noviembre-diciembre 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1333
Por: Carolina Garcés | Asistente de comunicaciones Javeriana Cali.



Adriana Fernández, coordinadora de estadísticas de la Oficina de Registro Académico de la Universidad Javeriana de Cali, lleva 17 años enseñando artes a profesores y empleados de la Universidad, durante la hora del almuerzo.

Ella respira arte y hasta la forma de lucir lo que se pone, lo refleja. Todo le combina: su pantalón café va estrictamente en conjunto con una blusa beige, que también tiene dibujadas rayas cafés. Sus accesorios están compuestos por un collar y un par de aretes tejidos en el mismo tono. Hasta las uñas se acoplan con la ‘pinta’ y esa sonrisa con la que recibe a todo quien entra en su oficina. Es la coordinadora de estadísticas de Javeriana Cali y quien alimenta la inspiración de algunos de los colaboradores. Adriana Fernández lleva 28 años en la Universidad, 21 de ellos en su cargo actual, y es la responsable de que muchos de los colaboradores se despojen de sus ‘trajes’ de empleados, para ponerse la ‘bata’ de artistas. La ‘profe’, como la llaman de cariño, desde el año 2000 les dicta un taller de arte. Todo de manera empírica y con la única intención de compartir, reír y desconectar de la rutina. “He tomado algunos cursos, pero nada a nivel experto. Mis compañeros, al ver que lo que hacía me quedaba bien, me dijeron que les enseñara. Empezamos reuniéndonos en un espacio de la oficina con la excusa de cómo decorar en Navidad”, comenta. Y con la disculpa de la Navidad y las ganas de ocupar la hora del almuerzo en una actividad diferente surgió la iniciativa de montar un seminario, al cual se inscribieron diez personas para aprender a elaborar frutas en madera. Fue tal el éxito de este que se vio obligada a llevar a cabo otro de cerámica. De allí salieron una de las primeras obras maestras del equipo: unas hermosas muñecas de porcelana.

De un rincón de oficina a una sala de arte

Tras los seminarios, el talento de Adriana se hizo más notable en la Universidad. Incluso, el director del Centro de Expresión Cultural le ofreció uno de sus espacios para que allí pudieran derrochar toda su creatividad. Gracias al apoyo del Director del Centro, desde hace tiempo contamos con la Sala de Artes Plásticas, del edificio El Lago. Eso ha permitido que hayamos crecido. Al instalarnos aquí empezamos a avanzar en las técnicas. Ya no sólo hacemos proyectos en madera o cerámica, sino que también pintamos cuadros”, explica Adriana, quien, además, le fascina cocinar, tomar café y chocolate. Normalmente, las clases se llevan a cabo dos días a la semana de 12:30 m. a 1:45 p.m. Todo depende de la disponibilidad del salón. Cada sesión cuenta con cerca de diez participantes entre hombres y mujeres, de diferentes dependencias. Entre ellas, Educación Continúa, Facultad de Humanidades, Departamento de Arte, Arquitectura y Diseño, y Registro Académico. Pero no solamente Adriana es quien propone los proyectos a materializar. “Este es un trabajo en equipo”, señala. “Cada uno viene con ideas y son esas las que hacemos realidad aquí entre todos. Yo les ayudo con la técnica, pero cada uno le imprime su sello”, añade. Cuando se le consulta a Adriana por las mejores creaciones, ella no duda en afirmar en que el resultado más sobre-saliente no es ese portarretrato pintado a mano, ni los muñecos de trapo que puntada a puntada ven nacer, sino lo que se logra en la autoestima de cada uno. “La pregunta de muchos antes de empezar es “¿si voy a poder?”, y yo siempre los aliento, nunca les corto las alas. Así han ganado confianza y hasta han superado al maestro”, advierte entre risas. El propósito es regresar a la oficina con la satisfacción de haberlo dado todo. Martha Lucía Viveros, la alumna más antigua del taller da fe de ello. “Los cursos nos ayudan a alimentar nuestra parte humana, a aliviar el estrés, a departir en otros ámbitos; donde no existen las diferencias entre directivos y administrativos.” Por su parte, Patricia García, otra de las estudiantes, manifiesta que “al llegar empecé a descubrir que yo también podía, que tenía habilidades para hacer cosas que creía que estaban negadas para mí. Comencé pintando, aprendí a coser, a pegar y lo más importante es que salimos de la cotidianidad”.

Entre pinceles y números

Un día Adriana recibió una noticia lamentable, la muerte de su madre. Como a cualquiera, el dolor la invadió. No obstante, quiso continuar con el legado que la misma doña Aracelly le dejó. El arte se convirtió en la mejor manera de recordarla y poco a poco le fue siguiendo los pasos. “A raíz del fallecimiento de mi mamá yo empecé en esto. Ya desde pequeña me gustaba. Crecí viéndola hacer manualidades y hoy es mi hobby y la manera de compartir un rato de buenos momentos y vivencias”. Y es que, en realidad, Adriana tiene talento y no únicamente para enseñar y hacer de un trozo de vidrio el mejor de los vitrales. Su experticia también le alcanza para ser una aventajada con los números. La prueba de ello es que el jefe que tuvo en su anterior empresa la trajo con él a la Javeriana. Donde estaba era auxiliar contable y el puesto que él me ofrecía era de recepcionista. Sin embargo, me iba a ganar 5.000 mil pesos más y eso para mí era muy significativo. Acepté y aquí estoy”, cuenta Adriana, quien es madre de tres hijos. Tras ser recepcionista pasó a ocupar el cargo de secretaria de la Oficina de Contabilidad para luego dar el salto a la Oficina de Compras. Su estancia en esa dependencia también fue corta, porque, su jefe de la época, al ver sus capacidades, le brindó la oportunidad de ir a Registro Académico, donde hace 21 años es la coordinadora de estadísticas. Todos los escalones que ha subido Adriana en la Javeriana se los ha ganado a pulso y preparación. “Estudiaba en la Universidad Libre y el director financiero me aconsejó que volviera a empezar aquí de cero. Mi indecisión era porque iba en cuarto semestre. Al final dije que sí. Como ya tenía unas bases, desde los primeros semestres gané el 100% de la matrícula. En ese momento supe que no había perdido, al contrario, gané mucho”, subraya. Desde ese primer día hasta hoy ya han corrido 28 años y Adriana advierte que se quedará en la Javeriana hasta sus últimos días. “Le debo todo lo que soy a este lugar. Amo a la Universidad. Me formé profesionalmente, espiritualmente. Esto es una familia. La vi crecer. Cuando llegué éramos unos cuantos y ver ahora como está me llena de alegría”, concluye ratificando que el café es su color favorito.