
Ver todo con ojos nuevos
No es fácil escoger entre todos los sentidos, aquel que nos parece más importante, que, si lo perdiéramos, sería el que más falta nos haría. Sin embargo, la vista tiene una especial relevancia, como quiera que nos permite establecer contacto con nuestro entorno, enseñándonos el lejano horizonte y esos puntos particulares que nos ayudan a identificar el lugar en que nos encontramos, nuestra ubicación. Basta recorder la función que tienen unos anteojos o el periscopio en un submarino y su poder de exploración; y qué decir del telescopio o el microscopio que han ampliado de manera extraordinaria las fronteras de lo que un ser humano puede ver. Además, gracias a los ojos, toda persona tiene la posibilidad de contemplar la belleza de un paisaje y admirar las maravillas de la creación, sin duda una buena práctica para la renovación de la vida interior.
Ahora bien, la facultad de ver se puede reducir por los afanes y la rutina, por las dificultades y el cansancio, lo mismo que por la desolación que de pronto puede embargarnos. Entonces, la Mirada se limita y perdemos la oportunidad que el momento presente nos ofrece: el conocido ejemplo del vaso con agua que algunos ven medio lleno, mientras otros piensan precisamente lo contrario, que está medio vacío. Todo depende de la perspectiva. Aquí cabe recordar la célebre escena de la película “La sociedad de los poetas muertos”, en la cual el profesor invita a sus alumnos a pararse sobre sus pupitres y tener una mirada totalmente diferente del aula que los acoge cada día. Ciertamente, son impresionantes las consecuencias que puede producir un cambio en el punto de vista que asumimos para observar la realidad, no solo en el entorno físico. Es el poder de ¡unos ojos nuevos!
Esto le pasó a Ignacio de Loyola, el autor de los Ejercicios Espirituales y fundador de la Compañía de Jesús, cuando en 1521, hace 500 años, un acontecimiento transformó profundamente su vida y cambió para siempre su perspectiva frente al mundo. En la batalla de Pamplona, que tuvo lugar el 20 de mayo de ese año, en la que se enfrentaron españoles y franceses, Ignacio fue herido gravemente y obligado a una larga convalecencia. Lo que ocurrió entonces lo narró el Superior General de los Jesuitas, P. Arturo Sosa, S.J., en carta que envió a toda la Compañía el 27 de septiembre de 2019: “durante su estancia en Loyola en 1521 y 1522, tal como nos cuenta su Autobiografía, ‘así su hermano como todos los demás de casa fueron conociendo por lo exterior la mudanza que se había hecho en su ánima interiormente’ [10], y sospechaban ‘que él quería hacer una gran mutación’ [12]. Ya en Manresa se pregunta Ignacio: ‘¿Qué nueva vida es esta, que agora [ahora] comenzamos?’ [21], reconociendo, más adelante, ‘que le parecían todas las cosas nuevas’ [30]”.
La humanidad ha sido seriamente golpeada en sus seguridades y costumbres, tuvimos que diferenciar mejor entre aquello que es esencial y lo que es accesorio.
De esta forma, la vida del benjamín de los Loyola quedó partida en dos, en un antes de Pamplona y en ese épico después, con “unos ojos nuevos”, que sería reconocido como su camino hacia la santidad. Esta es la razón del Año Ignaciano convocado por el Padre General, que será inaugurado el próximo 20 de mayo, “fecha de la herida de Pamplona”, que terminará “el 31 de julio de 2022 y tendrá su jornada central el día 12 de marzo de 2022, IV centenario de la canonización de san Ignacio junto con san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Isidro Labrador y san Felipe Neri”. El lema escogido para esta importante conmemoración, inscrito dentro del mensaje evangélico, “Ver nuevas todas las cosas en Cristo”, hace expresa alusión al “camino espiritual de todo converso, de uno que va a la búsqueda de Dios”, es decir, de la persona que aspira a renovarse, acogiendo la novedad, y le abre a Él, con disponibilidad, las puertas de su corazón.
Dada la situación que vivimos actualmente en todo el planeta, esta convocatoria resulta sumamente apropiada. La humanidad ha sido seriamente golpeada en sus seguridades y costumbres, en la manera en que veía las cosas. De repente, una amenaza letal se expandió por los cinco continentes y todos fuimos forzados a adoptar medidas extraordinarias para proteger la salud. A la enfermedad y muerte de cientos de miles de personas, se sumó la crisis económica que agravó la situación social que ya afectaba a millones de seres humanos. Fue así como todos tuvimos que ajustar el punto de observación y la perspectiva que teníamos, tuvimos que revisar el marco de principios y valores de referencia adoptado, tuvimos que diferenciar mejor entre aquello que es verdaderamente esencial, -la salud, la familia y la fraternidad-, y lo que es totalmente accesorio, y que, sin embargo, tanta atención nos demanda.
Se nos ha dado, entonces, otra oportunidad, no solo en el plano personal, sino también en el comunitario, en el de las familias, las instituciones, los países y la comunidad internacional, para “ver todo con ojos nuevos”. Si nos empeñamos decididamente en cambiar nuestra forma de mirar y leer la realidad, de contemplarla, podremos ajustar el rumbo y seguir adelante, manteniendo la confianza frente al porvenir.