Ese no es el camino
Una vez más los colombianos fuimos sorprendidos por una serie de atentados terroristas que, no solo cobraron vidas humanas y dejaron heridos, sino cuantiosos daños en infraestructura. De la misma manera, en lo corrido de este nuevo año, hemos registrado numerosas voladuras de oleoducto con las ya conocidas y muy graves consecuencias tanto para la producción de petróleo como para el medio ambiente, patrimonio de todos nosotros y de las generaciones por venir. Estas manifestaciones de un grupo insurgente que de tiempo atrás hizo opción por la violencia, y que cree que con este proceder puede presionar al Gobierno y al país para que atiendan sus exigencias, se dan en un delicado periodo histórico de nuestra Patria, en el cual hemos logrado avanzar significativamente, no sin dificultades, hacia el final de un conflicto armado que solo ha traído sufrimiento y desolación. La experiencia nos ha enseñado que este no es el camino para avanzar en una negociación o promover los cambios deseados; que, por el contrario, además del daño causado y las pérdidas irreparables que perfectamente se podrían evitar, el diálogo se entorpece y se deteriora el clima de confianza que se requiere en estos casos. También en las últimas semanas hemos sido testigos de insultos y agresiones físicas en distintos escenarios donde se adelanta el proselitismo político con miras a las elecciones que se avecinan. De esta forma, se desconoce el sentido de la verdadera democracia, que consiste en que todas las personas, candidatos y electores, puedan expresarse, formular sus propuestas en torno al futuro del país y fijar su posición al respecto, de tal forma que en las urnas se pueda decidir con la mejor ilustración posible, a quién se confía el gobierno y el poder legislativo. Hoy están a nuestra disposición muchos medios que nos permiten opinar y disentir, si así lo consideramos. Si no nos gusta un candidato no tenemos por qué buscar la forma de acallar su voz y de impedirle participar en el debate público. Si no queremos oírlo o verlo, no tenemos que hacerlo, con el voto podremos hacerle saber con claridad lo que pensamos al respecto. En Colombia, no hace muchos años, presenciamos la eliminación sistemática de personas que pertenecían a una determinada corriente política y también vimos caer bajo las balas asesinas a varios candidatos presidenciales. ¡Ese no es el camino! Tampoco es aceptable focalizar el debate en la descalificación del adversario, apelando a ofensas verbales e incluso a mentiras y calumnias, que desacreditan más a quien las dice que a quien van dirigidas. Las ideas y los argumentos, basados en la verdad y los auténticos intereses de la nación, son las únicas armas que aseguran respetabilidad y credibilidad para los políticos y los personajes de la vida pública. Otro suceso que también llamó la atención de la ciudadanía fue la protesta violenta que terminó en la destrucción de estaciones y vehículos de Transmilenio. Ese no es el camino para hacer sentir a las autoridades el descontento con la calidad de un servicio que en medio de grandes limitaciones ha transformado la cultura de nuestra capital. Todos coinciden en que es necesario mejorar y que hay problemas pendientes de solución; pero nadie, con algo de sensatez, puede creer que la alternativa es acabar con una infraestructura que es costosa y que representa cuantiosas inversiones con cargo al erario público. Pareciera que en nuestro suelo se arraiga poco a poco esa cultura de la intimidación que apela a la violencia y al miedo como recurso para triunfar en una campaña, una contienda o un debate. Pírrico triunfo es el de aquel que logra su victoria a partir del amedrentamiento. Ese es el camino del totalitarismo y el fundamentalismo, de aquellos que no permiten la libre expresión de las ideas y la participación política, y que, por lo tanto, son enemigos de la verdadera democracia. En su afán por lograr sus objetivos y demostrar su poder, no les duele destruir el patrimonio de una nación e impedir su desarrollo y progreso. Pareciera que los promotores de la violencia y el odio ignoran que el país está cansado de la politiquería y el conflicto armado, dos condiciones vinculadas estrechamente al auge de la corrupción. El camino que deseamos no es el de las armas, el miedo y la exclusión, sino el de la no violencia, la confianza y la inclusión que los colombianos anhelamos luego de tantos años de enfrentamiento fratricida. El camino que deseamos y que señala nuestra Carta Política es el de la democracia, que no es otro que el del diálogo civilizado.
El camino que deseamos es el de la no violencia, la confianza y la inclusión que los colombianos anhelamos luego de tantos años de enfrentamiento fratricida