¿Para qué a mí?
Reflexiones sobre la vida de una estudiante de Derecho.
Natalia García Muñoz, una joven de 23 años que estudia décimo semestre de Derecho en la Universidad Javeriana, escribió un artículo sobre la forma en que la cambió la vida un accidente automovilístico en Viena (Austria), el 20 de julio de 2008, donde realizaba un curso de verano y dónde pasó 45 días hospitalizada. Sólo este semestre se pudo reincorporar a terminar su Carrera.
¿POR QUÉ a mí? Tal vez lo más complicado de superar en cualquier situación difícil que enfrentamos en la vida, es la pregunta del ¿por qué me sucedió esto a mí? Y en esta nos podemos quedar estancados sin una posible solución. Por eso, yo decidí dejar de preguntarme el por qué de la situación que estaba viviendo para comenzar a preguntarme el para qué ¿para qué sucedió esto en mi vida? Pregunta que a diferencia de la anterior tiene no sólo una sino muchas respuestas. Cada día que pasa me doy cuenta de que mi accidente sucedió para que yo transformara mi vida, para que yo le encontrara el verdadero significado a mi existencia, para mostrarle una vez más al mundo que los milagros existen, que lo único que no se puede perder nunca es la fe y que la oración de cientos de personas en el mundo puede hacer que lo imposible suceda. Después de estar al borde de la muerte y haber sobrevivido por un milagro de Dios puedo decir que he vuelto a nacer, que tengo una nueva oportunidad de vivir y que mi vida ha cambiado por completo y de una forma que tal vez no lo esperaba. Son tantas las cosas que esta experiencia me ha enseñado que es casi imposible tratar de contarlas en poco espacio, así que trataré de exponer sólo algunas, tal vez las que más recuerdo en este momento, porque cada día que pasa descubro o traigo a mi memoria algo nuevo y maravilloso de lo que me sucedió. Sin duda, cuando miro atrás lo único feo que veo es la cantidad de dolores que sentí y que incluso hoy continúo sintiendo, porque lo demás no son más que situaciones maravillosas y momentos llenos de enseñanzas, solidaridad y amor.
Durante los 45 días que estuve en cama, sin poderme parar ni sentar, en posición horizontal, mirando hacia el cielo, dependiendo de una persona para entrar al baño, comer, para alcanzar cualquier objeto o para realizar cualquier actividad diferente a respirar, no hice más que preguntarme cómo había podido vivir 22 años de mi vida sin valorar las cosas más sencillas de la vida, cómo no había valorado ni agradecido a Dios el hecho de caminar, de poder ir al baño por mí misma, de no necesitar a nadie para alcanzar un objeto, para comer, para bañarme o para rascarme una pierna ¿Por qué no me di cuenta de todas las cosas que tenía antes? ¿Por qué no me di cuenta de lo maravilloso que es poder caminar, correr, saltar, bailar, pensar y ser consciente de lo que se es, se desea o se siente? No entendía cómo pude preocuparme de tantas cosas bobas y ocupar a Dios con peticiones tontas. Hoy sé que yo no valoraba todas esas cosas de la vida, porque creía que nunca las podría perder. Yo pensaba que yo era una persona de hierro, que a mí nada me podía pasar, que todas esas cosas horribles que existen en este mundo, le podían pasar a otros pero no a mí. Cada vez que veía una persona en silla de ruedas, con la cara quemada o sin una pierna o una mano, sentía mucha pena por ella, pero veía esa situación tan lejana, como si a mí algo así no me pudiera pasar jamás, pero la vida se encargó de mostrarme que yo no soy una súper mujer, que esas cosas pasan y que incluso me podían suceder a mí. Yo tuve el peor accidente de mi vida mientras dormía tranquilamente en un carro, a sólo 50 kilómetros de mi destino final, después de un lindo y calmado paseo con algunos de mis compañeros, en otro país, en otro continente, muy lejos de mi familia y mis amigos. Yo no sé ni cómo pasó, lo único que recuerdo es que iba en un carro y tres días después me levanté en un hospital con 5 fracturas, una contusión cerebral y conectada a una máquina de la cual dependía mi vida. Definitivamente, ahora sí creo y doy fe que lo único que uno necesita para tener un accidente o morir es estar vivo, las cosas pueden pasar en cualquier momento y ninguno de nosotros estamos exentos de nada en esta vida. Ninguno. Por eso creo que debemos valorar cada minuto o segundo que Dios nos regala en este mundo, aprender a ver todo lo que tenemos, preocuparnos por las cosas verdaderamente importantes, pero sobre todo debemos aprender a ponernos en el lugar del otro como muchas personas lo hicieron por mí y por mi familia. Sí, fue sorprendente como muchos, sin ni siquiera conocernos o compartir con nosotros la cultura o el idioma, nos brindaron toda su ayuda, comprensión y cariño y fueron quienes me enseñaron que contrario a lo que yo pensaba antes, así como un día fueron unos, un día también fui yo y cualquier otro día puede ser cualquiera de ustedes o cualquiera de ellos.