitamos que al gobierno le vaya bien porque así le va bien al país; sabiendo que al país solo le va bien, si a todos los ciudadanos les va bien. El futuro de Colombia pasa por la unidad de todos los ciudadanos alrededor de los grandes propósitos que debemos alcanzar como país, por encima de partidos y movimientos políticos. El camino es claro: superar la polarización, el populismo y el odio, buscar lo que nos une y entusiasma para realizar un sueño compartido; saber dar continuidad en aquello que lo merece, o hacer ajustes y cambios en aquello que así lo requiera, honrando los compromisos adquiridos. No es hora de recordar agravios, buscar revanchas y entorpecer la acción del Estado.
Tampoco es hora de dormir en los laureles que traen las victorias, porque si bien ganó la democracia colombiana, con su esquema de gobierno-oposición, son muchos los peligros que nos acechan y grandes las responsabilidades frente al malestar social que de diversas maneras se hizo sentir en estas elecciones. Esta no solo debe ser la preocupación del nuevo gobierno, al que deseamos el mejor de los éxitos; sino la de todos los ciudadanos. Con altruismo y generosidad, con sensatez, pensando en grande y mirando a largo plazo, vivamos esta hora crucial de la Historia Nacional. Recordemos que lo que está en juego, no es el prestigio de quienes fueron candidatos y comprometieron su futuro político, sino el porvenir de Colombia.