Editorial
Hoy en día, ninguna persona puede ignorar la dramática realidad del cambio climático y una de sus mayores manifestaciones, el calentamiento global que, de una u otra manera, a todos nos afecta. Las noticias, acompañadas de impresionantes imágenes, dan cuenta de esta situación, especialmente cuando ocurren grandes inundaciones y largas temporadas de lluvias torrenciales, así como cuando se presentan incendios devastadores o llega la sequía, las temperaturas alcanzan niveles muy altos y se producen incendios incontenibles; causando muerte y sufrimiento a vastas poblaciones en diversas regiones del mundo. El peligro no se puede desconocer.
En documentales como “Cosmos”, la extraordinaria serie de televisión producida recientemente por el canal National Geographic, que ha retomado el icónico trabajo del científico Carl Sagan en 1980, se nos describe con imágenes espectaculares y palabras sencillas, lo maravilloso que es nuestro planeta, con todos sus recursos, paisajes, y sobre todo, recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”. El texto, el primero que ha dedicado un pontífice al tema ambiental, ha merecido un amplio despliegue en los medios de comunicación. En uno de sus apartes, el Papa hace “una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta”. Luego de anotar que “necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”; formula con claridad la siguiente denuncia: “muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas”. A renglón seguido, concluye el Papa: “Necesitamos una con esa multitud de organismos vivientes que lo habitan. Es algo realmente fantástico. Sin embargo, también se nos presenta lo que viene sucediendo desde hace ya varias décadas en relación con el profundo deterioro del medio ambiente y el creciente desequilibrio en términos de sostenibilidad. Entre todas las cifras suministradas sobresale la descomunal producción de dióxido de carbono, debida a la combustión de carbón, petróleo y gas, que ha aumentado en forma exorbitante y que la tierra es incapaz de absorber, con lo cual se agrava el efecto invernadero. Si bien el saber científico al respecto ha crecido y la comprensión sobre lo que pasa es mayor, el comportamiento de la humanidad poco ha cambiado: no existe en verdad una correspondencia entre lo que sabemos y lo que hacemos, lo cual nos cuestiona como especie y pone en tela de juicio la inteligencia superior que nos caracteriza. Sin embargo, desde la década de los setenta, cuando se celebró por primera vez el Día de la Tierra, no cesan las voces de denuncia y los movimientos que apuntan a despertar nuestra conciencia y promover el cuidado del medio ambiente.
En este contexto aparece la nueva encíclica del Papa Francisco, “Laudato si’”, que empieza con unas palabras del célebre canto de Francisco de Asís, en el cual este hombre santo “nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”. El texto, el primero que ha dedicado un pontífice al tema ambiental, ha merecido un amplio despliegue en los medios de comunicación. En uno de sus apartes, el Papa hace “una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta”. Luego de anotar que “necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”; formula con claridad la siguiente denuncia: “muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas”. A renglón seguido, concluye el Papa: “Necesitamos una solidaridad universal nueva”.
Todos conocemos los grandes desafíos que nuestra nación también enfrenta al respecto y la responsabilidad que tenemos como Universidad para ayudar a cambiar la situación. Siempre se ha reconocido la abundancia de los recursos naturales de Colombia y la belleza de su geografía. Sin embargo, la huella de una insensata acción humana está a la vista: la contaminación de ríos como el Bogotá, por ejemplo, la polución del aire en los grandes centros urbanos, y además, las manchas de petróleo debidas a atentados terroristas como el que afectó recientemente las costas de Tumaco, en lo que se ha considerado como el peor desastre ambiental en la historia de Colombia.
En este orden de ideas, las palabras del Papa Francisco encuentran eco en estos claustros, desde donde invitamos a todos a la leer la Encíclica, a reflexionar sobre estos asuntos, renovar la conciencia y corregir la conducta, tanto en el plano individual como en lo colectivo. El Papa nos ha recordado que la tierra, aunque no parezca, solo es un organismo diminuto, muy frágil, que a todos acoge por igual. Su mensaje debe ayudarnos a fortalecer nuestro interés y compromiso con el cuidado de esta “casa común” que está en peligro.
“Siempre se ha reconocido la abundancia de los recursos naturales de Colombia y la belleza de su geografía. Sin embargo, la huella de una insensata acción humana está a la vista”.