San Pedro Claver: Padre de los Derechos Humanos
La Iglesia Pionera en el desarrollo de la Cultura Latinoamericana
La iglesia fue pionera en el desarrollo de la cultura, puesto que a ella se debe principalmente la temprana creación de la universidad, la oportuna apertura a la promoción de la mujer y la iniciativa artística y científica en diversos campos.
Entre los personajes providenciales, no podemos olvidar, en esta ciudad de Cartagena, a dos sacerdotes jesuítas: Alonso de Sandoval y San Pedro Claver, que imprimieron a su labor apostólica una orientación tan nueva para su tiempo y tan atrevida ante las autoridades civiles y religiosas, que han valido a esta ciudad el título de Cuna de los Derechos Humanos. La obra clásica del Padre Sandoval lleva un título que es ya todo un programa: De instauranda Aethiopum Salute. Se trataba de una cruzada que, con armas espirituales, conquistaría para Cristo una nueva raza, abriendo camino para la futura evangelización de África, para la abolición de la esclavitud en América y para el decidido pronunciamiento de la Iglesia en contra de la segregación racial.
Esta labor libertadora no se limitó a razonamientos escritos, sino que se llevó a la práctica en la asombrosa actividad de San Pedro Claver, que se llamó a sí mismo «Esclavo de los negros para siempre», según consta en la fórmula de su profesión religiosa. Esta ciudad de Cartagena fue testigo de su vida, un martirio continuado de casi cuarenta años, demostrando al mundo como la fuerza de la fe y la gracia del sacerdote purifica y perfecciona la entraña de una cultura, ya que los esclavos, instruídos por la palabra de Dios y renacidos espiritualmente por el bautismo obtenían la más profunda liberación. Así, por ejemplo, cuando las naves que transportaban los esclavos se acercaban a estas costas, el primero que subía a ellas era Pedro Claven, para atender a los enfermos y necesitados. Se consagró por completo a la misión de catequizarlos pacientemente, bautizarlos y defenderlos con valentía de todos los abusos. Convirtió a miles y miles, dedicando siete horas diarias al ministerio de la reconciliación, orientándoles espiritualmente y ayudándoles a profundizar y asimilar las verdades aprendidas en la catequesis. Para todos tenía palabras de amor y confianza. Aquella actividad era sostenida por una profunda vida de oración que duraba hasta cinco horas diarias. Verdaderamente, cuando un apóstol ama al Señor encuentra tiempo para lo que ama, es decir, para la oración y para la caridad apostólica.
El santuario que alberga su cuerpo y el convento que fuera su casa religiosa son hoy meta de peregrinación de quienes admiran su obra y desean perpetuar en la sociedad contemporánea la civilización del amor, «considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás». (FI. 2, 4), y cultivando los mismos sentimientos que tuvo Jesús (cf. Ibid. 2, 5).
La historia y la vida de los pueblos de América Latina han estado ligados a la vida misma de la Iglesia. El anuncio del Evangelio ha configurado el rostro peculiar de estas amadas comunidades y ha sido motor y garantía de su progreso. Sentíos orgullosos de vuestra historia, de la que sóis, y comprometed más vuestras energías en la tarea de una nueva evangelización.
Cartagena, Campo de Chambacú, Julio 7 de 1986
Un defensor de los esclavos
Esta ciudad de Cartagena, ilustre por tantos títulos, tiene uno que la ennoblece de modo particular: haber albergado durante casi cuarenta años a Pedro Claver, el apóstol que dedicó toda su vida a defender a las víctimas de aquella degradante explotación que constituyó la trata de esclavos.
Entre los derechos inviolables del hombre como persona está el derecho a una existencia digna y en armonía con su condición de ser inteligente y libre. Mirando a la luz de la revelación, este derecho adquiere una dimensión insospechada, pues Cristo con su muerte y resurrección nos liberó de la esclavitud radical del pecado para que fuéramos libres en plenitud, con la libertad de los hijos de Dios.
Las murallas de vuestra ciudad fueron mudos testigos de la labor apostólica de Pedro Claver y sus colaboradores, empeñados en aliviar la situación de los hombres de color y en elevar sus espíritus a la certeza de que, a pesar de su triste condición de esclavos, Dios los amaba como Padre y él, Pedro Claver, era su hermano, su esclavo hasta la muerte.
Cuando vuestros Obispos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano señalaban la evangelización y el servicio a los pobres como tarea prioritaria de la Iglesia, se situaban en líneas de continuidad con esa pléyade incontable de hombres y mujeres de todos los tiempos que, movidos por el Espíritu, han consagrado sus vidas a mitigar el dolor, a saciar el hambre, a remediar las más duras miserias de sus hermanos y a mostrarles, a través de su servicio, el amor y la providencia del Padre y la identificación de sus personas con la de Cristo, que quiso ser reconocido en los hambrientos, desnudos y abandonados (cf. Mt 25, 36 ss.).
La esclavitud de hoy, más temible
Pedro Clavar brilla con especial claridad en el firmamento de la caridad cristiana de todos los tiempos. La esclavitud, que fue ocasión para el ejercicio heroico de sus virtudes, ha sido abolida en todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, surgen nuevas y más sutiles formas de esclavitud porque «el misterio de la iniquidad» no cesa de actuar en el hombre y en el mundo. Hoy como en el siglo XVII en que vivió Pedro Claver, la ambición del dinero se enseñorea del corazón de muchas personas y las convierte, mediante el comercio de la droga, en traficantes de la libertad de sus hermanos a quienes esclavizan con una esclavitud más temible, a veces, que la de los esclavos negros. Los tratantes de esclavos impedían a sus víctimas el ejercicio de la libertad. Los narcotraficantes conducen a las suyas a la destrucción misma de la personalidad. Como hombres libres a quienes Cristo ha llamado a vivir en libertad debemos luchar dedicidamente contra esa nueva forma de esclavitud que a tantos subyuga en tantas partes del mundo, especialmente entre la juventud, a la que es necesario prevenir a toda costa, y ayudar a las víctimas de la droga a liberarse de ella.
El testimonio de caridad sin límites que representa San Pedro Claver, sea ejemplo y estímulo para los cristianos de hoy en Colombia y en América Latina, para que, superando egoísmos e insolidaridades, se empeñen decididamente en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y acogedora para todos.
Santuario de San Pedro Claver – Cartagena, Colombia 6 de julio de 1986