agosto 2012 | Edición N°: año 51, No. 1280
Por: Carlos Novoa S.I. | Profesor Titular, Doctor en Ética Teológica, Departamento de Teología.



No faltan quienes afirman que la Iglesia no tiene ninguna palabra sobre la explotación de nuestros recursos naturales. Con todo respeto, pero se equivocan. Nada de lo humano es ajeno a la catolicidad, todo lo contrario, verifica el Concilio Vaticano II. El Evangelio no nos cuenta que Jesús pasaba todo el tiempo rezando encerrado en el templo. En contraste, sí nos relata con énfasis cómo el Hijo del Hombre se dedicaba a curar enfermos, dar pan a los hambrientos, defender a los excluidos y denunciar
las injusticias cometidas por los poderosos. En una frase, el Cristo se empeña en el total desenvolvimiento de las diversas dimensiones que constituyen la persona y la sociedad, ya que al fin y al cabo Él es plenitud de humanidad. Y este empeño es el fruto de realizar a su Dios, Madre y Padre nuestro, cenit de solidaridad, misericordia y perdón.
En consonancia con este horizonte cristiano nuestros obispos colombianos en su última Asamblea General, hacen un valiente llamado respecto a diversas amenazas contra personas y comunidades provenientes del actual desarrollo minero nacional. Avances de este desarrollo perjudican asentamientos indígenas, campesinos y afrocolombianos, trastocan el equilibrio ambiental y hacen daño a sectores de la producción agrícola, constatan nuestros pastores.
Asimismo, verifican la presencia de cianuro y otros químicos tóxicos en diversos afluentes.
En su comunicado al respecto, los obispos proponen:
••Al Estado, que formule un Código Minero moderno, justo, motor y garante del desarrollo humano. Asimismo, que procure que las grandes utilidades se inviertan de manera justa y equitativa en el desarrollo nacional y regional.
••A la industria minera, proponen comprometerse en su tarea con una mirada más humana y acoger los desafíos éticos que esta actividad implica.
••Y al pueblo colombiano, le piden mantener viva la conciencia sobre la responsabilidad que tienen las actuales generaciones con la creación y organización de un desarrollo amigable con la naturaleza.
Queremos que la riqueza enorme que tenemos, no nos genere más y nuevas violencias, dijo Monseñor Nel Beltrán, obispo de Sincelejo, en una rueda de prensa en la sede del Episcopado Colombiano.
Precisan nuestros pastores en su comunicado: Somos conscientes de la creciente necesidad de energía en el país y en el
mundo, así como de la cada vez mayor demanda de materias primas. Sin embargo, nos preocupa profundamente:
••La destrucción de la naturaleza selvática del país, pulmón del planeta.
••El creciente desequilibrio y aun oposición, entre el desarrollo de la minería y el desarrollo humano agrario que genera desempleo, nuevas pobrezas y grave deterioro de la salud como efecto de prácticas inadecuadas en la explotación; igualmente es un detonante de conflictos ambientales y sociales generadores de nuevas violencias.
••Asistimos a un modelo minero de extracción sin suficiente desarrollo tecnológico e industrial ni del sector terciario en las zonas de minería y con un alto impacto ambiental. Por ello tiene un escaso impacto social en el desarrollo humano de las regiones
mineras.
La actividad minera no es censurada por nuestra Conferencia Episcopal, ni mucho menos, pero sí hace caer en cuenta a las firmas colombianas y multinacionales, y a nuestro Estado, acerca de la urgencia de asegurar tal actividad de forma planeada, no anárquica, y garantizando la ecología y el equilibrio económico y social de las comunidades inmediatamente afectadas, y de toda la nación

*Profesor Titular, Doctor en Ética Teológica, Departamento de Teología.