junio 2012 | Edición N°: año 51, No. 1278
Por: Jorge Eduardo Urueña López | Analista del discurso Pontificia Universidad Javeriana Cali



Entrar a definir el activismo digital en medio de todas las controversias que se presentan en redes sociales, especialmente
la reciente discusión entre los líderes de la famosa organización Green Peace y algunos deliberados que piensan en un consumo de información restringido, es uno de los motivos más fehacientes del egoísmo patriarcal (recuerden que pasa por decisiones de un país en particular) que se vive por el reconocimiento de la creatividad absuelta de lo que realmente le da sentido a su
existencia: la diversidad 3.0.
Ahora, el cierre de Megaupload y otras redes sociales, que tenían como objetivo el activismo en la red, se convierte en una razón de fondo para pensar en el falso compartir, en ese egoísmo que siempre ha caracterizado al ser humano y que no se desprende de sus dinámicas de vida. ¿Será qué en algún momento a estos personajes se les prohibió comer dulces enfrente de sus madres?, incluso podría tratarse de un trauma psicológico que vivieron en el pasado, y que los determina, de nuevo, como aquellos hambrientos que perdieron la cordura ante la codicia del placer convidado por las elites que manejan nuestras
industrias, nuestras filosofías de vida y hasta el sentimiento ajeno. Es decir, la privatización es la razón escueta de quien nunca aprendió el significado del compartir.
Cómo se pretende actuar, tener una acción o ser activista en la red, si cada paso que se da, puede costarle la lengua, el trabajo, las amistades y, en algunos casos, hasta el honor de la familia.
Uno de los pocos espacios donde se salvaguarda el derecho a la libre expresión es el tejido social que hemos diseñado en la web, en caso de limitar y estratificar dicho tejido, volveríamos a pensar y hablar de una red sectorizada, un retroceso en la vida virtual; pensar en una red sintácticamente rígida, dejando a un lado todo la semántica que le han aportado los usuarios, es una razón para sentarse a llorar.
El éxito del tejido social online no es otro que el significado, el sentido o la semántica que yo aplico a mis procesos de vida en la web, es decir, para un usuario común no tiene sentido que se publiquen productos con códigos encriptados que no le permiten el compartir la información con su entorno cercano.
De nada sirve que la información vuelva a encerrarse en grandes abadías digitales, sino hay quien legitime el uso y el valor de éstas en sociedad. Puede que la opción de abrir la posibilidad de acceso a la información a todas las personas, independiente de sus rasgos sociales, políticos o económicos, propenda el caos del conocimiento, incluso contribuya con la incertidumbre que se
vive actualmente a través de nuestras mediaciones; pero sin esta apertura al manejo free de la información, no existiría lo que en la actualidad conocemos como web 2.0, ni las bondades y beneficios que a muchos nos ha brindado este tejido como tal. ¿Cuántas familias no se han reunido, después de largas temporadas, a través de las redes sociales? ¿No le basta a estos traficantes de la información con todo lo que aportan los usuarios a sus modalidades de negocio?
Así mismo pasa con nuestro lenguaje, antes de reconocerlo como una forma de designar la “realidad”, pasa por una visión dialógica y contextual que parte del reconocimiento de todos los que vivimos en comunidad hasta llegar a legitimar ese “algo” como perteneciente a todos. ¿Cuál sería el sentimiento producido cuando alguien desee cobrarle por cada letra, palabra y composición oracional y enunciativa que usted utilice en sus conversaciones?
*Analista del discurso Pontificia Universidad Javeriana Cali