Abril 2018 | Edición N°: Año 57 Nro. 1336
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



La etimología de la palabra efímero hace referencia a la condición de aquello “que solo dura un día”, un instante; de algo fugaz, que pasa rápidamente, sin que podamos atajarlo. Nada más efímero que el presente, esa delgada y movediza franja que separa lo pasado del futuro. Nada más efímero que los momentos gratos, que siempre terminan muy pronto; no así los difíciles, que incluso parecen no tener fin. Ahora bien, la mayoría de los acontecimientos se pierden con facilidad en los laberintos del ayer; en contraste, son muy pocos aquellos que dejan una huella tal que su recuerdo en el porvenir será recurrente en una persona, en una organización, o en la sociedad en general. Esto sucedió, por ejemplo, con la primera transmisión de televisión en nuestro país, el 13 de junio de 1954; o la noticia sobre el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, el 21 de octubre de 1982; y si nos remontamos un poco más atrás en la historia, con el primer mensaje telegráfico enviado en nuestra patria, el 1º de noviembre de 1865. Y qué decir de los eventos trágicos que, por su impacto, se fijan con claridad en la memoria colectiva. Entre estos sobresale el 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, magnicidio que desencadenó una serie de actos violentos en distintos lugares del territorio nacional. Han transcurrido 70 años desde esa fecha histórica, y aunque sobreviven muy pocas personas que fueron testigos de esos sucesos, el país no olvida lo que ocurrió entonces.

Sí, el 9 de abril se convirtió en una efeméride, es decir, en un acontecimiento que así haya tenido lugar hace ya tiempo, es recordado en un día particular, y por eso se conmemora. Sucesos como “El Bogotazo” difícilmente pueden ser olvidados por los hombres y mujeres que los enfrentaron personalmente, en especial aquellos que resultaron afectados, que fueron víctimas directas. Para ellos, el recuerdo echó raíces. No es lo mismo, en cambio, para quienes solamente han tenido conocimiento sobre esos sucesos por los relatos de sus mayores o por lo registrado en los periódicos o los libros de historia. Sus sentimientos al respecto siempre estarán mediados por dicha información y la trascendencia que alcancen los actos conmemorativos. Esto explica por qué es tan importante que los ciudadanos conozcan la historia de su país, la aprecien y valoren, tarea primordial de una buena educación. En los albores del siglo XX, George Santayana advirtió que “el progreso, lejos de consistir en el cambio, depende de la retentiva”; y lo explicaba así: “cuando el cambio es absoluto no queda ningún ser que mejorar ni se establece ninguna dirección para una posible mejora; y cuando la experiencia no se conserva… la infancia es perpetua”. Esta es la premisa que conduce a una de sus más conocidas frases: “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Ciertamente la acción de recordar, sustento de la experiencia, no solo nos ayuda a evitar que tomemos decisiones cuyas consecuencias negativas se pueden anticipar con claridad, sino también abre paso al desarrollo de niveles superiores de conocimiento. Este ha sido el camino de la investigación científica, que no puede ser otro que el de aprendizajes sucesivos. Solo el que recuerda y aprende puede progresar. De igual forma, se puede afirmar que un pueblo ‘desmemoriado’ no puede avanzar en su desarrollo: regresará irremediablemente al punto de partida, desperdiciando tiempo y recursos valiosos, y lo que es más grave, condenando a generaciones enteras a permanecer estancadas en situaciones inaceptables. Es inconcebible que en Colombia, por ejemplo, existan extensas ‘regiones olvidadas’, a donde no llega el progreso, pero sí aparecen las promesas en tiempo electoral; son zonas donde el abandono del Estado ha favorecido el auge de la delincuencia y los movimientos insurgentes. Gracias a la Ley 1448 de 2011, el 9 de abril de cada año debemos conmemorar el Día de la Memoria y Solidaridad con las víctimas del conflicto armado.  El símbolo que apareció este año fue la flor ‘nomeolvides’, que es la de una planta que precisamente crece en los terrenos más difíciles. En verdad, no podemos olvidar nuestra historia, no podemos olvidarnos de las víctimas. Sí, es necesario recordar. No es fácil, ¡no lo es! Pero debemos hacerlo con inteligencia y sensatez, sin odios ni rencores que se convierten en lastre y no benefician a nadie, que por el contrario, hacen mucho daño; debemos hacerlo buscando siempre aprender y valorar, y sobre todo, sanar las heridas para mantener el ánimo y seguir adelante. Esa debe ser la opción.

Es importante que los ciudadanos conozcan la historia de su país, la aprecien y valoren, tarea primordial de una buena educación.