ISBN : 978-958-781-555-9
ISBN digital: 978-958-781-556-6

Prólogo

Marisol Cano Busquets1

Por la comunicación a la memoria

En una carta a Kuniichi Uno, al hablar de la filosofía como un arte de la creación, Gilles Deleuze (2007, p. 217) dice que “los conceptos son inseparables de los afectos, es decir de los poderosos efectos que tienen sobre nuestra vida y de los perceptos, es decir, de las maneras nuevas de ver o de percibir que nos inspiran”.

La reflexión es válida para la memoria, uno de los campos del pensamiento y de la acción, que se destacan en la vida de los seres humanos y de las sociedades, cada vez con mayor fuerza y presencia. La memoria es, conjuntamente, el esfuerzo de su comprensión, como un poderoso dispositivo que moviliza y transforma.

Quizás nos parezca que la memoria ha cobrado progresivamente un papel protagónico porque se han afirmado su persistencia y su importancia en las preocupaciones contemporáneas, por los acontecimientos que han marcado la vida de las sociedades; especialmente, en el siglo XX y en el nuevo milenio que transcurre. Las guerras mundiales, el Holocausto, los genocidios, las violencias con sus diferentes tonos y matices y las discriminaciones han transformado a la memoria en una protagonista fundamental, aunque se debata sobre sus límites, e incluso, sobre las pertinencias del olvido.

Pero esta es solo una de las caras del problema. Hay otra que traslada a la memoria desde el mundo de las afrentas y los sufrimientos al mundo que necesita conservarse, no tanto por el dolor como sí por la creatividad y la esperanza. Así ha sido a lo largo de la historia de la humanidad. Posiblemente, las pinturas de las cuevas de Lascaux, Altamira o Chauvet (estas últimas, recientemente reveladas por el documental de Werner Herzog) se conservaron por una conjunción entre el azar, las condiciones físicas y ambientales del entorno y su aislamiento de siglos. Pero probablemente también, por el deseo humano de dejar un testimonio y de ir con su trazo mucho más allá en el tiempo.

Por eso y por más motivos, nos parece tan aterrador el gesto de los rebeldes talibanes derribando en nuestros días las estatuas gigantescas de los Budas de Bamiyán (siglo VI), en Afganistán, y tan densamente simbólicas, las prácticas de la memoria de las madres de Soacha o de La Candelaria, denunciado los crímenes atroces de los falsos positivos durante el conflicto colombiano.

La memoria también transcurre por el conocimiento y la revitalización de las cocinas tradicionales o por la conservación electrónica de las músicas que se están gestando en los lugares más disímiles del mundo, así como por el fortalecimiento de los centros históricos y la recuperación de los archivos de lo audiovisual.

Son muchas las disciplinas y los diversos los saberes que han llevado a cabo la reconstrucción de la memoria. La comunicación es uno de ellos. Ya sea porque en la comunicación se elabora y se difunde la memoria o porque las prácticas más habituales de la memoria tienen una dimensión comunicativa.

En los periódicos, los investigadores de la memoria rastrean los acontecimientos del pasado, a pesar de su fragilidad, e incluso, de sus imprecisiones y sus lagunas. Cuando el periodista más humilde recoge en su libreta las impresiones sobre un hecho o anota las opiniones de sus fuentes, está dejando hacia el futuro una marca indeleble, no solo de su perspectiva como testigo, sino de un hecho que merece ser visible. Y puede serlo después de años de espera, cuando un observador dedicado lo rastree a través de las páginas amarillentas de un diario. Volverá a tener la vitalidad de sus primeros días, o incluso más.

La radio y la televisión incorporaron el mundo sonoro y de las imágenes a la comprensión de lo sucedido, como ya lo había hecho el cine desde mediados del siglo XIX, ofreciendo otras claves diferentes de las claves de los textos escritos. Sea en el corpus de los noticieros o en las narrativas de los melodramas, la televisión ofrece caminos que la memoria agradece. Las primeras imágenes en movimiento del cine rescataron para la memoria la escena entrañable y sencilla de la salida de los obreros de una fábrica, y tan solo unos años después ya se internaban en la cara mágica de la luna.

Pero los medios de comunicación son no solo testigos del pasado, sino uno de los instrumentos más vigorosos de la realización de la memoria en el presente. Son numerosos los estudios que han demostrado las conexiones entre relatos audiovisuales y memoria a través, por ejemplo, de la apropiación cotidiana de la televisión, de la afiliación de las audiencias con los personajes o de la sedimentación de lo que somos a partir de escenificaciones en apariencia banales. El cine, como lo demostraron hace años Néstor García Canclini y Carlos Monsiváis, ha contribuido a la construcción de la identidad como el sentido interiorizado de un nosotros y las telenovelas han servido, durante ya varias décadas, al desarrollo de una enciclopedia sentimental en la que muchos latinoamericanos se han formado y reconocido.

Uno de los aportes de la Cátedra Unesco de Comunicación es promover una reflexión sobre la memoria desde los tres grandes ejes conceptuales y formativos de la propia Facultad de Comunicación y Lenguaje, que la convoca desde hace dos décadas: la comunicación, la información y el lenguaje. Quienes lean este libro podrán confirmar la fortuna que significa la convergencia de estos tres grandes procesos humanos. La memoria tiene en la información uno de sus sustentos, hasta tal punto de que sus enfermedades suelen estar acompañadas de la disolución de la información en los olvidos. En el origen de la ciencia de la información han estado las bibliotecas, uno de los lugares milenarios de la memoria. En tiempos de plataformas y redes, las bibliotecas se han digitalizado no para traicionar su oficio primigenio, sino para hacerlo aún más radical: se sistematizan los archivos, los usuarios acceden a memorias gigantescas para encontrar con un clic sus búsquedas, mientras que robots descubren con rayos láser los documentos y los libros con una precisión de escalofrío.

Los estudios del lenguaje son una de las aproximaciones más valiosas para la exploración de la memoria, porque esta se hace realidad en el discurso y en los textos. La palabra y la escritura son soportes invaluables del recuerdo que muy rápidamente se transforma cuando se producen fracturas de la memoria individual y social. Eso es lo que explica que durante el largo y doloroso conflicto colombiano el periodismo, amenazado por los violentos, migrara hacia los festivales populares de décimas. Las noticias no se oían en las emisoras de radio, indefensas y vulnerables. Las noticias se cantaban. Años después, el Museo Itinerante de la Memoria de Montes de María lo atestigua provocando en los pueblos del Caribe que recorre, una renovación de la memoria social que fue cercada en el pasado por las masacres y el silenciamiento.

Ese periodismo amenazado también se hace memoria en libros como Las llaves del periódico, crónica de amor y de entrega, historia personal que es, al mismo tiempo, la de muchos periodistas que contaron en nuestro país, con rigor y responsabilidad, la historia de los años ochenta y noventa del siglo XX. Sus páginas nos traen el recuerdo de un aviso enorme de El Espectador, desvencijado y con sus letras devoradas por el tiempo, abandonado a la intemperie en el patio de una casa del barrio Prado Centro, de Medellín. Ya había resultado extraño para un joven reportero de 22 años llegar a su primer día de labores a un sitio sin señal alguna de publicidad que identificara al diario. Solo días después, entre intimidaciones telefónicas, anuncios de bombas y silencio mortuorio en las oficinas, se hizo evidente para Carlos Mario Correa, autor del libro, que trabajaba en un medio amenazado.

Ni el odio del sicario que abordó a ese joven reportero a la entrada de su trabajo, lo tumbó y lo intimidó con un revólver que le restregaba en la frente, mientras le gritaba: “Decí que ya no trabajás más para ese pasquín, que ya no tenés que ver con él, que estás por fuera. Es una orden del Doctor. El Espectador se va porque se va, y no queremos a nadie que tenga nada que ver con ese periódico de mierda. Confesá, o te vuelo la cabeza”; ni las irónicas llamadas del que se presentaba como “poeta” y le declamaba: “Obedézcanle a Don Pablo/ él ya les dijo que se fueran/ pero si se ponen tercos como el diablo/ no les extrañe que se mueran. Don Pablo es el rey/ y lo que dice es la ley. / El Espectador es un pasquín y se debe morir”; ni el doloroso asesinato de sus compañeros de labores Martha Luz López, Miguel Arturo Soler y Hernando Tavera ni su condición de reportero clandestino lograron quebrar el compromiso del corresponsal de El Espectador en Medellín. Este joven reportero tuvo que enfrentar muy pronto los otros horrores. Vino la masacre del 11 de noviembre de 1988 en Segovia, su primer trabajo periodístico fuera de la ciudad. Encontró allí el perturbador llanto de los niños y las mujeres, los heridos en el hospital, las casas asoladas por la muerte. En el libro se recuerda a sí mismo “[…] con un nudo en la garganta, sin saber cómo contar aquel horror, ni por dónde empezar”. A Segovia mismo regresó el 24 de abril de 1991, dos años y medio después, y apenas unas horas más tarde de haberse despedido en Medellín de los enviados especiales de El Espectador, el periodista Julio Daniel Chaparro y el reportero gráfico Jorge Enrique Torres, quienes, en un proyecto periodístico de largo aliento, recorrían el país para reconstruir “cómo se desarrollaba la vida de los habitantes en los lugares donde se habían perpetrado asesinatos masivos, querían hacer la historia del después, allí donde la guerra había dejado huellas imborrables”. No bien llegar a Segovia, sus compañeros de la redacción de El Espectador en Bogotá habían sido asesinados a balazos en ese municipio antioqueño.

Suceso tras suceso, Carlos Mario Correa enfrentó, como periodista, las múltiples violencias que han marcado la historia de nuestro país. Su libro, escrito con Marco Antonio Mejía, es una de aquellas publicaciones, como tantas otras, que bien contribuyen a que Colombia no siga siendo la gran adormidera de la que habló Luis Vidales; ese país al que los “hados le dieron la extraña facultad de la famosa planta, que se duerme al contacto de los dedos”, en el que todo se olvida no bien tiene ocurrencia.

Las llaves del periódico es un relato que pone sobre la mesa elementos, preguntas y reflexiones en el tema que convocó la Cátedra Unesco en 2018: la labor, asociada a la historia y la memoria, de periodistas, comunicadores e investigadores del campo de la comunicación, y la de aquellos que tienen en el centro de su trabajo la palabra y los lenguajes. El valor de los archivos, los documentos y el conocimiento de la realidad derivado del trabajo cotidiano y sin descanso de los reporteros. El método que caracteriza el ejercicio periodístico: hacerse preguntas, rastrear, investigar, escudriñar, confrontar, cotejar, enlazar, interpretar. La relación de académicos, periodistas, comunicadores, lingüistas, bibliotecólogos, archivistas, científicos de la información con los archivos, las fuentes documentales, los testimonios. El acceso a la información y la plena realización de este derecho. Los obstáculos que se enfrentan para develar aquello que está oculto, y los riesgos que se asumen y deben afrontarse. Las tensiones entre derechos fundamentales, como el de la intimidad y el de la libertad de expresión, y los dilemas éticos asociados a la búsqueda, el tratamiento, el uso y la divulgación de la información. Todo lo anterior, dentro del marco de la defensa de los derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición, y el respeto a las víctimas. Los desafíos de los lenguajes y las narrativas, en la búsqueda de una voz propia, rica en contenido y en su dimensión estética.

La comunicación participa no solamente en la divulgación de la memoria, sino también, en su construcción. El campo poroso que hoy se conoce como comunicación es uno de los laboratorios más vivos y extendidos de la memoria, tanto porque en él se vuelcan los recuerdos, desde los privados de la infancia hasta los más públicos de la información o el entretenimiento, como porque en él se generan constantemente contenidos para la memoria, no solo a través de lo que se dice, sino también de lo que se siente y se comparte, y que pueden ser músicas, diseños o representaciones visuales. Estamos hechos de todo ello.

El conflicto interno que ha vivido Colombia durante décadas es un punto de confluencia entre comunicación y memoria, de una enorme vitalidad, y que está relacionado con los trazos del sufrimiento que han quedado patentes en los testimonios de las víctimas, el historial de las imágenes, los lugares y las prácticas de la ignominia, el mundo discursivo y contradiscursivo que aloja la legitimación o, por el contrario, las réplicas y las resistencias a las violencias y a los violentos, las manifestaciones de las artes y las formas comunitarias de denuncia y conmemoración.

Velatones y marchas, casas de la memoria y ejercicios sociales del recuerdo, producciones audiovisuales y reporteritos de la memoria como los niños de Toribío, en el Cauca, murales y tejidos de las mujeres de Mampuján son, a la vez, procedimientos de la memoria y escenas comunicativas. Lo comunicativo no tiene en todas estas expresiones una función instrumental ni una simple intención divulgativa. No es algo que se parezca a una campaña, un proceso meramente informativo o una pieza de comunicación estratégica. Cuando la comunicación se une a la memoria, como sucede en todas estas manifestaciones, está adoptando algunas de sus dimensiones más fundamentales, como la capacidad de escucha, las posibilidades de deliberación y argumentación o las oportunidades para establecer diálogos.

El libro, publicado por nuestra facultad, recoge un conjunto muy valioso de reflexiones sobre la memoria, con la perspectiva de la comunicación, la información y los lenguajes. Es un libro que habla de patrimonios, de narrativas en situaciones límite, de lugares de la memoria. Que recorre, de la mano de jóvenes investigadores, los archivos, las fotografías, las redes sociales, los medios o la creación audiovisual, y al hacerlo muestra la creatividad de nuestras disciplinas para ponerles barreras a las estrategias del olvido.

Una tarea que en nuestro país es decisiva. Son muchas las acechanzas contra la memoria y su relación con la verdad y la justicia. Las terribles arremetidas contra el Sistema de Justicia Especial para la Paz (JEP), unidas a las acusaciones infundadas contra el trabajo de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, son una muestra de una tarea sistemática de ataque a la construcción de la convivencia. Una compleja “batalla” por la memoria, tal como la denominó hace poco un representante de las Fuerzas Militares, ha venido creciendo y se manifiesta concretamente en el rumbo que ha tomado el Centro Nacional de Memoria Histórica en el gobierno del presidente Iván Duque, los embates contra la caracterización del Museo de Memoria y sus guiones museográficos, la parálisis de los estudios que el centro hizo en el pasado, la reticencia de terceros implicados en dar testimonio sobre sus actuaciones y las de otros actores en el desarrollo del conflicto colombiano y el temor de las víctimas por la custodia y el uso de los archivos que proporcionaron, así como los asesinatos y las amenazas crecientes contra líderes sociales por toda la convulsa geografía de nuestro país, conforman un panorama en el que se busca someter a la memoria al silenciamiento o a la distorsión.

Este es el tamaño de la tarea que tienen frente a sí la investigación y los debates de la comunicación en nuestro país. Y este, el aporte que a dicho desafío busca hacer este libro de la Cátedra Unesco de nuestra universidad.

Referencias

Deleuze, G. (2007). Carta a Uno: Cómo trabajamos juntos. En: Dos regímenes locos. Textos y entrevistas (1975-1995). Pre-Textos.


1 Decana de la Facultad de Comunicación y Lenguaje. Pontificia Universidad Javeriana