1 de Julio del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1309
Por: Carlos Julio Cuartas Chacón | Asesor del Secretario General



Jesuita francés, biólogo, paleontólogo y filósofo, reconocido por desarrollar una teoría de la evolución.

Indudablemente, para el diálogo entre la Fe y la Ciencia, resulta emblemática la figura de Pierre Teilhard de Chardin, pues en este jesuita francés, que nació a finales del siglo XIX y falleció el 10 de abril de 1955, pocas semanas antes de  cumplir  74  años,  confluyeron  el  creyente  y  el  científico. Su vida y lo sucedido alrededor de su monumental obra, dan cuenta  de  la  tensión  que  surge  cuando  los  hombres  que  se dedican al estudio de la realidad física y las leyes de la naturaleza, que apoyan sus teorías y argumentos en hechos tangibles, entran en relación con aquellos que participan en las discusiones  académicas  solamente  desde  la  perspectiva  que ofrecen la Teología, la fe y las convicciones religiosas. Estos dos  mundos  que  a  lo  largo  de  la  historia  de  la  humanidad han tenido encuentros y enfrentamientos, eran uno solo para Teilhard de Chardin, quien ingresó a la Compañía de Jesús a los 23 años de edad.

Cuando en 1948, se le ofreció la cátedra de Paleontología en el Colegio de Francia, el Padre escribió una hoja de vida en la cual indicó, además de su título de Doctor en Ciencias, obtenido en 1922, y los cargos académicos que había desem- peñado hasta entonces, el itinerario de una destacada carrera científica que lo había llevado a numerosos lugares del mundo. En Europa, sus investigaciones tuvieron lugar entre 1912 y 1923, y en Asia Oriental, entre 1923 y 1945; y los resultados de  su  trabajo  los  agrupó  en  tres  campos:  Geología  general, Palentología de los mamíferos, y Paleontología humana y la Prehistoria. Por supuesto, sobresale su participación en el descubrimiento del Homo erectus pekinensis. Autor de numerosos textos, entre sus obras se destacan Escritos del tiempo de guerra, El fenómeno humano, El medio divino, Génesis de un pensamiento y El Porvenir del hombre.

Como lo ha señalado recientemente Luis Espina, S.J. (Jesuitas No. 125, Verano 2015), “los no científicos le debemos a Teilhard su pensamiento teológico, su concepción optimista  de  la  evolución,  siempre  tendente  al  punto  omega,  que concluirá  al  final  en  Cristo  Jesús.  Su  libro  El medio divino puede ser saboreado también por los no científicos, pues es la visión de lo humano a la luz de la presencia de lo divino en todo”. En relación con esta obra (1926), el propio Padre afirmó  lo  siguiente,  en  su  introducción:  “Este  librito,  en  el que  no  se  hallará  sino  la  lección  eterna  de  la  Iglesia,  pero repetida  por  un  hombre  que  cree  sentir  apasionadamente con su tiempo, querría enseñar a ver a Dios por todas partes; verlo  en  lo  más  secreto,  en  lo  más  consistente,  en  lo  más definitivo del mundo”.

Acercarse a la vida y la obra de Teilhard de Chardin, sin duda alguna, uno de los grandes jesuitas del siglo XX, “El peregrino del porvenir”, como lo llamó André George, nos permite apreciar el difícil camino que recorrió este hombre superior, que debió enfrentar en varias ocasiones el exilio y la censura. En el prólogo del libro Himno del Universo (Trotta, 1996), compilación de algunos escritos de Teilhard, Alfredo Fierro escribió las siguientes líneas, que sirven muy bien para cerrar esta breve nota de homenaje al célebre jesuita francés: “Si la obra de Teilhard transmite algún mensaje significativo al lector de hoy, su contenido esencial es sin duda este: que la pasión por la vida, inherente a la conciencia humana, indispensable quizá para seguir viviendo y actuando, y que la racionalización científica característica del pensamiento moderno no eliminan toda religión y toda mística; antes, al contrario, pueden hacer surgir modos de creencia y de vivencia referidos al «sentido» de la vida y de la acción, a lo absoluto y a lo universal, a lo divino, a un sacrum fascinante y benévolo”.