septiembre 2011 | Edición N°: año 50 No. 1271
Por: Francisco Sandoval | Pontificia Universidad Javeriana



Había sido un pequeño milagro emprender este viaje. La tarde anterior había perdido toda esperanza, pues a mis acompañantes les fue prohibido viajar conmigo. Por lo tanto, no tenía traductor y era muy difícil alquilar un auto por mí mismo y descifrar el mapa de rutas que me llevarían a Tischian y luego a Sancian. Yo estaba en Shenzhen, una de las principales ciudades de la provincia de Canton, representando a Colombia en la Asamblea Mundial de la Federación Mundial de Deporte Universitario y como jefe de la delegación del país en los Juegos Mundiales Universitarios o “Universiadas”. Habían sido casi dos semanas dedicados exclusivamente a esta labor. Tan solo disponía de un día de descanso previo a mi regreso a Bogotá y quería dedicarlo a visitar el sitio en donde murió San Francisco Javier. Siendo empleado y profesor de la Universidad por casi 20 años, Francisco Javier ha sido una compañía permanente como patrono de la Javeriana, y, ante todo, una inspiración de coherencia y voluntad infranqueables. El encuentro con el Padre Joseph había sido una afortunada coincidencia. Con mi inminente regreso a Colombia, y convencido de no poder ir a Sancian, estaba tomando las últimas fotos de la Villa Olímpica de la Universiada, que alojaba a 11.000 participantes de todos los sitios del mundo. Dentro de los edificios que constituían el complejo se destacaba el Centro de Espiritualidad, en donde se congregaban una mezquita, una sinagoga y una iglesia católica, a la cual entré a orar.

Encontré una biblia en el piso de la iglesia y cuando busqué a alguien para regresarla conocí al Padre Joseph. Le hablé de la Pontificia Universidad Javeriana, de las universidades jesuitas y de la intención que tenía en visitar Sancian. El Padre Joseph, original de Beijing, se interesó mucho en la idea, pues conoció a los jesuitas cuando estudió consejería espiritual en la Universidad de Fordham en Nueva York. Pocas horas después se había encargado de conseguir un auto alquilado, un conductor y dos acompañantes para nuestro viaje. Salimos un viernes. A lado y lado de la autopista aparecían siempre nuevas fábricas y edificios en construcción. Shenzhen es una ciudad moderna y cos
mopolita que, junto a Guangzhou, son las principales urbes del sur de China y de la provincia de Canton, destino principal del viaje fallido de Javier. El gobierno comunista chino decidió en los años setenta que ésta iba a ser la ciudad que sostendría el desarrollo y comercio de esta zona del país, pasando de tener 29 mil habitantes en 1979 a 12 millones en la actualidad, en su mayoría inmigrantes, que disfrutan del mejor estándar de vida del país y eficientes políticas públicas en tecnología, comercio, vivienda, transporte, educación y medio ambiente. Nos tomó 3 horas llegar al embarcadero en Tischian. Escuché todo el recorrido cantar alegremente al Padre Joseph y dos hermanas religiosas que provenían de la Diócesis de Beijing. Era curioso escuchar Rondas, Salmos y el Ave María en mandarín. El viaje transcurrió dentro de una geografía de pequeños valles, colinas, pantanos y grandes desembocaduras de ríos que buscan el océano pacifi
co; plantíos de arroz, inmensas torres de energía, túneles interminables, pequeños poblados milenarios, grandes viaductos y pescadores solitarios. Es el “progreso” que traga rápidamente la naturaleza y la tradición.

Desde el embarcadero de Tischian se vislumbra la Isla de Sancian, que está a 15 kilómetros de la costa. Tomamos una embarcación moderna que nos transportó en media hora a la isla. En nuestro camino observamos veleros, buques comerciales, botes pesqueros artesanales y naves militares, bajo un clima húmedo y caluroso como en Santa Marta o Buenaventura. Francisco Javier estuvo en esta isla semidesierta. Regresaba en ese entonces, 1552, de un tortuoso viaje de dos años por Japón, en donde aprendió el lenguaje local con el fin de predicar el evangelio. Javier sembró el cristianismo con éxito en ciudades como Kagoshima, Nagasaki y Miyako. Al estar en Goa, en la India, Javier convenció al Virrey de Portugal de enviar una delegación y embajada oficial a China. Esta era la única estrategia posible para entrar a este reino, ya que no se permitía el acceso a sus costas de personas o navíos occidentales. Francisco Javier emprendió su último viaje en julio de 1552 con muy poco dinero, y solo lo acompañó un joven traductor y catequista chino, a quien llamaba Antonio de Santa Fe. En agosto de 1552 la nave Santa Cruz arribó al mismo puerto al que en ese momento llegábamos con el Padre Joseph.En Sancian Francisco Javier contrató a un mercader chino para que lo llevara a Canton, la provincia más importante del reino por la época, pero éste nunca cumplió su palabra y la temporada de vientos invernales hizo estragos en su salud, por lo cual Francisco Javier cayó gravemente enfermo en noviembre de una pulmonía. Del barco donde se encontraba fue trasladado a la choza humilde y resquebrajada de un comerciante, donde murió el 3 de diciembre de 1552, solo con su fiel compañero Antonio.

Emprendimos el camino que conduce a la ensenada y mientras caminamos encontramos –otra vez por casualidad– a la única familia católica del pueblo. Nos recibieron con afecto y alegría y nos consiguieron un vehículo que nos condujo en pocos minutos a la capilla de San Francisco Javier. Pasamos la ensenada y arribamos al templo, que se encontraba cerrado. Luego de varios gritos y algo de dinero conseguimos que una furibunda administradora nos dejara entrar. Un camino de escaleras nos condujo a la capilla austera, erigida en 1869 sobre el altar original, que conmemoraba el sitio donde murió Francisco Javier. Adentro había un humilde altar y algunas sillas de madera; en el centro, la pequeña lápida original de la tumba con las inscripciones en Cantonés a los pies de una loza horizontal más grande con inscripciones en portugués y mandarín. Sólo nos permitieron estar 15 minutos en el lugar, donde oramos al lado de la tumba. Luego, recorrimos los exteriores, en donde se destaca un camino de viacrucis a espaldas de la iglesia y las esculturas de Francisco Javier, una tradicional y otra moderna, que miran a las costas de China, interpretando el ideal de Javier.

Es un tiempo y un lugar perfectos para múltiples reflexiones que se agolpan en la mente y el corazón. Cortázar afirmaba que todo viaje es un retorno y era exactamente como me sentía. Una peregrinación alrededor de Francisco Javier, que me llevan a preguntarme: ¿dónde están mis propios sueños?; ¿cuáles son mis miedos o mis obstáculos infranqueables?; ¿dónde está mi brújula?; ¿cuál es la misión que orienta mi existencia?; ¿desde dónde entiendo el servicio a mi comunidad?; ¿quién es mi comunidad?; ¿cómo vivo mi humanidad? Mirando a lo lejos, a la costa de China, sintiendo el sol ardiente del mediodía, decidí pensar en estas preguntas, y lancé respuestas al viento como una botella al mar para después recogerla con esperanza. Francisco Javier ha pasado en mi vida de ser estatua, santo, sello, onomástico, cronología… a ser compañero de viaje, compañero de travesía.