Una voz ante la crisis económica
Desde hace muchos días los medios de comunicación han dado cuenta de la crisis económica que ha hecho irrupción en diferentes lugares del mundo, y de las consecuencias que ha traído, no sólo para la banca y las grandes empresas, sino también para multitudes de personas que han perdido sus empleos o han visto reducida su actividad lucrativa, población que se une a aquella que antes de esta coyuntura ya enfrentaba dificultades para su subsistencia.
MUCHO SE ha dicho al respecto. Los expertos se pronuncian y los gobernantes toman medidas de control. En medio de estos mensajes se destaca la carta dirigida por Benedicto XVI al Primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, días antes de la cumbre que debía congregar “las veinte economías más fuertes del mundo”, es decir, los líderes de “los Estados que representan el 90% del producto interno bruto y el 80% del comercio mundial”. Quiso así el Papa recordar a tan altos dignatarios, en primer lugar que “aquellos cuya voz tiene menos fuerza en el escenario político son precisamente los que más sufren los efectos perjudiciales de una crisis de la que no son en absoluto responsables”; y que “a largo plazo, son los que tienen mayor potencial para contribuir al progreso de todos”. Este planteamiento debería tenerse siempre presente en todos los despachos y recintos donde los hombres y las mujeres que tienen poder, ya sea porque han sido escogidos para desempeñar altas posiciones de gobierno o porque en su haber cuentan con grandes fortunas, toman decisiones y señalan el rumbo de las empresas, de las instituciones, de países y naciones enteras, sin tener en consideración a los seres humanos que resultan directamente afectados.
Otro punto de reflexión al que invitó el Papa tiene que ver con el origen de las crisis financieras que “estallan cuando los que trabajan en el sector económico pierden la confianza en los instrumentos y en los sistemas financieros”. Cuestiona así Benedicto XVI “la fe ciega en las finanzas, el comercio y los sistemas de producción”, y la falta de “fe en la persona humana”. Cuántas veces en Colombia hemos escuchado que la economía va bien, pero el país va mal. Es inaudito pretender salvar la economía a costa del país, de sus gentes, especialmente de los más necesitados. Lo mismo sucede en una escala internacional pues las medidas para salir de la crisis económica pasan por “la cancelación o la reducción drástica de los programas de ayuda exterior”. Esta disyuntiva que recuerda el Papa, que podría sintetizarse en una expresión como economía o país, no debería estar en consideración.Al concluir este importante mensaje, que por cierto no ha merecido mayor divulgación, Benedicto XVI señala que “un elemento clave de la crisis es un déficit de ética en las estructuras económicas”, y subraya como enseñanza de toda esta situación crítica y angustiosa que “la ética no es ‘externa’ a la economía, sino ‘interna’, y que la economía no puede funcionar si no lleva en sí un componente ético”.Pocas semanas después, en un escenario completamente diferente, el capuchino Raniero Cantalamessa, al referirse al mismo asunto, se atrevió a recordar, siguiendo el pensamiento paulino, que “la raíz de todos los males” está en la “desenfrenada codicia de dinero”. Este nuevo ídolo que en nuestro entorno mueve guacas y pirámides, que es germen de tanta corrupción, constituye para muchos, medida del éxito. También comparó el Padre Cantalemessa “la élite financiera y económica mundial” con una “locomotora enloquecida que avanzaba desenfrenadamente, sin preocuparse del resto del tren, que se había detenido distante en las vías”. Esta denuncia no se hizo ante un foro o un congreso. ¡No! Fue formulada desde el altar de la Basílica de San Pedro en la tarde del Viernes Santo, cuando millones de seres humanos conmemoraban la muerte de un hombre que hizo de su vida una lección de solidaridad y servicio, de opción preferencial por los pobres, los enfermos y los marginados, en fin, que señaló un camino hacia el éxito en términos que se apartan de aquellos promovidos por los poderosos.
A partir de lo expuesto, debemos reiterar que como institución de Educación Superior y como Universidad católica, no sólo debemos participar en la discusión académica que apunta a la solución de los problemas que aquejan la sociedad contemporánea, sino también fortalecer la labor de formación ética de nuestros alumnos, profesores, empleados administrativos y egresados, para que evidencien los valores que defendemos en la Javeriana.