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Invitación Padre General - Asamblea IAJU 2025

Palabras del Padre General

La universidad jesuita: testimonio de esperanza, presencia creativa y dialogante

Carisma. Contexto. Camino. Prefiero iniciar estas reflexiones por lo que somos en lugar de por lo que hacemos o como es frecuente hacer, mirando al mundo que nos rodea. y preguntando cómo responder a sus necesidades. Empecemos tomando consciencia de nuestra identidad, del carisma que hemos recibido, dado por el Espírito Santo, para luego contemplar el contexto y discernir cómo podemos caminar hacia un mundo más reconciliado y justo, comportándonos desde ahora como si ya viviéramos en ese mundo nuevo. Ubiquémonos en el presente dando testimonio de esperanza con una presencia universitaria apostólica, solidaria, creativa y dialogante. Ese es el camino.

La fidelidad a la tarea a la que hemos sido convocados en las universidades de la Compañía de Jesús exige como conditio sine qua non estar profundamente enraizados en la identidad que surge del carisma que define nuestra contribución a la misión del Señor Jesús, el crucificado-resucitado, confiada a la comunidad de sus seguidores, a la Iglesia que camina en todos los rincones del mundo.

El carisma: Enraizados en nuestra identidad

Terminando de escribir las Constituciones de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, encargado de hacerlo en nombre de los compañeros fundadores, se pregunta: ¿cómo se conservará y aumentará todo este cuerpo en su buen ser? Nosotros también nos preguntamos un día tras otro cómo será posible mantener, hacer crecer, mejorar el apostolado universitario inspirado en el compromiso de contribuir a la justicia y la reconciliación para sanar tantas heridas abiertas en la humanidad actual.

La respuesta que ofrece el texto ignaciano nos lleva directamente al origen de nuestra identidad. Porque la Compañía, que no se ha instituido con medios humanos, no puede conservarse ni aumentarse con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro, es menester en Él solo poner la esperanza de que Él haya de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar para su servicio y alabanza y ayuda de las ánimas.[1]

Estar convencidos de estar aquí por iniciativa de Diosy no nuestra es clave. Reconociendo la iniciativa del Señor logramos evitar angustiarnos en situaciones de adversidad y también enorgullecernos en momentos de aparente tranquilidad, cuando nos sentimos exitosos y somos reconocidos. Es el Señor quien toma la iniciativa de invitarnos a formar parte de una obra suya que está llena de riesgos.

El IV evangelio describe con detalle la cena pascual que precede la detención, pasión y crucifixión de Jesús[2]. Comienza con el desafiante gesto del Maestro que toma la iniciativa de lavar los pies a cada uno de los discípulos y les propone seguir ese ejemplo poniéndose al servicio de los otros. Desde esa posición les recuerda que son sus amigos porque los ha elegido y les ha revelado el verdadero rostro de Dios Padre-Madre y la vía para llegar a Él.[3] La identidad del apostolado universitario de la Compañía de Jesús tiene su fuente en el amor. Jesús de Nazaret revela el amor en el que se funda la posibilidad de una vida realmente humana. Su vida entregada señala el camino de la reconciliación que lleva a la fraternidad entre todos los seres humanos. El apostolado universitario adquiere sentido cuando contribuye a abrir y recorrer el camino de la justicia y la reconciliación que lleva a la fraternidad.

El compromiso de cada uno de nosotros en el apostolado universitario se realiza como obra nuestra y cobra sentido en la medida en que reconocemos y sentimos que es Dios quien inspiró su creación y sostiene a quienes la llevan sobre sus hombros.

La esperanza sostiene el compromiso personal y colectivo en una obra compleja como es la gestión universitaria. Porque vivimos con esperanza podemos experimentar que lo que se ve imposible a la mirada ordinaria es posible si dejamos que actúe el amor de Dios en la vida humana. Poner en Él toda nuestra esperanza significa no sólo creer que lo que luce imposible, no sólo es posible, sino que se puede empezar a vivir, desde ahora, como se espera que sea la vida de todos. Quien tiene esperanza no sólo tiene fe en que otro mundo es posible, sino que se comporta desde ahora como si viviera en él.

Eso fue lo que demostró Jesús al desprenderse de los privilegios de ser Dios, hacerse “uno más” entre los seres humanos y aprender sufriendo a hacer la voluntad de Dios[4]. La encarnación de Dios en el ser humano Jesús, lleva al reconocimiento de la fragilidad constitutiva de nuestras personas e instituciones.

Ante la incertidumbre que suscitan la situación política, las dificultades económicas, los temores personales, familiares, institucionales… y provocan tantas emociones difíciles de entender, digerir…, necesitamos reconocer la fragilidad como una dimensión de nuestra vida. Desde el reconocimiento de la fragilidad se crean las condiciones para impedir que la incertidumbre y el miedo se apoderen de la vida personal y de la institución y poder dar el paso de tener sólo en Dios toda la esperanza.

Nuestra identidad nos lleva a adquirir la mirada de Dios que no es otra que la de quienes sufren la injusticia. Es desde allí que podemos percibir cómo el Señor está actuando en la historia. Permítanme recurrir de nuevo a los evangelios. La identidad de una universidad bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús puede iluminarse desde la parábola del sembrador[5]. La Universidad esparce semilla dentro y fuera de su campus. Esparce la mejor semilla que tiene. Al interior de la Universidad la semilla cae en diferentes tipos de terrenos y produce frutos (o no) según la calidad del terreno en el que cae. La identidad de las universidades bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús es la garantía de la calidad de la semilla que se siembra y el empuje para no dejar de esparcirla.

El evangelio de Marcos nos ofrece otras parábolas para ampliar la comprensión del papel de la Universidad. La calidad de lo que predicamos -un mundo en el que todo ser humano pueda vivir con dignidad- es una semilla pequeñita, como la de la mostaza… pero crece hasta hacerse árbol con espacio para la vida de otros. Sin embargo, el sembrador esparce la semilla, pero no es él quien la hace crecer, pero sabe que si no la siembra no habrá fruto.[6]

La Compañía de Jesús nace y encuentra sentido a su apostolado como colaboradora de la misión de reconciliación que pasa por contribuir a la lucha por la justicia social. La reconciliación es una tarea compleja pues requiere alcanzar la paz entre los pueblos y la fraternidad como rasgo distintivo de la vida social. Requiere frenar el deterioro del medio ambiente y encontrar el camino a restablecer relaciones con la naturaleza que hagan del planeta tierra una cuidada casa común. Aspira también a la reconciliación con Dios, reconociendo su trascendencia y haciendo realidad el sueño de la vida plena que surge del amor sin límites.

Desde la fuente de la identidad que nos reúne en esta Asamblea de la IAJU se nos invita a estar abiertos a la acción del espíritu que hace nuevas todas las cosas y a perder el miedo a las convulsiones propias de la historia humana, especialmente en las transiciones epocales.[7]

Igualmente es importante tener presente que Jesús no ofreció a sus seguidores una vida sin problemas, sino exactamente lo contrario: Vayan, que yo los envío como ovejas entre lobos … Miren, les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada los dañará. Con todo, no se alegren de que los espíritus se les sometan, sino de que sus nombres están escritos en el cielo.[8] Y también: Recuerden lo que les dije: Un sirviente no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán.[9]

Mantener la esperanza aterrizada para vivir los tiempos de dificultad requiere fortalecer la identidad en todos los miembros de la comunidad universitaria. Una comunidad universitaria enraizada en una identidad compartida es capaz de enfrentar con éxito las dificultades que obstaculizan el cumplimiento de su misión.

Nuestro contexto: Afinando el olfato político

Para dar un paso más en esta reflexión me refiero a otra parábola evangélica:

El reino de los cielos es como un hombre que sembró semilla buena en su campo. Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Fueron entonces los sirvientes y le dijeron al dueño: Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿De dónde le viene la cizaña? Les contestó: Un enemigo lo ha hecho. Le dijeron los sirvientes: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Les contestó: No; porque, al arrancarla, van a sacar con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Cuando llegue el momento, diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña, y en atados échenla al fuego; luego recojan el trigo y guárdenlo en mi granero.[10]

Crece sin detenerse la conciencia de la profundidad del cambio de época que vivimos como humanidad. Sus consecuencias nos han sorprendido y reconocemos con humildad la insuficiencia de nuestros instrumentos intelectuales para medir sus efectos, comprender el presente y visualizar el futuro. La incertidumbre parece ganar terreno en la vida personal y social. Con frecuencia se convierte en miedo, provoca reacciones falsamente defensivas, volteando la vista a un pasado idealizado que nunca existió y se transforma en rechazo a la novedad de los tiempos.

En todos los continentes se viven procesos sociales y políticos que crean condiciones adversas para nuestros apostolados. Las tendencias internacionales hacen cada vez más cuesta arriba los procesos de justicia y reconciliación. Hace unos años, Moisés Naim publicó[11] un análisis sobre las tendencias que amenazan la democracia en el mundo. Las llamó las tres P: populismopolarización y postverdad al servicio de ambiciones desordenadas de poder de grupos con intereses particulares lejanos al Bien Común de la humanidad y del medio ambiente. En los últimos años vemos el auge de propuestas e ideologías de corte nacionalista que llevan al cierre de fronteras y expulsión de migrantes. Se multiplican las políticas de defensa de las actividades económicas nacionales. Podemos, por tanto, añadir una cuarta P, la del proteccionismo. Paso a paso estas tendencias se van imponiendo incluso concitan un creciente apoyo electoral en numerosos países.

La reflexión de la IAJU durante estos años y en esta asamblea se concentra en aspectos fundamentales de la situación crítica que vivimos en este tiempo histórico. Al preocupante debilitamiento de la democracia, incluso en países de larga tradición democrática, se une la pérdida de peso de las instituciones internacionales creadas para preservar y expandir los derechos humanos, la justicia social y la participación ciudadana en las decisiones que afectan el Bien Común de la humanidad.

Pasar revista a esta situación puede llevarnos a sentirnos abrumados. La incertidumbre puede convertirse fácilmente en angustia que paraliza la acción… a eso juegan quienes buscan debilitar la participación ciudadana en la vida pública; debilitar hasta hacer inofensivo al régimen democrático y socavar la cultura ciudadana del pueblo. Sin embargo, desde la esperanza que nos alienta, la incertidumbre se puede vivir como oportunidad de contribuir a cambiar el rumbo impuesto por quienes hoy se sienten poderosos.

Al reunirnos renovamos nuestro compromiso con ser puentes que fomenten el diálogo intercultural, defiendan los derechos de migrantes y refugiados, y afiancen nuestra interconexión como miembros de una sola familia humana. Renovamos nuestro compromiso con formar ciudadanos universales, capaces de percibir la prioridad del Bien Común universal sobre los intereses particulares de las naciones por poderosas que se sientan y quieran ejercer su vocación imperialista.

Al participar en redes globales, nuestras instituciones adquieren una posición única para contrarrestar estas tendencias fortaleciendo asociaciones internacionales, expandiendo el sentido de ciudadanía global entre nuestros profesores, personal administrativo, estudiantes y egresados, y reforzando una cultura de solidaridad dentro de nuestra misión educativa, especialmente entre las instituciones que comparten la misma identidad y propósitos apostólicos. Debemos promover modelos económicos inclusivos y abogar por políticas públicas fundamentadas en la solidaridad, la sostenibilidad y la justicia global.

Probablementela amenaza más urgente y existencial de nuestro tiempo es la crisis ecológica. Enfrentamos una emergencia planetaria: el cambio climático acelerado, la pérdida catastrófica de biodiversidad, la contaminación generalizada y sistemas de producción y consumo insostenibles están llevando al límite a los ecosistemas de la Tierra y a las comunidades humanas que dependen de ellos. El actual contexto de guerra, creciente autoritarismo, políticas antidemocráticas e inestabilidad económica, lejos de contribuir a afrontar la crisis ambiental, la agrava, desviando las agendas políticas nacionales e internacionales de las preocupaciones socioecológicas.

Al hacer memoria agradecida del Papa Francisco estamos invitados a comprometernos con llevar a la práctica el desafío expresado proféticamente en Laudato Si’ y Laudate Deum. No se trata solo de un asunto científico o político es, sobre todo, una cuestión profundamente moral y espiritual. Afecta los fundamentos de nuestra comprensión sobre nuestro lugar en el mundo y nuestra responsabilidad con las generaciones futuras. En este contexto, las universidades de la Compañía de Jesús asociadas en la IAJU, renuevan su compromiso de ser voces proféticas y actores protagonistas en el movimiento hacia una conversión ecológica. Esto implica ir más allá de oficinas de sostenibilidad o programas de investigación e integrar el cuidado de nuestra casa común en todas las dimensiones de la vida universitaria: nuestros planes de estudio, nuestras operaciones, nuestro compromiso comunitario y la formación de los estudiantes.

Nos comprometemos a formar ciudadanos ecológicos, hombres y mujeres capaces de establecer relaciones correctas con la naturaleza, con los demás y consigo mismos. Para ello, es indispensable fomentar el pensamiento interdisciplinario que vincula ciencias y humanidades, ética y economía, espiritualidad y acción social. En la esperanza que nos alienta encontramos la valentía necesaria y la profundidad de pensamiento y acción que nos permitan contribuir con lo mejor de nuestras fuerzas y recursos a superar la crisis ecológica. La crisis ecológica exige profundidad, valentía y esperanza.

En oportunidades anteriores hemos analizado el cambio radical que se está produciendo en la producción y trasmisión del conocimiento en medio de avances exponenciales en la tecnología digital, especialmente en la inteligencia artificial (IA). La IA está redefiniendo industrias, profesiones, estructuras sociales y el trabajo mismo. También plantea profundas preguntas éticas, antropológicas y espirituales: ¿qué significa ser humano en una era de máquinas inteligentes? ¿Cómo debemos entender la agencia moral, la responsabilidad y el discernimiento en este nuevo entorno?

No es un desafío meramente técnico; afecta la médula de lo que hacemos como instituciones universitarias. La IA no solo transforma cómo investigamos, creamos conocimiento y enseñamos, sino también para qué lo hacemos. ¿Somos capaces de formar personas capaces de navegar con sabiduría y responsabilidad en un mundo modelado por estas tecnologías?, ¿Estamos asegurándonos de que la IA sirva a la humanidad y no sea instrumento de deshumanización?

Desde nuestra identidad, tenemos la responsabilidad de contribuir a una visión ética, humanista y espiritual del futuro digital, o sea, espacios en las que se dialoga críticamente con los avances tecnológicos priorizando la dignidad humana, la justicia y la búsqueda del bien común. Esto implica fomentar una alfabetización digital crítica, cultivar una ética del cuidado y la responsabilidad en el diseño y uso de tecnologías, y formar profesionales conscientes de las consecuencias humanas y sociales de su trabajo.

Asimismo, debemos renovar el diálogo entre ciencia y fe, entre razón y espiritualidad, en un momento en que la autoridad del conocimiento científico está siendo cuestionada y se multiplican las teorías conspirativas, las noticias falsas y el escepticismo hacia la verdad. Nuestras universidades tienen el deber de fortalecer el pensamiento crítico, la búsqueda rigurosa de la verdad y el discernimiento intelectual como parte de la formación integral.

En el mensaje a la asamblea fundacional de la IAJU (Bilbao 2018) insistí en esta dimensión apostolado intelectualque realizamos desde las universidades por el que afinamos el olfato político y nos lleva a adquirir la sabiduría que supone el discernimiento. Discernir es más que reunir datos y analizarlos bien. El discernimiento desarrolla la capacidad de percibir por dónde pasa Dios en este momento de la situación mundial, global y local para escoger lo que más conviene a la gloria de Dios que no es otra cosa que a la vida humana plena. Una tarea de ustedes como responsables de la dirección de una universidad de la Compañía de Jesús es desarrollar ese olfato que lleva a la sabiduría que discierne, a la capacidad de ver al mundo y los acontecimientos históricos desde la mirada del Dios uno y trino.

Discernir desde la sabiduría que penetra los datos del conocimiento y percibe la acción de Dios, supone cualidades y capacidades tanto personales como grupales. Se trata de un discernimiento en común que necesita espacios y tiempos adecuados, además de buena información y apertura a la novedad, a lo que no se sabe o percibe al comienzo del ejercicio…

Crear las condiciones y hacer del discernimiento en común una práctica ordinaria del equipo directivo de las universidades jesuitas es una excelente forma de acompañamiento tanto del proceso y toma de decisiones como de las personas que lo integran. Soy consciente de la dificultad de hacerlo, incluso en situaciones de cierta tranquilidad. Por eso, con frecuencia recurro al momento de la oración de Jesús en el huerto de los olivos después de la última cena[12]. La escena presenta de forma dramática las dificultades del discernimiento en común (¿no son capaces de velar conmigo?), la lucha entre los sentimientos de angustia, ganas de huir… (¡aleja de mí este cáliz!) y la aceptación de la realidad… La paz de ponerse en las manos de Dios.

En camino: presencia creativa y solidaridad apostólica

La presencia en medio a las situaciones complejas o de dificultades que hacen tanta presión en la cotidianidad y en quienes tienen la responsabilidad de la dirección de la Universidad, es la primera contribución de las instituciones que comparten la identidad de la que venimos hablando. Una presencia creativa en lugar de pasiva. Mantener la universidad abierta, ofreciendo una formación integral en medio de dificultades exige estar abiertos a la innovación, a buscar y encontrar vías alternativas para continuar su función social, en relación activa con sectores diversos de las sociedades en las que desempeña su tarea.

Es una presencia solidaria pues la universidad jesuita no está sola, forma parte de la del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús en cada contexto social y en su conexión mundial con visión universal. Forma parte de un tejido de diversas redes locales, regionales y mundiales. Además de las redes propiamente universitarias se establecen alianzas con otras redes educativas, de espiritualidad, de investigación y acción social, con organizaciones internacionales como el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).

Es una solidaridad apostólica porque es la contribución a la misión lo que provoca el apoyo mutuo. Solidaridad entre quienes son enviados a hacer presente en cada momento de la buena noticia del evangelio junto la esperanza de la posibilidad concreta de unas relaciones humanas fraternas, basadas en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, en la justicia social, el reconocimiento de la diversidad cultural como riqueza de todos y orientada al Bien Común que incluye el equilibrio vital con el medio ambiente. Solidaridad, en un primer nivel, con el Pueblo de Dios que constituye la Iglesia que peregrina en cada sitio y el mundo entero… especialmente vinculada a las organizaciones propias de la Vida Religiosa, Movimientos laicales y en comunión con los obispos responsables de las comunidades cristianas.

En un mundo cada vez más secular, que algunos describen caracterizado por un contexto cultural postcristiano, es necesaria y posible la solidaridad. Me refiero a aquellas sociedades, especialmente en el llamado “norte global”, en las que el lenguaje religioso, las instituciones y las tradiciones son cada vez más irrelevantes o, incluso, se desconfía de ellas. Esto no significa necesariamente que las personas sean menos espirituales. Pero sí implica que los marcos de referencia de la fe cristiana con frecuencia no logran hablar de manera significativa a su experiencia. En esas sociedades es posible lasolidaridad en aquellos niveles de la vida social comprometidos con la defensa de los derechos humanos, la transformación social, la participación ciudadana, el cuidado de la casa común y la fraternidad universal.

Una solidaridad que nos obliga a repensar la manera en la que proponemos la riqueza de nuestro legado espiritual sin imposiciones, ofrecida como fuente viva de sentido, valentía y amor, de modo que resuene en los corazones de nuestros contemporáneos. Esto exige profundidad intelectual, madurez espiritual y sensibilidad cultural. Supone fomentar entornos en los que estudiantes y profesores—creyentes, buscadores y escépticos por igual—puedan entablar un diálogo honesto, explorar las preguntas últimas y encontrar la oportunidad de experimentar el poder transformador del Evangelio.

La solidaridad que acompaña la presencia apostólica de las universidades jesuitas es muy extensa. Su identidad, además, les permite reconocer en la vida cotidiana el cumplimiento de las consoladoras palabras del Señor al final de su vida terrenal en las que prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo[13]. Uno de los frutos de esta asamblea de la IAJU es despertar la sensibilidad de cada uno de los participantes, venidos de realidades tan diversas, a esta solidaridad apostólica, extendida a muchos sectores sociales que ha hecho posible sostenernos mutuamente en situaciones complejas, algunas de ellas muy difíciles y en la que se funda la esperanza.

La identidad que funda nuestra asociación está en sintonía con el corazón de la identidad universitaria. La Universidad es una comunidad cuyo objetivo es la búsqueda y la trasmisión de la verdad. Una comunidad compleja e intergeneracional que reúne estudiantes, profesores, trabajadores y egresados en esa desafiante tarea. El IV evangelio, uno de los manantiales que nutre nuestra identidad, nos recuerda: Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres[14].

El compromiso con la verdad es una dimensión irrenunciable del quehacer universitario. Una verdad que no es dogma sino búsqueda honesta del mayor y más profundo conocimiento de todas las dimensiones de la vida. En la Asamblea de la IAJU de 2018 en Bilbao compartía esta reflexión: “Una Universidad bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús está llamada, por tanto, a crear. Capacidad creativa que se demuestra sobre todo en su capacidad de adelantarse a su tiempo, de estar varios pasos delante del momento presente. Una universidad capaz de ver más allá del presente porque cultiva y se nutre de una memoria histórica inspirativa e iluminadora”.

Bien sabemos que una universidad bajo responsabilidad de la Compañía de Jesús forma parte de una tradición humanista. Se propone, por tanto, conocer la verdad humana cada vez más a fondo, para contribuir lo mejor posible a la reconciliación y la fraternidad universal. Una relectura de la encíclica del Papa Francisco Fratelli tutti puede ayudar a iluminar el camino de una universidad que vive su fe en la promoción de la justicia y la reconciliación.

También en la Asamblea de la IAJU 2018 en Bilbao, recordaba como Ignacio Ellacuría, S.J., uno de los mártires de la UCA-El Salvador, insistía con fuerza en la universidad concebida como proyecto de transformación social. Tratando de explicar el significado de esas palabras dije: “es una universidad que se mueve hacia los márgenes de la historia humana en los que encuentra a quienes son descartados por las estructuras y poderes dominantes. Es una universidad que abre sus puertas y ventanas a los márgenes de la sociedad. Con ellos y ellas viene un nuevo aliento vital que hace de los esfuerzos de transformación social fuente de vida y plenitud.”

Una de las consecuencias de las grandes transformaciones que vivimos y observamos en este cambio de época es el ensanchamiento y diversificación de los márgenes de la sociedad y de los marginados, esas personas socialmente excluidas de formas tan distintas que los habitan. Una universidad de la Compañía de Jesús está llamada a descubrir e interactuar con los márgenes de la sociedad. Porque la universidad es ese espacio plural en el que se crean las condiciones para el diálogo y la comprensión en profundidad de los procesos históricos, personales e intelectuales es un espacio privilegiado para el ejercicio de la libertad humana. Libertad para buscar y hallar a través de la investigación y la docencia los caminos de la transformación social. Es un espacio en el que el mensaje de liberación de la Buena Noticia del evangelio puede contribuir a encontrar mejores caminos para generar vida en medio de las dificultades e incertidumbre, que parecen agobiar la cotidianidad de la mayoría de los hombres y mujeres, abriendo espacio a la esperanza.[15]

El diálogo es el método propio de la tradición humanista de la universidad inspirada en el carisma de la Compañía de Jesús. En su encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco apuesta con fuerza al diálogo como la vía hacia la concordia entre los pueblos y la paz de la humanidad. La descripción que hace calza fácilmente en lo que concebimos como espacios universitarios. Esto dice el Papa Francisco: Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para que sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas familias y comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podemos darnos cuenta. [16]

El diálogo supone la creación y sostenimiento de espacios plurales en los que se garanticen las condiciones para el encuentro, lo promuevan y lo favorezcan. El diálogo sólo es posible entre quienes se reconocen mutuamente. Reconocer al otro, persona o grupo, es la condición indispensable para disponerse a escucharse mutuamente lo que cada participante en el encuentro quiere compartir libremente sobre lo que experimenta y siente, sobre cómo entiende el proceso social y cómo propone el camino hacia el futuro.

El diálogo es instrumento de reconciliación y negociación para llegar a decisiones sociales compartidas. Si el diálogo no lleva a encontrar el cauce para el acuerdo de convivencia que permita tomar decisiones políticas orientadas al bien común es sólo una sucesión de monólogos que no se entrelazan, sería como una rueda que gira en el aire sin pisar tierra para avanzar. Hemos tenido experiencias de monólogos repetitivos que no se han encontrado a lo largo de las últimas décadas. Los hemos tenido no sólo entre quienes ocupan posiciones distintas en las relaciones de poder, sino al interior de las fuerzas en el gobierno o la oposición.

¿Y cuándo el diálogo no es posible? Podemos encontrarnos en un escenario social o político que impide cualquier tentativo de diálogo. Son situaciones que nos desafían a perseverar en los esfuerzos para crear las condiciones que lleven al diálogo. Se necesita mucha serenidad, paciencia y lucidez para no dejar de insistir en ello. Mientras se crean las condiciones para el diálogo y se transita a través de él a transformaciones importantes la presencia creativa y perseverante se convierte en testimonio. De la fuente misma de la identidad de las universidades jesuitas surge la fuerza del testimonio. La fe en el Dios de la Vida que resucitó a Jesús quien, vaciándose de sí mismo, entregó su vida totalmente hasta la muerte en la cruz, tiene su fundamente en el testimonio de quienes lo experimentaron vivo después de su sepultura y dieron igualmente su vida para confirmar su testimonio[17].

La esperanza que inspira nuestra vida y actuaciones funda la permanencia que da testimonio de aceptación verdadera de la diversidad, del pluralismo de ideas, de la capacidad de dialogar poniendo el bien común como prioridad y negociar las decisiones políticas para contribuir a una sociedad democrática y humana.

Universidades testimonio de esperanza

Denuestra identidad se desprende ser agentes de esperanza, justicia, diálogo y reconciliación como rasgo distintivo de las universidades de la Compañía de Jesús. El mundo no necesita más miedo ni desesperanza. En un mundo abrumado por el temor de perderlo todo, hasta la vida, el cinismo que engaña trastocando la verdad y la polarización que asfixia la democracia, nuestras universidades acompañan a sus estudiantes y a la sociedad con sabiduría y esperanza, cultivando visión, resiliencia y solidaridad.

El bienestar estudiantil se encuentra entre los puntos que abordará esta Asamblea. Sin duda una cuestión vital para universidades que considera la cura personalis un rasgo distintivo de la pedagogía que, basada en su identidad, se utiliza para la formación integral de las personas. Acompañar a los jóvenes significa más que brindar apoyo psicológico, ofrecerles actividades extra curriculares, oportunidades de servicio social u otras dimensiones de la vida universitaria. Para una universidad jesuita significa formar en la esperanza, ayudarlos a creer que un mundo más justo, pacífico y sostenible es posible, y que ellos tienen un papel que desempeñar en su construcción.

Ese acompañamiento es posible si la universidad se mantiene al lado de los excluidos, de quienes son marginados por la pobreza, la raza, la condición migratoria, el género u otra de las tantas formas de injusticia estructural hoy existentes. Nuestro trabajo académico, nuestra labor de incidencia y nuestra vida comunitaria pueden convertirse en voz y visibilidad a los olvidados.

El futuro de la educación superior jesuita, ante estos complejos desafíos, depende de contar con líderes intelectuales sólidos y con un profesorado y personal admiistrativo comprometido. Hombres y mujeres que no sólo comprendan y abracen nuestra identidad y misión, sino que la encarnen. La formación en los rasgos distintivos de la identidad y misión de la educación superior jesuita no es un lujo, es una necesidad de su sustentabilidad a largo plazo. Me anima profundamente ver el surgimiento de numerosos programas en nuestras universidades y redes. Iniciativas que ofrecen la oportunidad de formación en identidad y misión ignaciana a directivos, líderes académicos, docentes y personal administrativo. Estos son pasos fundamentales.

Pero podemos ir más allá y garantizar que todos los miembros de nuestras comunidades universitarias —académicos y no académicos, jesuitas y laicos— tengan la oportunidad de participar libremente en este camino formativo. Asimismo, podemos ampliar y compartir nuestros programas, creando plataformas globales para el intercambio de recursos, conocimientos y colaboraciones. Aprovechemos el potencial del aprendizaje virtual y las herramientas digitales, incluida la inteligencia artificial, para ampliar el alcance de nuestros esfuerzos de formación y llegar a todos los rincones de nuestras instituciones.

Permítanme concluir con una invitación sencilla: caminemos juntos hacia el futuro, animados por el magis, no como “más de lo mismo”, sino como respuestas más profundas, más discernidas, más innovadoras y transformadoras a las necesidades de nuestro tiempo, siendo testimonio de esperanza.

Comparto mi deseo de que esta Asamblea inspire a cada uno de ustedes y a sus instituciones a avanzar con claridad, valentía y alegría, fundados en la roca de nuestra identidad, al servicio de la contribución a la misión del Señor que nos ha sido encomendada. Profundicemos la colaboración como cuerpo global, reafirmemos nuestro compromiso con los valores educativos de la Compañía de Jesús y afrontemos los desafíos apremiantes de nuestro tiempo con coraje y la serenidad de sentirnos acompañados en este camino.

Muchas gracias.

Arturo Sosa, S.J.

Bogotá, 1 de julio de 2025


[1] Constituciones de la Compañía de Jesús, 812.

[2] Jn 13-17

[3] Jn 15: 9Como el Padre me amó así yo los he amado: permanezcan en mi amor. 10Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11Les he dicho esto para que participen de mi alegría y sean plenamente felices.12Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. 13Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. 14Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. 15Ya no los llamo sirvientes, porque el sirviente no sabe lo que hace su señor. A ustedes los he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre. 16No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá. 17Esto es lo que les mando, que se amen unos a otros.

[4] Filip. 2, 5-11

[5] Mt 13, 1-23

[6] Mc4, 26-34

[7] Puede resultar iluminador este pasaje de la carta a los Hebreos (10, 32-39) en el que su autor pone a la comunidad cristiana en dificultad delante del espejo de su propia experiencia:

Recuerden los primeros días, cuando, recién iluminados, sostuvieron el duro combate de los padecimientos: unos expuestos públicamente a injurias y malos tratos, otros solidarios de los que así eran tratados.Compartieron las penas de los encarcelados, aceptaron gozosos que los privaran de sus bienes, sabiendo que poseían bienes mayores y permanentes. Por tanto, no pierdan la confianza, que ella les traerá una gran recompensa. A ustedes les hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y obtener lo prometido. Todavía un poco, muy poco, y el que ha de venir vendrá sin tardanza. Mi justo vivirá por la fe; pero si se echa atrás, no me agradará. Nosotros no pereceremos por echarnos atrás, sino que salvaremos nuestra vida por la fe.

[8] Lc 10, 3-10.17-20.

[9] Jn 15, 20 completado por Mt 16, 2.21-24-26 Al atardecer ustedes dicen: va a hacer buen tiempo porque el cielo está rojo. Por la mañana dicen: hoy seguro llueve porque el cielo está rojo oscuro. Saben distinguir el aspecto del cielo y no distinguen las señales de los tiempos. […] A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, padecer mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.[…] Entonces Jesús dijo a los discípulos: El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará. ¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?, ¿qué precio pagará por su vida?

[10] Mt 13, 24-30

[11] La revancha de los poderosos, Penguin-Random House, 2022

[12] Lc 22, 39-46

[13] Mt 28, 20

[14] Jn 8, 32

[15] Cfr. Sosa, A.,La universidad fuente de vida reconciliada, IAJU, Bilbao 2018.

[16] Papa Francisco, Fratelli tutti, nº 198.

[17] Véase 1Cor 15,1-10.

Pontificia Universidad Javeriana
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