Mayo 2018 | Edición N°: Año 57 Nro. 1337
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



Hablar de juventud, especialmente cuando se ha llegado a la edad adulta, nos hace pensar en vitalidad, esa energía ilimitada que se hace evidente, por ejemplo, en el deporte y la resistencia física, lo mismo que en los sueños y el idealismo. Pareciera que los jóvenes no tienen límites y que para ellos no existen las cosas imposibles; un sentimiento de inmortalidad, no solo les hace pensar que tienen todo el tiempo del mundo para hacer realidad las metas que se propongan, sino que también los lleva a ser osados en sus acciones. Por otra parte, en esos años la sensibilidad es grande, el compromiso con la justicia indeclinable y el cuidado del medio ambiente impostergable; los mueve, y de qué manera, un afán de lograr profundos cambios en la sociedad. Por estos días la reflexión sobre la juventud ha merecido especial atención de la prensa, debido a la conmemoración del cincuentenario del célebre “Mayo del 68” o “Mayo francés”, analizado detalladamente por el destacado autor español Eduardo Haro Tecglen en su obra El 68: las revoluciones imaginarias (El País – Aguilar, 1988). En efecto, ese año que sacudió al mundo y tuvo grandes repercusiones en la década siguiente, introdujo cambios y sembró esperanzas en un horizonte abanderado por la libertad, con consignas inolvidables como “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder” y “Sé joven y cállate”, un eslogan provocador, cargado de ironía, que cuestionaba la pasividad que hasta entonces reinaba en el ambiente. En ese tiempo, ¿qué les preocupaba a los jóvenes? ¿Qué los había llevado a salir a las calles y protestar violentamente? La respuesta, presentada por Haro Tecglen en un aparte de su libro titulado “La universidad no cambia si no lo hace la sociedad”, es la siguiente: “En los centros superiores de enseñanza los estudiantes estaban viendo que no se les formaba como tales profesionales libres y creativos del futuro con un concepto de servicio a todos, o con una amplitud de información hacia el desarrollo de sus carreras y a la educación general interprofesional que pudiera servir para mejorar la sociedad, sino en razón de las demandas concretas de las empresas para sus necesidades concretas, para su beneficio económico o para la expansión del capitalismo”.

Como puede verse, eran importantes estos cuestionamientos sobre el sentido de la formación universitaria, discusión que mantiene plena vigencia. Ahora bien, “la nueva tabla de valores y comportamientos” que en 1968 surgió y que finalmente asimiló la sociedad, mereció en principio un gran rechazo “debido en gran parte a las formas anárquicas y provocadoras como se presentaron ante el establecimiento”. Así lo hace notar el historiador colombiano Álvaro Tirado Mejía, en su libro Los años 60 – Una revolución en la cultura (Debate, 2014). En nuestra Universidad, le correspondió al P. Alfonso Borrero, S.J. enfrentar la agitación estudiantil de ese tiempo y, en particular, el denominado Movimiento Cataluña, -nombre de la casona que en 1970 fue sede de reuniones y asambleas-, justo al comenzar su periodo rectoral. En este interesante capítulo de la historia institucional, sobresale la carta que el Padre Borrero dirigió a la Comunidad Javeriana el 12 de noviembre de ese año, en la cual se refirió a las “inquietudes” que habían surgido entre los estudiantes, “reflejo de explicables aspiraciones de la juventud moderna en cuanto a ser elemento vivo de los órganos de que forman parte”. Al anunciar el estudio de “lo que conviene a una renovación que sintonice a la Universidad Javeriana con el nuevo mundo”, anotó lo siguiente, en frase magistral: “Quiere toda la Universidad -no solo sus estudiantes- ser una institución viva, pero no recién nacida; formar seriamente en su seno al hombre contemporáneo, pero no olvidar al hombre eterno; estructurarse ágilmente, pero no dislocarse; y contar con todos, pero no ser subvertida por algunos”. Es verdad que la rebeldía es propia de la juventud y que su concurso es esencial para renovar la sociedad; pero hay que velar para que su entusiasmo no haga a los jóvenes presa fácil de la cultura del odio y la violencia, para evitar que su poder, que no es poco, sea manipulado inescrupulosamente y puesto al servicio de intereses discutibles. Por todo lo anterior, en la Javeriana hemos asumido el deber de cuidar a los jóvenes, de asegurar que su voz tenga espacio y de acompañarlos con respeto en esa maravillosa etapa de la vida.