En los zapatos de un autista
Este es el relato de Carolina Garcés, community manager de la Universidad Javeriana de Cali, quien, gracias al I Simposio de Neurociencias Aplicadas, tuvo la oportunidad de experimentar cómo percibe el mundo una persona autista.
Un día conocí a Nacho, un muchacho muy piloso para los computadores. Me contó que se dedicó a ellos, porque le apasionaban las máquinas. Su familia en realidad quería que él estudiara economía. Se presentaba como una persona distraída, a veces preguntona y, en ocasiones, un poco penosa. Algunos solían juzgarlo por su actitud. Lo trataban duramente. Yo no entendía mucho la razón de ese trato, porque para mí la grandeza de su corazón era capaz de opacar cualquier ‘mala’ actitud que tuviera. Quien me lo presentó aseguraba que era autista. Hace unos días pude entender su comportamiento. Mientras caminaba por los pasillos del edificio Las Palmas (en la Universidad Javeriana de Cali), un grupo de estudiantes de Medicina, de segundo y tercer semestre, me llevó a un laboratorio improvisado que hacía parte del primer simposio a nivel local de Neurociencias Aplicadas (NAPI) organizado por la Javeriana y la Clínica Amiga de Comfandi. El evento tuvo alrededor de 250 asistentes y su logística contó con la participación de cerca de 70 estudiantes. Me taparon los ojos con una venda e ingresé a un ‘salón’. Caminé por una especie de escalera. Luego metí la mano en una sustancia granulada para después volver a caminar, pero esta vez sobre lo que yo creía eran pequeñas piedras o arena -se trataba de maíz y alimentos en grano-. Finalmente, recibí corriente de energía producida por electrodos y al poder ver la luz de nuevo, me senté a observar un sinnúmero de imágenes ruidosas. Según Mariana Pulido, estudiante de segundo semestre de Medicina, todo lo que viví hace parte de la cotidianidad de una persona autista. “Uno de los grandes objetivos del simposio fue la divulgación de temas científicos, como las neuronas en espejo. El otro propósito, fue generar conciencia de la realidad de las personas que padecen trastorno del espectro autista (TEA)”. Confieso que sentí desesperación. Estuve a punto de destaparme los ojos. Me dio asco sentir esa sustancia arropando mi mano. Y, en ese momento, también pude comprender por qué Nacho se comportaba de esa manera tan ‘rara’, como solían decir muchos. Al mismo tiempo pude experimentar sus sensaciones, me puse en sus zapatos. Según la Organización Mundial de la Salud uno de cada 160 niños tiene un trastorno del espectro autista. Además, expertos revelan que la enfermedad es cuatro veces más común en varones que en niñas. Entendí que la mayoría de personas tenemos todo para ser felices y que aun así nos quejamos. Recordé la sonrisa con que Nacho me recibía siempre, y a la distancia -él vive en España-, le di las gracias por ello. “Ser autista no me hace anormal. Soy feliz y eso es lo que importa”, me manifestó en nuestra última conversación por chat.