Octubre 2019 | Edición N°: año 58, nro. 1352
Por: Dirección de comunicaciones | Pontificia Universidad Javeriana

Editorial


Son innegables los avances de la humanidad a lo largo de la historia. Lo que se ha logrado en materia de salud, por ejemplo, tanto para la prevención de enfermedades, lo mismo que para los tratamientos, ha sido verdaderamente notable. No solo los conocimientos, cada vez más especializados, sino los recursos farmacéuticos, el instrumental y los aparatos para analizar lo que sucede en el paciente, son algo muy distinto de aquellos con los que se contaba apenas hace unas décadas. Y qué decir también en lo que se refiere a los medios de transporte y la infraestructura, o a las comunicaciones que, gracias al desarrollo de la tecnología, nos permiten permanecer en contacto con cualquier persona, en tiempo real, sin importar la distancia que nos separe. Se podría decir que el mundo de la ciencia ficción se ha hecho realidad.

Sin embargo, en materia social la situación es muy distinta, porque todo parece indicar que no mejoramos en la forma en que enfrentamos las diferencias y resolvemos los conflictos, a pesar de experiencias tan devastadoras como lo fueron las dos guerras mundiales que tantas vidas cobraron y tanto daño causaron y como lo es el conflicto interminable que tiene lugar actualmente en Siria. De niños aprendimos que hace muchos siglos el ser humano logró superar una época que fue denominada como la barbarie, marcada por la irracionalidad y la violencia, para entrar en otra muy distinta, bautizada como la civilización. En efecto, la transición hacia una sociedad civilizada, se fijaba en tiempos remotos, cuando los hombres y mujeres dejaron de ser nómadas, se organizaron para trabajar el campo y levantar ciudades, asegurando el abastecimiento de agua y otros recursos necesarios para la subsistencia de la población. En este paso adelante de la humanidad, que dio origen a distintas civilizaciones, tuvo mucho que ver la cooperación, la unión inteligente de talentos diferentes, así como de esfuerzos y recursos.

Hoy, las noticias nos obligan a preguntarnos si no estaremos retrocediendo, si no vamos en contravía. Nadie puede desconocer que, en no pocos lugares del planeta, la sociedad se fracciona cada vez más y la confrontación airada gana terreno; que si algo impera en el debate de los asuntos públicos es una gran insensatez, alentada por intereses particulares de personas ambiciosas que no son capaces de respetar a quienes piensan diferente, que no pueden establecer un diálogo constructivo para aprovechar la riqueza que surge en la diversidad; que, por el contrario, solo buscan eliminar al otro para poder dominar de manera absoluta. De esta forma, la irracionalidad y la violencia se mantienen como una opción.

Este planteamiento cobra especial relevancia ahora que las noticias nos muestran una sociedad cansada que sale a las calles para manifestarse, no siempre de manera pacífica. Así lo indican dos columnas del periódico El Tiempo, aparecidas en la misma página de la edición del 27 de octubre, “La globalización del malestar”, de Antonio Albiñana, y “¿Por qué arden las calles?”, de Moisés Naím; lo mismo que la portada de la revista Semana que circuló también ese día con un llamativo titular, “Arde América Latina”. Sabemos que las cosas no están bien, y cuando la gente ve que no mejoran sus condiciones de vida y que pululan las promesas incumplidas, empieza a desconfiar de la democracia. No hay que olvidar que en el mundo, poco a poco, se ha impuesto, no sin dificultades y con notorias excepciones, el sistema democrático, que es, a no dudarlo, otro logro de la civilización.

Ignorar el descontento social causado por la injusticia inveterada es una bomba de tiempo.

Grande es la responsabilidad de los dirigentes políticos al respecto, lo mismo que la de aquellos que ostentan el poder económico. Ignorar el descontento social causado por la injusticia inveterada es una bomba de tiempo. En Colombia, por ejemplo, los resultados de las recientes elecciones son una expresión clara del inconformismo y la indignación de los ciudadanos, no solo frente al manejo tradicional de la política y la polarización como estrategia, sino también ante la difícil situación social. Ojalá los gobernantes y legisladores, lo mismo que los jueces, presten atención a estos mensajes y respondan oportunamente a los reclamos de la sociedad. Esta es la única forma de evitar la creciente protesta social que puede llegar a ser incontrolable. En cuanto a las instituciones universitarias, que nacieron y se han desarrollado bajo el poder de la inteligencia, de las ideas y los argumentos, tenemos que insistir, desde lo propio de nuestro quehacer, en ayudar a que el mundo corrija su rumbo, deje de ir en contravía y se encamine de manera civilizada hacia la construcción de una sociedad más culta y más justa, y no dejarse atrapar por los juegos políticos que quieren alinear a la universidad con sus intereses.