El trabajo de grado: un esperpento mandado a recoger
Ya no se llama tesis sino trabajo de grado, pero con ese pomposo nombre miles de estudiantes de las universidades colombianas elaboran hacia el final de sus estudios un escrito con ínfulas de investigación en el que, se supone, aplican los conocimientos de diversa índole que han adquirido en su carrera inconclusa. Se aspira con ello, entre otras buenas intenciones, inculcar en ellos la idea de que la investigación hace parte del quehacer de su futura profesión. Los resultados de ese ejercicio, en la mayoría de los casos, no muestran que el objetivo se alcance. Todo lo contrario: ponen en evidencia que en general los estudiantes de pregrado no sólo no tienen vocación para la investigación, sino que no cuentan tampoco con las herramientas para hacerla y, en muchos casos, ni siquiera la claridad sobre lo que investigar realmente significa. Son muchos los obstáculos que se le atraviesan al estudiante para cumplir con este requisito de grado, tantos que pocos logran completarlo a tiempo. Para comenzar, debe identificar un problema. Se espera que en un par de semanas halle en su disciplina, de la que todavía no se ha empapado del todo, algún minúsculo detalle que nunca nadie, en ninguna parte, haya esculcado para él abordarlo y proponerle una solución. Luego debe diseñar la estrategia con la que va a abordar dicho problema y encomendarse a todos los santos para que su estrategia sea justo la que se requiere para la solución del problema que identificó. Bien sabemos, los que algo de investigación hemos hecho, que no todos los caminos conducen a Roma, es más, que la mayoría no van a ninguna parte. Nuestro futuro profesional, sin embargo, no tiene la opción de equivocarse de camino: el que escoja lo debe llevar, sin contratiempo alguno, a su destino final.
Identificados el problema y la estrategia vencedora, tiene ahora nuestro héroe si mucho dos meses para ejecutar su plan de trabajo y obtener resultados. Todo ello mientras cursa tres o más asignaturas que le exigen casi tanta dedicación como el proyecto que lleva a cabo. Sin embargo, ninguno de los obstáculos que ha enfrentado hasta el momento le causará tantos dolores de cabeza como al que ahora tiene que enfrentarse: la elaboración del informe final, la “tesis” con la cual comunica a la comunidad los logros de su trabajo. Este obstáculo es formidable porque sus competencias de escritura todavía están en construcción, lo cual pone en serios aprietos tanto al estudiante como a su consejero, que en muchos caso acaba siendo quien asume la tarea de escribir y reescribir párrafos enteros del documento final. Aún así, los resultados no son satisfactorios. Salvo muy pocas excepciones, el trabajo de grado no cumple sus objetivos. No sirve para formar investigadores y al conocimiento le aporta poco (como Los efectos de la depresión en algunos estudiantes del occidente de Bogotá) o demasiado (Una historia de la religiones, la tesis de un contemporáneo mío, quien la última vez que le pregunté cómo iba, me contestó que bien, que sólo le faltaban las religiones monoteístas: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo). No tengo espacio para examinar el otro lado de la moneda: el costo descomunal en tiempo y recursos por parte de los profesores y las universidades para lo que, al final de cuentas, no es sino un saludo a la bandera de la investigación. Tengo sí una convicción: hay muchas alternativas iguales o más formativas que el trabajo de grado